La editorial del diario El Tiempo de Bogotá del 23/4/04, comentando el informe del PNUD sobre la democracia en Iberoamérica, señala a Venezuela como un país en crisis. Una situación que, dentro de la más amplia interpretación del término, implicaría "una mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales"(DRAE).
Pero que en términos más precisos, dentro del ámbito politológico, implica la presencia de una perturbación tensiva que amenaza la persistencia de un sistema político. Y aun, concretando más el vocablo, dentro del llamado análisis situacional, se refiere a una situación donde hay una grave amenaza, poco tiempo para reaccionar y, no existen conductas aprendidas para responderla.
En una primera aproximación, se podría afirmar que tal percepción es una proyección de su propia situación interna, que la ubica entre los estados que el diplomático británico Robert Cooper (Ruptura de las Naciones: Orden y Caos en el Siglo XXI) sitúa en el mundo que llama "premoderno" y a los cuales denomina "fallidos". Comunidades políticas que no han podido superar la guerra civil. Pero profundizando esta visión, se podría sostener que ella forma parte de un plan. Una acción destinada a lograr un cuadro político en Venezuela que favorezca los intereses del sector que formalmente controla el Estado colombiano. Una hipótesis que se sustenta, tanto por la vinculación de ese diario con esa parcialidad de la contienda civil colombiana, como con su propio carácter de medio de comunicación ligado al despliegue informativo que "sataniza" al régimen de gobierno actual venezolano. Un despliegue donde se tiene que incluir la publicación del PNUD.
La verdad es que aquí no ha ocurrido ninguna mutación importante que afecte físicamente, históricamente y espiritualmente al Estado venezolano. El territorio nacional mantiene su integridad y la población continúa unida bajo la idea de la venezolanidad. En lo histórico nos mantenemos dentro de la modernidad, aun con vestigios estamentales del orden colonial, bajo la idea del Estado nacional soberano, exportador de petróleo, con oscilaciones de naturaleza política que nos han llevado del populismo al autoritarismo alternativamente.
En lo espiritual, continuamos como un Estado laico, con una gran vocación incorporadora, que ha permitido integrar su sociedad con aportes genéticos y culturales provenientes de todos los rincones del planeta. Dos perturbaciones, no tensivas, han afectado la vida venezolana en los últimos 3 decenios. Una que tiene carácter universal, relacionada con el transito de la modernidad a la postmodernidad, que según Cooper, implica una cesión de soberanía mediante acuerdos transnacionales. Un cambio histórico originado por la nueva revolución científico-tecnológica.
La otra, doméstica, vinculada a la reimplantación del populismo, después de un período autoritario conducido por una oligarquía político-económico-religiosa. Pero en realidad, no existe ningún desafío ni interno ni externo que amenace la persistencia del Estado venezolano. Ni siquiera de su sistema político consolidado el siglo XX, fundado, aun en los periodos de mayor inclinación autoritaria, en la idea de la democracia republicana.
En ese sentido, los sectores que adversan el populismo existente, los mismos que lo antagonizaron a principios de siglo, durante el régimen castrista, y en el trienio 1945-48, durante la "revolución octubrista", no han mostrado la voluntad de retomar la idea de la guerra civil, con apoyo externo, como sucedió con la fracasada Revolución Libertadora de 1902. Ellos aprendieron la inutilidad de ese tipo de conducta en un ambiente donde predomina el sentimiento nacionalista propio de la modernidad.
Y aun cuando recurrieron a la violencia conspirativa, como lo hicieron en el trienio octubrista, los hechos le han venido enseñando la inefectividad de este tipo de acción, con una fuerza armada que también aprendió, por experiencia propia y ajena, lo costoso para los intereses corporativos de semejante tipo de intervención. De modo que, a nadie le puede extrañar que la negociación explícita, con las presiones propias de este tipo de método de acomodación, haya venido prevaleciendo como salida al actual diferendo interno.
En cuanto a la posibilidad de una intervención externa, concretada en una acción directa norteamericana, o indirecta, por la vía de un agente como la propia Colombia, esta es baja, dada la interdependencia económica y estratégica existente y creciente, si se considera la inestabilidad del Medio Oriente, entre EE UU y Venezuela y, la escasa capacidad neogranadina de proyectar poder militar hacia el exterior. Ciertamente, las relaciones bilaterales Caracas-Washington, en toda la centuria pasada, solo experimentaron una ruptura diplomática, con amenazas de intervención militar, en 1908, por la nacionalización de la empresa New York and Bermúdez Company y las querellas contra la Orinoco Steamship Company.
