El 4 de diciembre de 1983, funcionarios de la policía española, ayudados por mercenarios franceses, secuestraban en Francia al empresario vasco Segundo Marey. Nacían los Grupos Antiterroristas de Liberación, continuación de otras bandas al servicio del terrorismo de Estado que habían venido operando desde la llegada de la democracia.
En esos actos se tenía el beneplácito de los Estados Unidos (acostumbrado, al igual que Israel, a violar la soberanía en nombre de la seguridad nacional) y la condena de la República francesa. Las relaciones con Francia estuvieron mucho tiempo deterioradas por ese comportamiento, si bien la firmeza gala ayudó a que España terminara entendiendo que la democracia es incompatible con esos comportamientos. Gracias a la innegociable actitud francesa, España pudo desterrar esos vestigios de la dictadura.
El resultado final inmediato fue que unos policías españoles quedaron detenidos en Francia y que ETA, una banda con motivaciones políticas pero sin escrúpulos, asesinó al capitán Barrios como represalia. Años más tarde, algunos de los responsables de los GAL terminaron juzgados y condenados en España; el Partido Socialista Obrero Español pagaría en las urnas su colaboración en esa eterna infamia que es el terrorismo de Estado. Un Ministro del Interior, un Secretario de Estado de seguridad y un Gobernador civil dieron con sus huesos en la cárcel y arrastraron al PSOE a la oposición con la vergüenza de ese pasado criminal.
El nombre del máximo responsable de los GAL lo dirá la historia. Pensar que algo tuvo necesariamente que ver el entonces Presidente del Gobierno, Felipe González, excede nuestra pobre condición humana, y no es sino aplicar un método deductivo que, como nos enseñó Hume, sólo sirve para alcanzar la lucidez. España exportó a América Latina el intervencionismo militar contra los propios pueblos, y luego importó una operación Condor aplicada con ejecución de opereta bufa. Las malas lenguas dijeron que los consejos de Carlos Andrés Pérez nunca caían en saco roto en la Corte de González.
Más de dos décadas después, situaciones y actores con cierto aire de familia regresan en Venezuela: mercenarios, terrorismo de Estado, grupos políticos armados, invasión de la soberanía, beneplácito estadounidense, condena de las democracias, firmeza del país agredido e indignación de los pueblos que no quieren ni atajos en el Estado de derecho ni agresiones a la soberanía. En este caso sí se sabe quién es el máximo responsable.
Uribe lleva a Colombia al aislamiento y al pasado. Ignora que la soberanía, fugitiva, o se la cuida o se escapa ¿Seguirá la senda de todos aquellos dirigentes que, ignorando que Estados Unidos ejerce de nueva Roma, terminan siendo traidores mal pagados y abandonados?
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