El trinfalismo electorero del Partido Republicano entra en colisión con una multitud de síntomas que le salen al paso y que cuestionan el futuro del neoliberalismo thatcheriano y la sobrevivencia de su globalismo financiero. Alfredo Jalife, eminente especialista en asuntos internacionales, se especializa en esos pormenores que para otros son imperceptibles.
A numerosos americanocentristas a ultranza, acostumbrados al pensamiento unilateral, de seguro los perturbará la osadía de reflexionar sobre el declive ineluctable de Estados Unidos, ya no se diga abordar desde ahora sus exequias anticipadas, como está ocurriendo en algunos centros importantes de estudios en el seno de ese país. Al traslado de dominio del centro geopolítico de gravedad de Estados Unidos a Asia, que abordó James F. Hoge Jr, editor de la influyente revista Foreign Affairs («Cambio del poder mundial en movimiento», julio/agosto de 2004), se suma de forma impactante el profundo y sereno análisis de W. Joseph Stroupe, quizá uno de los mejores geopolitólogos del momento, quien adelanta la «inevitabilidad de una alianza euroasiática» (GeoStrategyMap, 21 de abril de 2004), que ha sido retomado por Asia Times (19 de agosto de 2004).
En la misma escuela de pensamiento geopolítico, el concepto de una «alianza euroasiática» no deja de ser sumamente audaz, cuando es sabido que desde antes de la Primera Guerra Mundial (PMG) el padre de la geopolítica británica, Halford McKinder, creador conceptual de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y fundador de la London School of Economics, había formulado el axioma anglosajón basado en la fractura continental euroasiática para que prevaleciera la «potencia marítima» de Gran Bretaña, lo cual no modificó mayormente su sucesor, Estados Unidos, y explica en gran medida los objetivos geoestratégicos de la PMG, la Segunda Guerra Mundial, la guerra fría y la posguerra fría, hasta el hito del 11 de septiembre: impedir una alianza entre Alemania y Rusia, o entre Europa y China o India, ya no se diga entre ellos.
En una entrevista con Le Monde (13 de julio de 2004), el geoestratega Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional del ex presidente Carter, si bien muestra preocupación por el odio que ha cosechado la política exterior del presidente Bush en todo el planeta, no parece inmutarse ante la existencia de un sucesor viable de la otrora superpotencia unipolar que seguiría ejerciendo su hegemonía en forma multipolar de aquí al año 2050.
Lo sorprendente del impactante análisis de Stroupe radica en la azorante velocidad del declive de Estados Unidos, que sería en «pocos meses», ni siquiera de años, lo cual permitirá, desde luego, cotejar lo cierto de sus asertos temerarios pero nada descabellados: «¿Cómo sabemos que el detonante ocurrirá pronto, con toda probabilidad en algunos meses, quizá este otoño, cerca de las elecciones presidenciales en ese país? Porque podemos medir la intensidad de las fuerzas y la rapidez del movimiento de los acontecimientos que presionan en forma terrible y creciente al orden internacional (...) en relación con los cambios de placas tectónicas en la historia, de forma tal que el actual orden internacional no puede soportar las presiones por mucho tiempo. El lapso hasta que el cambio masivo de las placas tectónicas ocurra debe ser medido en meses, no en años. La inminencia de una alianza euroasiática como nuevo centro de poder será verdaderamente impresionante, como resultado del reordenamiento de las cosas en la geopolítica y la economía global».
El declive estadounidense ha favorecido el acercamiento entre Europa y Asia como «nuevo centro estabilizador del mundo», lo cual lleva a un cambio colosal de los centros de poder: «existen fuerzas de atracción mutua que jalan a Europa y Asia en forma conjunta. Además, el creciente vacío de poder, debido al declive económico, diplomático y militar estadunidense, aunado a una oposición creciente a su cada vez mayor política exterior unilateral y militarizada, alimenta un amplio y acelerado realineamiento de estados en la masa territorial euroasiática, donde éstos prosiguen una creciente independencia de Estados Unidos y un acercamiento más estrecho entre los socios euroasiáticos». Por lo visto, Stroupe da por hecho que todo mundo sabe que uno de los mayores intercambios geoeconómicos del planeta se genera entre Francia y Alemania, con el «triángulo estratégico» de Rusia, India y China (concepto geoestratégico acuñado por el ruso Evgeny Primakov, en 1998).
Según Stroupe, «ha quedado claro que Estados Unidos, la última superpotencia, no puede dictar y controlar los eventos globales y regionales como solía hacer. Pese a su exagerado poderío tecnomilitar, no puede controlar los eventos en Irak o Afganistán para aportar estabilidad y paz. Los asuntos en esos dos países se mueven hacia una mayor inestabilidad y caos.
Este hecho trae implicaciones y repercusiones regionales y globales. El aura de la omnipotencia virtual estadunidense, apoyada por su inigualable poder militar, ha sido severamente mancillado y se está colapsando. Para el mundo entero, se exhibe ampliamente la inhabilidad militar de la última superpotencia para someter y controlar en forma efectiva, en la fase de posinvasión, a dos pequeños y relativamente insignificantes poderes: Irak y Afganistán».
