Cuando los observadores internacionales verificamos, cansados, la madrugada del sábado 21 de agosto desde Filas de Mariche, en Caracas, que el resultado de las 150 urnas auditadas confirmaba los resultados proclamados por el Consejo Nacional Electoral en la noche de las elecciones, ya se había hecho cansino el soniquete ruidoso, monótono y vacío que agitaba la dirigencia opositora, encaminada a una estrategia antisistema que desconocía la victoria del oficialismo en una suicida huida hacia delante.
Junto a la Coordinadora Democrática, los medios de comunicación privados, pese a la inexistencia de pruebas contrastables, siguieron haciendo llamados crispados a no aceptar el resultado del referéndum, a tomar la calle por la fuerza, a conseguir por vías violentas la salida del Presidente Chávez del Gobierno. Desmontadas una a una las denuncias de fraude, volvían a la carga con otras similares en una espiral interminable. Desde Miami, el ex presidente Carlos Andrés Pérez pedía una intervención armada y, una vez más, la Plaza Francia de Altamira de Caracas se convirtió en bastión de la oposición al chavismo, tomada por unos centenares de vecinos convencidos de que les habían robado las elecciones porque no podían entender que hay otra Venezuela que no se refleja en ellos.
La oposición exigió una última auditoria para terminar no acudiendo a ella. El Centro Carter, héroe durante la recogida de firmas para el revocatorio, se transformaba en el villano de una película de buenos y malos sin personajes consistentes. Desde la vocería de la oposición, demasiadas opiniones incompatibles en tan poco tiempo. Cuando pretendes ocultar un vacío con una sábana lo que resulta es un fantasma.
Pasadas las cuatro de la madrugada del lunes, el Presidente Chávez resumió desde el “balcón del pueblo” del Palacio de Miraflores la nueva que la dirigencia opositora aún no ha entendido: “la V República es para siempre.” Los miles de personas que escuchaban bajo una recia lluvia a su Presidente se saben portadores de una conciencia que nunca tuvieron y que, por eso, ahora defienden con pasión revolucionaria. La inclusión de los que nunca fueron admitidos, como ocurrió con la ciudadanía en Europa desde la Revolución Francesa, viene siempre para quedarse mientras exista base social movilizada.
¿Lucha de clases, como insiste la oposición? Los revolucionarios de ayer llevaban la bomba en el morral. Hoy, en Venezuela, los nuevos revolucionarios, en su mayoría del color de la tierra, llevan en sus bolsillos de pobres una Constitución que blanden a cada momento con firmeza. Un texto mágico para conjurar la rueda del tiempo de los que imaginan una marcha atrás al paraíso de los privilegios.
Las denuncias de fraude realizadas desde televisiones, radio y periódicos deberán estudiarse en los laboratorios de manipulación mediática. Ninguna denuncia fue presentada ante los organismos correspondientes (su evidente falsedad hubiera hecho incurrir en un delito a los que las presentaban) sino que se jaleaban a cinco columnas en los periódicos y eran presentadas en las televisiones acompañadas de música de fondo de película de terror (a tales niveles grotescos han llegado los medios en Venezuela).
Escuchamos consternados que habían aparecido papeletas de voto tiradas en la calle y que, con toda certeza, procedían de una urna robada. Quedaba así demostrado que la custodia de los votos por el ejército formaba parte del fraude. Cuando pudimos ver las papeletas, unas docenas, no eran sino parte del ejercicio con el que se habían probado previamente las máquinas de voto. En ellas aparecía una pregunta muy comprometida: “¿Cree usted que la cachapa es mejor que la arepa?.” Los que gritaron indignados agitando las supuestas papeletas de voto delante de cámaras y reporteros, al igual que los medios que dieron cobertura a esa denuncia deben muchas explicaciones.
Algo similar ocurrió con quienes decían que habían votado Si mientras que la papeleta emitida por la máquina había registrado No. Fueron paseados por todas las emisoras y cadenas anunciando el fraude, para después, delante de las autoridades del CNE reconocer que, o bien que se habían equivocado o bien habían mentido. Y otrosí con la denuncia de que había un tope en las máquinas, de manera que, al llegar a un número de votos del Sí empezaban a contabilizarse como No. Además de la imposibilidad material de cometer ese fraude (han sido las elecciones con mayores controles que ningún observador recordaba), ni la oposición ni los observadores internacionales encontramos ninguna anomalía en las auditorías previas, en las intermedias y en las finales.
