En México, en el mercado negro, un riñón cuesta 125 mil dólares, es decir, alrededor de 3 millones de pesos. El donante, si es que se le pagó, recibió apenas 7 mil dólares o 133 mil pesos. Como en casi todo el tráfico ilegal de mercancías, el intermediario es el que se queda con la mayor parte de las utilidades.
Sí, mercancías. ¿Qué no lo es bajo este sistema? Los órganos humanos se venden al mejor postor, aprovechando la desesperación de quienes quieren vivir y tienen dinero y de quienes quieren vivir y lo único que tienen son sus cuerpos.
Pero el riñón es apenas uno de los órganos que se comercializan ilegalmente en México y en todo el mundo. Es el más popular pero no es el único. Redes trasnacionales de tratantes de personas y de traficantes de órganos humanos también tienen a la venta hígado, corazón, pulmón y páncreas.
El tráfico de órganos destaca por su crueldad entre las actividades del crimen organizado. De manera clara y abierta, los tratantes sacan el máximo provecho del sufrimiento de los demás: el comprador espera la muerte a menos que reciba un trasplante; y el vendedor está tratando de pagar una deuda, escapar de la pobreza o, muy a menudo, no tiene otra opción: sus captores o sus acreedores le quitan uno o varios órganos mediante engaños o a la fuerza.
Comprador y vendedor, “aunque ambos están violando la ley, sus respectivas imágenes no se ajustan a las de los típicos criminales”, se asienta en el Transnational Crime and the Developing World de la Global Financial Integrity. Por supuesto, no son los únicos actores en este negocio que en todo el mundo genera ganancias por 1 mil 700 millones de dólares anuales: también participan el tratante, el equipo de médicos y la infraestructura hospitalaria pública y privada.
El documento, fechado en marzo pasado, dice de quienes “se cosecha” el órgano: “son habitualmente de países en desarrollo y son pobres y sin educación”. Por su parte, los individuos que compran el órgano “son típicamente de ingresos medios y altos de países desarrollados o individuos de ingresos altos de países en desarrollo”.
Los reclutadores o tratantes operan en pequeños grupos muy bien organizados, especializados y financiados. Cuentan con “redes establecidas para la contratación y el trasplante”. El equipo médico a cargo del trasplante debe contar, al menos, con cirujanos, nefrólogos, anestesiólogos y enfermeras. Finalmente, el otro actor, el de los servicios públicos y privados, se refiere a hospitales, centros de trasplante y laboratorios.
Hay otros actores implicados en este crimen pero no siempre están al tanto de que están participando en la actividad ilegal, como aerolíneas, compañías de seguros y agencias de turismo médico.
De acuerdo con el informe citado, anualmente se realizan en todo el mundo 12 mil trasplantes ilegales de órganos. Advierte que se trata de una cifra conservadora y, probablemente, la real es mucho mayor.
Como decíamos, el tráfico de riñones es el más común porque la persona que dona o vende uno de sus dos riñones puede seguir viviendo con el otro. En el caso del hígado, el corazón, el pulmón y el páncreas, son posibles los trasplantes parciales de órganos de donantes vivos; pero los trasplantes de órganos enteros requieren de personas fallecidas. Claro, son más difíciles de adquirir.
Las personas que venden un riñón reciben, muchas veces, cantidades miserables, ridículas, que no llegan ni al 10 por ciento de lo que terminan pagando los compradores. Personas de Nepal pueden recibir apenas 200 dólares (unos 3 mil 800 pesos mexicanos); o las de Jordania, 500 dólares (alrededor de 9 mil 500 pesos). Son los casos más dramáticos; pero en términos generales los “vendedores” son en realidad estafados. Y los tratantes corren pocos riesgos de ser llevados ante un tribunal.
En el Transnational Crime and the Developing World se explica que el tráfico de órganos en todo el mundo se realiza mediante cuatro modalidades. La primera es en la que el tratante recluta a un “vendedor” y al equipo médico para el comprador. Otra, cuando el destinatario del órgano busca directamente y convence a un vendedor (esta modalidad se encuentra en plena emergencia gracias a las posibilidades que brinda el internet).
Las otras dos son aún peores, la del engaño y extorsión; y la del asesinato. Ocurren cuando los tratantes sacan de sus poblados a personas con la promesa de darles trabajo. Y cuando los migrantes llegan a su destino son obligados a donar uno de sus riñones. Una de las variantes es que los acreedores obligan a pagar a los deudores con uno de sus órganos. Otros son engañados, al decirles que el riñón que van a vender les volverá “a crecer”. O también les dicen que no tendrán ninguna complicación de salud. Lo cierto es que quienes venden su riñón nunca mejora su situación económica ni la de su familia. Y, por el contrario, las dificultades de salud que tendrán por atenciones médicas deficientes o nulas, harán empeorar su situación económica. No podrán trabajar y su familia y su comunidad tendrán menos esperanzas de mejorar. Todo esto lo saben los tratantes que, sin más objetivo que hacerse de dinero, arruinan la vida de miles de familias.
La última modalidad de la obtención de órganos humanos, el asesinato, está poco documentada. Pero es un hecho que ha sido una práctica en la que han estado involucrados, incluso, regímenes enteros. El documento cita los casos que ocurrieron en el pasado en China y en Kosovo. Pero no son los únicos. Y, desafortunadamente, ocurren hoy en día.
Fragmentos
Por un 15 de Mayo junto a los maestros que, incansables y dignos, no se arredran; aquellos que están en la Montaña, el Valle, la Sierra y las Cañadas, construyendo escuelas y luchando por sus derechos y los de sus comunidades; aquellos que en las ciudades son responsables ante sus alumnos y luchan en las calles. Salud a los maestros Lucio Cabañas, Genaro Vázquez, Arturo Gámiz y Misael Núñez Acosta. Y a aquellos anónimos que, con su trabajo diario, potencian el desarrollo integral y libre de las personas.
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