El ejército de Turquía se prepara para invadir el norte de Siria al este del río Éufrates. El 1º de agosto, el presidente Recep Tayyip Erdogan presidió un consejo de defensa y nombró nuevos oficiales generales con vista a la realización de esa operación.
El 3 de agosto, el gobierno turco rechazó la proposición estadounidense tendiente al establecimiento de un control conjunto de la franja de suelo sirio ocupado que la prensa occidental designa como «Rojava», supuestamente gobernada por una población kurda recientemente implantada allí.
Durante los años 1980, Turquía consideró a los kurdos como una minoría destinada a ser «turquizada» a la fuerza. Cientos de miles de kurdos, defensores de su propia cultura, huían entonces hacia Siria, país que les concedió asilo político. Sin embargo, después del encarcelamiento de su líder histórico, Abdullah Ocallan, las organizaciones kurdas fueron cayendo bajo la influencia de Estados Unidos e Israel.
Por el contrario, desde el golpe de Estado frustrado en 2016, Turquía recurre al patriotismo de sus ciudadanos y el gobierno no vacila en otorgar puestos de responsabilidad a turcos de etnia kurda que le son fieles, pero tampoco vacila en liquidar a los kurdos que obedecen a otro Estado, aunque se trate de un país miembro de la OTAN, alianza militar a la cual pertenece Turquía.
Por supuesto, los refugiados kurdos provenientes de Turquía no creen en ese cambio ideológico del gobierno turco, que a su vez tampoco cree en la evolución del PKK, organización de los kurdos que de la noche a la mañana ha pasado del marxismo-leninismo a un anarquismo light.
El estado mayor turco pretende imponer en suelo sirio una “franja de seguridad” de unos 30 kilómetros de profundidad a partir de la frontera común, territorio sirio que Turquía ocuparía militarmente y donde serían ubicados los refugiados sirios que hoy se hallan en Turquía.
En los años 2000, Siria exigió el desarme de los refugiados turcos de etnia kurda y autorizó el ejército de Turquía a perseguir los elementos armados kurdos que atacaran Turquía desde el suelo sirio. En virtud de esa autorización, el ejército turco podía penetrar hasta 30 kilómetros en territorio sirio, distancia establecida en función del alcance de las piezas de artillería de la época.
Siria siempre temió que Turquía utilizara esa concesión como pretexto para anexar más territorio, incluyendo la región de Alepo, reclamada por los kemalistas desde la disolución del Imperio Otomano.
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