Por otro lado, los resultados idénticos obtenidos en diferentes lugares tanto para el Sí como para el No eran estadísticamente normales para Mesas que contaban con el mismo número de electores y sólo dos opciones de voto (sí y no). Como señal de mala fe, hay que añadir que también se disponía de la tendencia marcada por el conteo manual de casi un millón de votos de sitios donde no había máquinas de recuento: la victoria del No sobre el Sí era ahí de 30 puntos, y no cabía manipulación de ningún tipo. Por último, una pregunta quedaba sin respuesta ¿por qué la oposición no planteó todas sus objeciones antes del proceso y, por el contrario, decidió expresar sus quejar solamente cuando el resultado le resultó adverso? Parece que los semáforos sólo se respetan por algunos si siempre los encuentran verdes cuando cruzan.
“Nos ha abandonado Bush”, rezaba la semana posterior al referéndum un titular de El nuevo país. En este caso, algo de razón les asistía. Las últimas administraciones norteamericanas, especialmente en el caso de George Bush, habían manifestado una profunda hostilidad ante Chávez, lo que les había acercado a su vez a la oposición representada por la Coordinador Democrática. La doctrina del ataque preventivo dejó sus secuelas en Venezuela, arrastrando a ella a cancillerías como la española (recordemos que fueron los Embajadores estadounidense y español quienes recibieron al Presidente golpista Carmona en abril de 2002).
Si bien es cierto que España no tenía agravios que justificaran esa enemistad con Venezuela, para la administración norteamericana, por el contrario, el comportamiento de Chávez era inadmisible. Inadmisible que el gobierno venezolano exigiera reciprocidad a los Estados Unidos para sobrevolar el espacio aéreo nacional; inadmisibles las críticas al Acuerdo de Libre Comercio de América Latina, al igual que los intentos de recrear otras alianzas regionales sin el vecino del Norte (recordemos, desde Europa, la hostilidad manifestada por la administración norteamericana a la implantación del euro).
E inadmisibles las críticas venezolanas a la militarización del conflicto colombiano impulsada por los Estados Unidos. Como si todo esto no bastara, tras la reactivación de la OPEP con la incorporación de Venezuela, los últimos esfuerzos del Gobierno de Chávez han ido encaminados a la puesta en marcha de varias plataformas regionales latinoamericanas para aunar esfuerzos en la comercialización de petróleo y gas en los mercados internacionales. El baúl de las impertinencias estaba colmado.
Sin embargo, dos sólidas razones desaconsejaban negar el resultado del referéndum: primero, la evidencia de que Chávez había ganado con dos millones de votos de ventaja, algo que se sabía tanto con encuestas previas, como con sondeos a pie de urna realizados por diferentes organismos y empresas; segundo, que con esa diferencia y con una base social favorable al Presidente muy activa, desconocer el resultado situaría al quinto productor de petróleo del mundo en una posición de gran incertidumbre. Las complicaciones políticas en Rusia, la demanda china de petróleo y, principalmente, la guerra de IraK desaconsejaron a unos Estados Unidos beligerantes contra Chávez el mantener su profunda confrontación.
Con el barril de petróleo rondando los cuarenta dólares, el resultado del referéndum tenía que admitirse. Que lo aceptado coincidiera con la realidad era anecdótico, aunque algunos observadores pretendieron pactar un resultado más ajustado que dejase en mejor lugar a la oposición. Interpretaciones del principio de soberanía ¿Acaso han sido los Estados Unidos escrupulosos con esas cosas cuando se trata de su patio trasero?
Un último asunto debe entenderse ¿Es real el peligro de cubanización de Venezuela? Más allá de lo capcioso de la pregunta, esta acusación apenas se sostiene. Venezuela es un país petrolero en donde la propiedad privada no está en cuestión. Además, mientras que Cuba es un producto de la guerra fría, la actual Venezuela es resultado del agravamiento de las políticas neoliberales a partir de los años ochenta. No pueden compararse manzanas con melocotones.
Es el carácter petrolero de Venezuela el que permitió que surgiera dentro del ejército un sector de izquierda no implicado en la represión, norma en otros países del área donde la dominación sólo podía conseguirse a golpe de fusil. De hecho, el chavismo surge como reacción a la represión militar durante el caracazo de 1989, donde murieron, bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez, al menos 3000 personas que habían bajado a Caracas desde los ranchitos a asaltar los supermercados en busca de comida. El golpe de Chávez de 1992, al igual que el levantamiento zapatista de 1994 se articula una vez desaparecida la Unión Soviética y está bien lejos de las estrategias propias de la guerra fría.
De ahí que uno de los elementos esenciales para la victoria del No hayan sido las misiones, programas populares de alfabetización, escolarización, sanidad, formación de cooperativas y distribución de alimentos subvencionados que han llevado por primera vez estos recursos a millones de ciudadanos. La incapacidad de hacer una política diferente con el aparato del Estado heredado ha llevado a la reinvención de un sector público no estatal, donde las relaciones entre el Estado, el mercado y una sociedad civil progresista y atenta son constantemente reformuladas en una suerte de postmodernidad crítica.
