El problema de la vivienda se desparrama por todos los espacios urbanos y muestra la cruda cara de la pobreza. Es una gran verdad de la exclusión. Muestra por ejemplo como los pobladores de las ciudades (¿ciudadanos?) ocupan espacios como sea para sobrevivir. Se aferran a un pedazo de tierra para poder echar raíces y crecer. Desde su imposibilidad de participar en una economía que los acepte, que hable su lenguaje y que les dé oportunidades, desarrollan su pertenencia al bando de los excluidos.
Tal vez son ellos los incluidos en nuestros países, son las mayorías. Tampoco tienen condiciones para crecer en esa economía que los excluye. Carecen de requisitos a veces necesarios: capacidades técnicas, educación, etc., a veces arbitrarios: protocolo, aspecto, relaciones, etc.
En realidad, la inclusión la define el poder: económico, mediático, social. Los que manejan los conceptos y los hacen realidad, ese es el poder. Los excluidos son los de la periferia, los que hablan mal, los que construyen mal. Para los pobres, el paso es cada día más difícil a la inclusión, especialmente en América Latina, el continente más desigual.
No se trata de resaltar prácticas que carecen de calidad técnica y que en fin de cuentas complican el problema aún más, reproduciendo lo indeseado. Reparar las ciudades que crecen sin criterios de seguridad, sostenibilidad ni infraestructura adecuada, es más difícil y costoso que adelantarse a las invasiones y desarrollar programas adecuados.
En esta situación es necesario reconocer que el pobre, al sembrar una lámina de zinc, inicia el proyecto de un hogar. Y eso no lo para nadie, porque es el deseo de vivir que perpetúa la especie, es el reflejo biológico hecho ciudad, la pobreza que crece. Es así como construyen las mayorías en nuestras ciudades de muchas realidades, de estratos sociales distintos.
Alrededor de esa vivienda se ha estudiado, diseñado políticas públicas y ensayado soluciones, buenas y malas. Y la vida continúa construyendo ciudades a partir de necesidades de vivir, trabajar y alimentar a los hijos.
En el camino del esfuerzo por resolver este problema, muchos se han enriquecido, no justamente los más necesitados. Y se han multiplicado las instituciones públicas, reproduciéndose a partir de su propia destrucción, instituciones que crecen y se atrofian y se trata de revivirlas y darles nuevo sentido, una y otra vez, desde hace años, porque adentro trabajan personas que no se pueden echar a la calle. Aún atrofiadas, se reproducen. Este modelo se va repitiendo en los estados y en los municipios.
Construir casas desde las instituciones públicas, es como plantarse delante de esta enorme necesidad que fluye indetenible creando ciudad, y tratar en lo posible de meter a esa gente en algunas casas que serán insuficientes y que serán transformadas por la fuerza social de las hormigas urbanas.
Hormigas que construyen en pendientes, que hacen casas de muchos pisos y que cuelgan del cielo, con la esperanza de que no se caigan nunca, pero sobre un suelo real de terremotos y deslizamientos, de lluvias y falta de acceso, ni siquiera para sacarlos en caso de catástrofe.
No se entiende el problema de la vivienda. Eso debemos repetir mil y una veces, porque se construye y siguen creciendo la necesidad y los barrios. Es necesario educar, en primer lugar, ese es el mayor reto de la pobreza. Es necesario también atención adecuada del problema, en este caso, en su vertiente de la vivienda, de la ocupación el espacio urbano.
En 1999 se hicieron los planes necesarios y se inició su desarrollo desde el Conavi de Baldó: Programa de habilitación de barrios [1], y se detuvo. Fue un programa exitoso y sustentado en estudios de décadas. Se detuvo sin palabras ni alternativas. Y allí está la propuesta, puede retomarse.
Insistamos en las propuestas sensatas de políticas públicas propuestas por la Asociación para la investigación en la vivienda “Alemo” y entre ellos mencionamos dos trabajos [2] [3]
En ellos se insiste:
– Primero «rehabilitación integral de los barrios pobres urbanos y subsiguiente legalización de la tenencia de la tierra, con el fin de reducir la infraurbanización y la vulnerabilidad, y mejorar sustancialmente la accesibilidad y los servicios».
– Segundo «recuperación de urbanizaciones populares, viviendas en los centros tradicionales, áreas deprimidas y mejoramiento del alojamiento y servicios públicos en la ciudad existente».
– Y tercero: «Desarrollo anticipado de tierras con infraestructura y servicios comunales básicos, en operaciones de una escala que permita formular programas de desarrollo urbano de mediano y largo plazo».
La vivienda está en definición, y está en construcción.
[1] Baldó, J. y Villanueva, F. «La política de vivienda para Venezuela» Encuentro Repensar Venezuela, capítulo vivienda, Abril 2003.
[2] Alfredo Cilento «Hogares sostenibles de desarrollo progresivo» Encuentro Repensar Venezuela, capítulo vivienda, Abril 2003.
[3] Alejandro López «La necesidad de repensar la actuación pública y privada en desarrollo urbano y vivienda» Question, Año 1, No. 8, febrero 2003.
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