Tomemos un respiro ante el apabullante diagnóstico de Stroupe, quien percibe perfectamente el desarrollo del declive unipolar a partir de Afganistán e Irak, pero cuyo epifenómeno se dejó palpar desde la huida poco graciosa de los marines en Somalia, sin soslayar las graves tensiones que suscitó con Rusia y China el «cambio de régimen» en Serbia, en 1998. Que Estados Unidos ya no controla los eventos es más que cierto, a la luz de los fracasos acumulados hasta en su patio trasero: en el cono sur, donde cunde la revuelta contra la imposición unilateral del tóxico decálogo neoliberal del «consenso de Washington».
Lula, Kirchner y Chávez, presidentes de las tres principales potencias sudamericanas (medido por su producto interno bruto -PIB-), representan la manifestación multiforme, en diferentes tiempos y gradientes, de la insurgencia latinoamericana en contra del cataclismo neoliberal apadrinado por la codicia depredadora estadunidense. Para quedarnos en el «hemisferio americano», en Canadá -socio de Estados Unidos en el G-7, la OTAN y el TLCAN- la mayoría de sus jóvenes ilustrados consideran que el presidente Bush constituye la mayor amenaza para el género humano. Desde luego que desde el saqueo de las joyas milenarias del inicio de la civilización universal resguardadas en el Museo de Bagdad, hasta las torturas paradigmáticas en Abu Ghraib, «el aura de la omnipotencia virtual» de ese país «quedó mancillada» en forma indeleble, y la insurgencia nacionalista religiosa, de los sunitas en Falluja y ahora de los chiítas en Najaf, puso en evidencia la ciega y estéril fuerza tecnomilitar de los marines, quienes no pueden imponer su voluntad como antaño: «los pasados dos años», siempre según Stroupe, «han demostrado los verdaderos límites reales del poder militar en general, y del poder militar en particular».
«De ahí que el declive del poder militar estadunidense sea tanto real como percibido. Es real porque carece de las fuerzas suficientes que tuvo, está sobredesplegado y sobrextendido en sus compromisos militares, y en formas variadas ha mostrado su notoria vulnerabilidad a métodos asimétricos de ataque. Su declive es percibido porque su anterior aura de invencibilidad ha sido removida. Tanto la percepción y la realidad de la agonía militar estadunidense es inmensamente importante, porque le brinda a varias naciones segundos pensamientos profundos sobre acuerdos militares, nuevos o continuados, con Estados Unidos. También estimula a algunas naciones a comprar armas y adoptar estrategias (incluyendo la creación de alianzas) destinadas a contrarrestar, inclusive a disminuir, la influencia militar de esa nación en sus regiones».
Ahora se entiende la dimensión del redespliegue del ejército estadunidense, de 70 mil efectivos y 100 mil en Europa y Asia, y que Stratfor (18 de agosto de 2004) intenta edulcorar como producto de un «castigo a Alemania» y para «tener ventaja de la tecnología militar del siglo XXI en una rápida movilización».
Lo real es que el «triángulo estratégico» de Rusia, China e India ha aumentado su gasto militar en proporción al PIB, y en recientes juegos de guerra la fuerza aérea de India, dotada de aviones rusos Sukhoi (sin necesidad de emplear los Mirage franceses, considerados los mejores del mundo), venció a la de Estados Unidos.
No faltan estrategas que vislumbran que India deberá formar una alianza con China para frenar a Washington. A Stroupe no se le escapa que «la nueva filosofía opera muy bien para aquellos que la adoptaron y que está carcomiendo progresivamente el poder de Estados Unidos y colocándolo en las manos de poderes más débiles que están aprendiendo a actuar en forma colectiva, a formar alianzas benéficas y significativas para requilibrar y aún contrarrestar el dominio global estadunidense».
Abunda lo archisabido sobre el declive de ese país en los ámbitos económico y diplomático, en los que cada vez se aísla más del concierto de las naciones civilizadas, con mayor ahínco en el seno de la OTAN y de la Unión Europea (UE): «en todos los parámetros de medición, Estados Unidos quedó devastado de su otrora poderío militar debido, en gran medida, a la dilapidación alocada de su gran poderío», que ha orillado a nuevos realineamientos y alianzas en el mundo, «impensables hace unos años». A su juicio, las potencias de Europa y Asia se preparan en «forma significativa e intencionadamente independiente de la economía estadunidense» a la eventualidad del «colapso del dólar». Resalta que la «UE y Rusia prosiguen su cooperación económica estratégica, aun con aquellos países catalogados como ’villanos’ por la Casa Blanca, los vínculos económicos estratégicos entre Europa, Rusia y Asia se han vuelto rápidamente muy extensos».
Le concede una enorme importancia a Rusia como vínculo entre Europa y Asia (que hemos deniminado «país pivote» del nuevo orden mundial en gestación). Los tiempos corren vertiginosamente y respecto de la tesis de Stroupe, De Defensa (19 de agosto de 2004), centro estratégico de pensamiento europeo, aduce que desde su invasión a Irak, a despecho del orden internacional que despreció, «Estados Unidos se convirtió en el principal y más poderoso ’Estado canalla’ del planeta, del que hay que cuidarse y desconfiar».
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