Como le ocurrió a la oposición franquista a la muerte del dictador, a la dirigencia opositora venezolana aun le falta entender que la IV República pertenece al pasado. Sólo cuando esto se asuma, surgirá una oposición dentro del nuevo régimen que, como ocurrió con el Partido Popular tras dejar atrás los resabios franquistas, puede incluso llegar a ganar elecciones con mayoría absoluta por la vía de un discurso y unas prácticas renovadas. La vía insurreccional planteada desde diferentes sectores minoritarios carece de base social, e manera que los hechos de violencia política, en una sociedad sin razones para guerra civil alguna, son mero terrorismo.
Esto no implica que el malestar de muchos venezolanos no sea real, si bien sus razones difícilmente pueden asumirse desde principios democráticos. Una buena parte de esos cuatro millones de personas que han votado contra el Presidente Chávez expresan la misma sensación que tendrían algunos europeos si de pronto millones de inmigrantes, hasta el momento invisibles, ocuparan sus calles, sus tiendas, sus cines y teatros, sus parques y sus recursos públicos.
Con la pequeña diferencia de que en Venezuela no se trata de inmigrantes, sino de ciudadanos que no solamente poseen los mismos derechos sino que traen en la agenda política una deuda social atrasada que quieren cobrar con urgencia. Si los xenófobos tendrían dificultades para explicar su postura ¿qué posibilidades les cabe a los que quieren negar a sus propios compatriotas los mismos beneficios que a ellos les asiste de vivir en sociedad? Una parte de Venezuela vive encerrada en la cárcel de sus palabras. Para ellos, sólo existe la Venezuela que refleja su cotidianeidad. Por eso han sido incapaces de entender que aunque el Si haya ganado por más del 90% las zonas acomodadas de Caracas, ha perdido en la práctica totalidad del resto del país.
Mientras esperábamos en una terminal del aeropuerto de Maiquetía al avión militar que nos llevaría al Estado de Anzoátegui, donde nos correspondía realizar la observación electoral, tuvimos la ocasión de hablar con catorce personas que habían llegado desde Miami en tres jets privados para ejercer su derecho al voto. El cien por cien iba a hacerlo contra Chávez. En Anzoátegui, llegamos directamente desde el aeropuerto a Barcelona, sede del Consejo Nacional Electoral Regional, donde, inesperadamente, una muchedumbre iba agolpándose en la puerta.
Varios cientos de personas, coreando consignas del chavismo, exigían su derecho al voto. El Gobierno, su Gobierno, por un error de información les había dejado fuera. Tenían el documento electoral con el colegio que les correspondía y, sin embargo, al ir a depositar el voto no aparecían en ese centro sino en otros lejanos. “Queremos votar,” gritaban sin cesar. La inmensa mayoría se había levantado a las tres de la madrugada del domingo (el chavismo hizo sonar por todos los pueblos y ciudades una diana a esa hora para que la gente se pusiera en marcha) y la práctica totalidad había hecho su trayectoria a pie para cumplir con su derecho al voto. Nos sorprendía a los observadores españoles, después de la triste participación en las elecciones al Parlamento Europeo, tanto deseo de votar por todas partes.
Qué duda cabe que los cuatro millones de votos obtenidos por la oposición son muchos votos. Pero seis millones son más. Es cuestión de sumar. Escribió Lacan que “El loco no es sólo un mendigo que cree ser un rey; también es un rey que cree ser un rey. La locura representa la eliminación de la distancia entre lo simbólico y lo real.” El símbolo exclusivo de una Venezuela blanca, europea, pudiente y cultivada sólo existe en los medios de comunicación y en los prejuicios de no poca gente. Es hora de que esa inmensa minoría que perdió las elecciones se enfrente al país real representado por la inmensa mayoría que ha ratificado en su puesto al Presidente Chávez. Mejor enfrentar un vacío que agitar el fantasma de un referente sin contenido. Los vacíos, al fin y al cabo, son por lo común una oportunidad.
Son más los venezolanos que el domingo fueron a votar caminando que los que tomaron un avión para ejercer ese derecho. Quizá convendría recordar las palabras de Simón Bolivar en su discurso ante el Congreso de Angostura en 1819: “Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte, que más bien es un compuesto de África y de América que una emanación de Europa.” Y cuanto antes lo entiendan los que viven en el ensimismamiento de una gran mentira, antes podrán ponerse manos en una obra apenas empezada: escribir Venezuela y que, por vez primera, en su nombre quepan todos.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter