El debate propiciado por la reciente huelga de los trabajadores del petróleo, apenas empieza. Tristezas, sin sabores y grandes interrogantes dejados por un conflicto que despertó múltiples solidaridades pero que no concentró la fuerza decisiva para romper la política oficial. Según el autor, para la USO ha llegado el ahora o el nunca.
Cinco de historia
Para quienes nos levantamos como activistas en la Unión Sindical Obrera (USO), la huelga fue inculcada como el arma fundamental de los obreros en el agudo conflicto de clases contra el capital. Nos lo repitieron los dirigentes desde chicos, durante más de 50 años, en mítines, conferencias, cursos sindicales, y especialmente con el ejemplo. Y los trabajadores siempre acatamos la orden de paro, así fue en 1948 para dar cuerpo a Ecopetrol. Y de igual manera actuamos cuando fue indispensable: 1963, 1971, 1977 y la reciente huelga de 2004. Todas ellas fueron reprimidas duramente por los gobiernos de turno, costando despidos, muertes, amenazas y desplazamientos. Es decir, ni las huelgas ni sus consecuencias son cosa nueva para los trabajadores petroleros.
El eje fundamental de las huelgas ha sido la defensa y fortalecimiento de Ecopetrol, ya que el Estado nunca la dotó de instrumentos económicos y técnicos para que se consolidara como lo que es: una empresa de valor estratégico; por el contrario, se dedicó a vivir de las reversiones, sin desarrollar directamente procesos de exploración. Como manifestación de tal incapacidad, en la década de los años setenta se creó el modelo de Contrato de Asociación, desventajosa forma de trabajo conjunto en que el socio –una compañía multinacional– opera los campos. Sin embargo, al pasar de la vieja forma de concesión a la de Asociación, ésta se vio como un avance. Nutrida de una perspectiva nacionalista, la USO logró por períodos fortalecer la empresa, al tiempo que se posicionó como referente nacional e internacional.
La procesión va por dentro
Pero al lado de este proceso, la USO sobrelleva problemas poco ventilados, como la continua transmisión de viejos vicios en su conducción, el escaso desarrollo como sindicato de industria, el mal manejo de las contradicciones internas, la falta de formación y educación de cuadros, la ausencia de planeación estratégica y la arrogancia como actitud de los dirigentes. De todo esto somos conscientes en la organización sindical, y no pocos esfuerzos se han hecho para corregir los errores, pero no ha sido suficiente.
Como se ve, la USO no es ajena a la crisis general del movimiento sindical y social. Es más: es una de sus más claras expresiones. El legalismo y acomodamiento llegó también a nosotros, además del burocratismo, el alejamiento de las bases y uno que será fundamental para explicar lo que ocurrió en la huelga: el reemplazo de la movilización por la gestión o lobby.
El conflicto
Aunque el conflicto se inició en noviembre de 2002, la opinión nacional sólo se interesó plenamente por él a mediados de marzo pasado, con la presentación del Pliego de Peticiones del sindicato. Hoy se reconoce que éste no recogió la reali
dad nacional y del sector, y fue respondido por el gobierno de Uribe con un contrapliego. El gobierno había colocado a Isaac Yanovich –personaje de no muy pulcra trayectoria– en la presidencia de Ecopetrol, pero la USO no ajustó sus formas de actuación. La intención de arrasar al sindicato se hizo nítida el 29 de noviembre del 2002, cuando despidieron siete dirigentes, y la reafirmaron en enero de 2003 con la detención a Hernando Hernández.
Ante la falta de voluntad para negociar el pliego, en la USO se discute la necesidad de la huelga con parálisis de producción, lo que desnuda la realidad de las fuerzas políticas dentro del sindicato. La mayoría de ellas asumieron sólo formalmente la huelga; la agitaban en los discursos y asambleas pero no la prepararon en la realidad. Ante esta situación, la huelga se aplazó una y otra vez.
