El presidente Joe Biden anunció que las tropas de Estados Unidos se retiran de Afganistán. Oficialmente, Biden habría tomado esa decisión en contra de la opinión de sus generales. En realidad, va a retirarse menos de la quinta parte de las tropas estadounidenses allí desplegadas, mientras que van a instalarse nuevas bases por todo el territorio, con lo cual se ampliará el dispositivo militar destinado a controlar el país. Y las tropas estadounidenses que se retiren no van a regresar a Estados Unidos sino que serán redesplegadas en Siria e Irak.
El general Scott Miller, jefe de las fuerzas de Estados Unidos y sus aliados occidentales en Afganistán, anunció el 25 de abril de 2021 el inicio de la retirada de las tropas extranjeras, retirada que –por decisión del presidente estadounidense Joe Biden– debería completarse para el 11 de septiembre.
¿Estados Unidos está poniendo fin a la guerra que inició y prolongó durante casi 20 años? Para responder esa pregunta hay que empezar por hacer un balance de los resultados de esa guerra.
El balance en vidas humanas es prácticamente imposible de cuantificar. La cifra de “muertes directas” entre los militares estadounidenses se elevaría al parecer a alrededor 2 500 y la cantidad de heridos graves en las filas de las tropas de Estados Unidos sobrepasaría los 20 000. Los contractors (léase mercenarios estadounidenses) muertos en Afganistán parecen ser unos 4 000, con una cantidad indeterminada de heridos. La cantidad de bajas entre los militares afganos sería alrededor de 60 000. Y la cifra de muertos entre los civiles es sencillamente incalculable –según la ONU, serían unos 100 000 en sólo 10 años. Y resulta imposible determinar la cantidad de muertes “indirectas”, causadas por la pobreza y las enfermedades, que son las consecuencias sociales y económicas de la guerra.
El balance económico es relativamente cuantificable. Según documenta el New York Times, basándose en datos elaborados por la Brown University, Estados Unidos gastó en la guerra más de 2 000 millardos de dólares [1], cifra a la que hay que agregar más de 500 millardos dedicados a la atención médica que requieren los veteranos. Las operaciones de guerra costaron 1 500 millardos pero el monto exacto sigue siendo «opaco». El entrenamiento y el armamento de las fuerzas gubernamentales afganas (más de 300 000 hombres) costaron 87 millardos (87 000 millones). En la «ayuda económica y la reconstrucción» se gastaron 54 millardos (54 000 millones), que generalmente se dilapidaron, debido a la corrupción y la ineficacia, para «construir hospitales que nunca atendieron ningún enfermo y escuelas que no recibieron ningún estudiante y que a veces ni siquiera existían».
En la lucha contra la droga se registraron gastos ascendentes a 10 000 millones de dólares… con el siguiente resultado: se cuadruplicó la superficie dedicada al cultivo de la amapola real o “adormidera” [Papaver somniferum, la planta cuya savia sirve de materia prima para la producción de opio. Nota de la Red Voltaire.], al extremo que el opio se ha convertido en la principal actividad económica de Afganistán, que hoy produce el 80% de todo el opio producido ilegalmente en el mundo entero.
Para financiar la guerra en Afganistán, Estados Unidos se endeudó gravemente y ha tenido que pagar, hasta el momento y siempre con fondos públicos, 500 000 millones de dólares, suma que en 2023 sobrepasará los 600 000 millones. Además, para los militares estadounidenses que regresaron de las guerras en Afganistán y en Irak con heridas graves o con algún tipo de discapacidad se han gastado hasta ahora 350 000 millones de dólares, y para el año 2023 ese gasto será superior a los 1 000 millardos, correspondiendo más de la mitad a las secuelas físicas sufridas en la guerra de Afganistán.
Así que el balance político-militar de esa guerra, tan sangrienta como costosa en recursos, es catastrófico para Estados Unidos, pero no para el complejo militaro-industrial que sacó de ella enormes ganancias.
«Los talibanes, que se han hecho cada vez más fuertes, controlan o disputan el control de gran parte del país», observa el New York Times. Por lo tanto, el secretario de Estado, Antony Blinken, y otros miembros de la administración Biden proponen que Estados Unidos reconozca oficialmente a los talibanes y que incluso los financien porque «después de haber tomado el poder, parcial o totalmente, podrían gobernar menos duramente para obtener reconocimiento y apoyo financiero de las potencias mundiales».
Al mismo tiempo, reporta el New York Times, «el Pentágono, las agencias estadounidenses de espionaje y los aliados occidentales están preparando planes para desplegar en la región una fuerza menos visible pero todavía poderosa, incluyendo drones, bombarderos de largo alcance y redes de espionaje».
Según la orden de Biden, agrega el New York Times, Estados Unidos retiraría sus 2 500 soldados «pero el Pentágono tiene actualmente en Afganistán 1 000 militares más que los públicamente reconocidos, pertenecientes fuerzas especiales que reciben órdenes del Pentágono y de la CIA». A ellos se agregan más 16 000 mercenarios estadounidenses que podrían ser utilizados para entrenar las fuerzas gubernamentales afganas. Objetivo oficial del nuevo plan estratégico: «impedir que Afganistán resurja como base terrorista para amenazar Estados Unidos».
Pero el verdadero objetivo sigue siendo el mismo que hace 20 años: tener una presencia militar fuerte en esa área, a medio camino entre el Medio Oriente, Asia central, el este y el sur de Asia, de primera importancia estratégica, sobre todo contra Rusia y China.
Traducido al español por Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] 1 millardo = 1 000 millones.
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