Desde luego, acciones que afectaban los intereses norteamericanos. De resto, a pesar de momentos de tensión, como los experimentados por la declaración de neutralidad durante la I Guerra Mundial, el establecimiento del 50-50 en el reparto de las utilidades de las exportaciones petroleras durante la II Guerra Mundial, los ataques al imperialismo por parte de Acción Democrática durante el trienio octubrista y, la nacionalización petrolera en la década de los 70, una y otra parte han aprendido a negociar explícitamente sus diferencias.
Un tipo de conducta que no ha excluido, especialmente por parte de los EE UU, el uso de presiones, en el marco de la negociación tácita, que han incluido la alianza con grupos internos en procesos conspirativos. Un hecho que se ha repetido en la actualidad, sin el éxito relativo que obtuviesen en las ocasiones anteriores, vinculadas a los derrocamientos de los gobiernos de Rómulo Gallegos y Marcos Pérez Jiménez.
De hecho, hoy no existe una amenaza real contra los intereses norteamericanos en Venezuela y, por el contrario, en las relaciones reales bilaterales, hay un incremento de las transacciones con beneficios mutuos. Desde la perspectiva de la racionalidad estratégica las pérdidas potenciales de una acción de este tipo, serían mayores que las ganancias posibles, que se reducirían, como ocurrió en las ocasiones anteriores, al derrocamiento de un gobierno, sin cambios sustantivos en la estructura de las interacciones.
Con este cuadro, y desde la perspectiva situacional, no se puede hablar de crisis en Venezuela. No hay una grave amenaza latente. Los escenarios posibles son todos predecibles. Y hay conductas aprendidas que aseguran su manejo adecuado. Desde esta visión, la categoría que le corresponde al Estado venezolano de la actualidad es la que se define como una "situación de inercia".
El grado de la amenaza es bajo. Hay tiempo suficiente para la reacción. Sin embargo, no se puede descartar una sorpresa. Un cuadro que, por lo demás, es compartido por la mayoría de las comunidades políticas agregadas al sistema internacional, incluyendo la primera potencia militar del planeta: los EE UU de América. Como lo he venido sosteniendo en muchas oportunidades, es más probable que haya una situación de crisis, definida en los términos aquí usados, en esta poderosa nación que en Venezuela. Hechos como los ocurridos el 11 de septiembre de 2001, o nuevos hechos en la escena internacional, como podría ser, por ejemplo, una acción china sobre Taiwán, son más factibles que una acción armada organizada de los adversarios domésticos del régimen de Chávez; o una intervención militar norteamericana o colombiana; o, incluso, un golpe militar en Venezuela.
De modo que, el diario El Tiempo y otros medios de comunicación colombianos, lo mismo que su congreso y otras organizaciones formales de gobierno; y, los sectores ligados a la vieja estructura colonial colombiana, las viejas alianzas y los feudos de las grandes familias bogotanas y provinciales, deberían preocuparse más por resolver la guerra civil interna para alcanzar de una buena vez la modernidad, a riesgo de quedar entre los estados fallidos premodernos en este momento de transito hacia la postmodernidad.
No sé porque se me parece tanto el actual momento colombiano, con un Presidente buscando la reelección, con la etapa venezolana del guzmancismo, cuando se restableció la alianza entre el sector liberal más conservador y la vieja clase mantuana criolla, que condujo al régimen andino, inspirado y alentado por el positivismo, el cual produjo el transito de nuestro país a la modernidad, eliminando la guerra civil.
Uribe tiene 3000 motivos para no dormir
José Saramago*
La situación de los secuestrados en Colombia llegó a un punto crítico que el Gobierno del presidente Alvaro Uribe no parece interesado en resolver. Por un lado, los intentos de liberación cometidos por el Ejército siempre han causado víctimas entre los secuestrados y, por otro lado, al negarse a cualquier iniciativa que pudiera conseguir lo que las armas no han logrado, el presidente Uribe, voluntaria o involuntariamente, bloquea cualquier hipótesis de solución.
A todo esto ha venido a añadirse ahora un preocupante dato, el de que las familias de los secuestrados están siendo amenazadas de muerte por exigir que les sean restituidos sus parientes, algunos de ellos llevando ya siete años de secuestro.
La situación se está volviendo insostenible, 3.000 vidas humanas son despreciadas en aras de la razón de Estado y el Gobierno del presidente Uribe no hace más que administrar políticamente las angustias y el terror de la población de su país.
Es hora de que la comunidad internacional, tan justamente preocupada por la suerte de los secuestrados en Irak, ponga también los ojos en lo que está ocurriendo en Colombia. Tres mil personas exigen que sus vidas no sean utilizadas como peones en un ajedrez de intereses que no son los suyos.
El presidente Alvaro Uribe tiene por lo menos 3.000 motivos para no dormir bien. No puedo más que desearle buenos y largos insomnios.
*Premio Nobel de Literatura en 1998. Su última novela publicada es "Ensayo sobre la lucidez"
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