Antes nos señalaban que en la URSS hacían desaparecer de la historia a las personalidades “incómodas”, llegando incluso a borrarlas de las fotos oficiales. Y también nos decían que eso sólo sucedía en las dictaduras. Pero eso es exactamente lo que están haciendo hoy tanto el régimen de Kiev como las “democracias” occidentales.
Mientras la guerra se ceba en Sudán y Ucrania, el gasto militar se dispara en el mundo entero. En 2022, Europa gastó en armamento y en operaciones militares un 13% más de fondos que en 2021, lo cual constituye el mayor incremento de los gastos militares que se ha registrado en los últimos 30 años. En el caso de Italia, ese incremento sobrepasó los 30 000 millones de euros, lo cual quiere decir que Italia gastó en el sector militar una cantidad promedio superior a los 80 millones de euros diarios.
Y al mismo tiempo se sigue escondiendo a la opinión pública cuáles son las verdaderas causas de la guerra.
Por ejemplo, el presidente estadounidense Joe Biden declara ahora que «la trágica violencia en Sudán es inconcebible y debe terminar». Pero no dice que, como vicepresidente de la administración Obama, él fue uno de los principales artífices de la estrategia estadounidense que estimuló la guerra en Sudán para dividir artificialmente aquel país. De aquella estrategia divisora nació, en 2011, el Estado artificial que es Sudán del Sur, poseedor del 75% de las reservas de petróleo sudanesas. Esa división ha provocado una extensión de los conflictos internos y de los actos de injerencia externa de fuerzas extracontinentales deseosas de controlar la región sudanesa, rica en petróleo, en gas natural, en yacimientos de oro así como en diferentes materias primas. Por demás, Sudán es una posición geoestratégica fundamental en el continente africano.
Y en Ucrania, Estados Unidos, la OTAN y la Unión Europea siguen alimentando la guerra contra Rusia, enviando al régimen de Kiev cantidades cada vez más grandes de armas y proporcionándole todo tipo de ayuda militar. Pero también ayudan a Kiev en otro aspecto, muy diferente al de la ayuda militar.
También contribuyen a que el régimen de Kiev borre de Ucrania y de la historia de ese país todo lo que es ruso. Por decreto de Kiev, 100 millones de libros rusos –incluyendo los grandes clásicos de la literatura– fueron incinerados, práctica análoga a la del nazismo hitleriano. Además, el presidente Zelenski firmó una ley que prohíbe los nombres rusos de los lugares así como otros símbolos del fundamental componente ruso de la historia de Ucrania. El uso de las apelaciones rusas de diferentes lugares ha pasado a ser considerado por la ley ucraniana «un acto criminal» castigado con duras penas.
El presidente Volodimir Zelenski firmó también una ley en virtud de la cual para obtener la nacionalidad ucraniana hay que pasar un examen no sólo de lengua ucraniana sino también de la «historia de Ucrania» reescrita por “historiadores” que ensalzan a personajes como Stepan Bandera (1909-1959), colaborador del nazismo hitleriano.
También en aras de borrar la memoria histórica, el Tribunal Supremo de Ucrania decretó en 2022 que los símbolos de la división SS Galitzia –conformada por nazis ucranianos que perpetraron crímenes horrendos– no pueden ser considerados símbolos nazis y que, por ende, pueden ser utilizados como símbolos políticos, incluso en manifestaciones públicas.
Esa es la Ucrania que el gobierno italiano [así como la Unión Europea y los gobiernos en ella representados. NdlR.] se compromete a «reconstruir», utilizando para ello miles de millones de euros sustraídos a los ciudadanos italianos.
Este trabajo es un breve resumen de la revista de prensa internacional Grandangolo transmitida el viernes 28 de abril de 203 por el canal de televisión italiano Byoblu.
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