En junio del 2003, el gobierno expide el Decreto 1760, para liquidar la Empresa. Luego se instala el Tribunal de Arbitramento, que promulga un laudo el 9 de diciembre del 2003 en contra de los intereses de los trabajadores. El año 2004 empieza con la convocatoria de una nueva Asamblea
Nacional de Delegados de la USO, caracterizada por un duro debate con amenazas de retiro, y que luego de mucho esfuerzo termina con un acuerdo de unidad meramente formal y burocrático. En este contexto ocurre el hecho singular de que las tres fuerzas mayoritarias se ponen de acuerdo en impulsar un nuevo tipo de huelga: una huelga política sin afectar la producción.
A partir de aquí el panorama de la USO se vuelve confuso y errático, sin condiciones de fuerza para lograr una negociación, y entonces se opta por la gestión. Sin desconocer el importante papel que pueden jugar estamentos como la Iglesia o algunas personalidades democráticas, el rol de los trabajadores y su organización sindical quedo desfigurado. Conscientemente se ha renunciado a la herramienta más importantes de acción política de los trabajadores –la huelga-, desnaturalizándola y volviéndola adorno para priorizar la acción tipo ONG.
A pesar de la simpatía lograda especialmente en Barrancabermeja, donde luego de largos años se logra movilizar a toda la población, los resul
tados son poco menos que contradictorios, y no podía ser en otra forma. Si se hace un balance de la acción huelguística con base en los objetivos que nos propusimos en la organización sindical, la conclusión es desalentadora no sólo para los trabajadores petroleros sino también para el conjunto del movimiento obrero (ver cuadro 1).
El acuerdo
Como se sabe, los acuerdos surgen de la correlación de fuerzas, y ya vimos lo que pasó en el conflicto. El acuerdo en materia de política petrolera es general y gaseoso. No se habla con claridad de la reversión de contratos ni del nuevo modelo de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, originado en el Decreto 1760. La autonomía financiera sigue amarrada a la Ley General del Presupuesto y no se cuenta con una correlación favorable para modificarla en un Congreso mayoritariamente uribista. Los temas de estudio son cosas definidas: el Fondo de Pensiones está en manos del Viceministro de Hacienda, los subsidios a los combustibles ya tienen fecha para su desmonte final, y el sistema de regulación de precios cae dentro de la autonomía del gobierno, sólo para mencionar algunos puntos.
En la parte laboral apenas se logra avanzar en la solución de la temporalidad, limitando el asunto a Barranca, y en cuanto al tribunal que estudiará los casos de reintegro, se entra perdiendo al no lograr la libre presencia de dirigentes. En la mayoría de los casos, los trabajadores se van mal pensionados y con altísimas deudas de cesantías. Prácticamente se han perdido dos generaciones de dirigentes que en las actuales circunstancias tienen un altísimo valor político.
La luz en el túnel
Es la hora de ver de frente la realidad de un movimiento sindical que se extingue. Como toda crisis, la derrota de la huelga también es una oportunidad. Estamos desnudos con nuestras faltas y equivocaciones, y nada hacemos con esquivarlas o tratar de ocultarlas.
Hoy tenemos la oportunidad y la necesidad de hacer transformaciones de fondo en la USO y el sindicalismo. Lo esencial es recuperar nuestras formas de lucha históricas, desde una perspectiva de transformación social. Nunca la gestión o el lobby van a reemplazar a la movilización y la lucha directa. Si bien hay cosas positivas en el ejercicio de la huelga que aún estamos por canalizar, no debemos adornar las debilidades: sobre el engaño nunca se ha construido algo duradero.
La USO debe encabezar un debate nacional sobre la crisis sindical, demostrar en la práctica que aún es alternativa social. El reto es posible afrontarlo si rompemos el individualismo, el culto a la personalidad, la arrogancia, y si nos ligamos fuertemente a los trabajadores del sector energético, sean afiliados o no afiliados a la organización. En igual forma, en momentos en que el capital transnacional arrasa nuestra riqueza, la USO debe levantar la bandera de la Soberanía Energética, convocando a ella al conjunto de los sectores populares.
En medio de estas iniciativas, la USO necesita una reorganización profunda. La educación debe jugar un papel central, multiplicando las experiencias adquiridas en estos largos años de lucha y propiciando el surgimiento de una nueva generación de dirigentes. Es decir, para la USO ha llegado el ahora o el nunca, y el nuevo movimiento obrero les reclama a los herederos de Mahecha mucho coraje y claridad para jalonar nuevas jornadas de lucha.
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