El incendio de la torre Este de Parque Central se llevó buena parte de una de las estructuras emblemáticas del país y de América Latina, así como de otros pobres países petroleros ricos.
La verdad es que todos los que trabajan en esas torres saben que no son seguras ante incendios. Las escaleras son discontinuas, a algunas le faltan algunos escalones, que algunas puertas de escape y de prevención contra incendios están cerradas con candados y cadenas. Adicionalmente muchas escaleras han sido utilizadas como depósitos de escritorios y materiales en desuso.
Los pisos de seguridad que deben permanecer vacíos a fin de permitir el reagrupamiento de las personas ante emergencias, son utilizados con cierta frecuencia, y en algunos casos han tenido tabiques. Son numerosos los problemas de las inmensas torres, y es urgente aprovechar el impulso que este terrible accidente general a fin de hacer correctivos inmediatos, especialmente en la torre Oeste.
En la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, la construcción ha permitido inyectar los recursos provenientes del petróleo a la economía nacional. Eso impulsó significativamente la ingeniería civil y la arquitectura, generando repercusiones positivas en conocimiento, escuelas y grupos de investigación, empresas de gran capacidad, grupos consultores y creación de empleo.
A partir de los 80, enormes limitaciones institucionales han acompañado el declive de nuestra economía petrolera, todo enmarcado en el aumento de la exclusión, la pobreza, y la ausencia de eficacia y de eficiencia a la hora de tomar en cuenta la prevención de desastres y accidentes y el mantenimiento del patrimonio. En ese declive han sufrido instituciones, centros de investigación y formación, empresas y el empleo.
La falta de consideraciones técnicas y de previsión de riesgos ha sido tal, que un ministro de Infraestructura dijo que los estudios ingenieriles que le gustaban eran los que se culminaban al mismo tiempo que la obra. Es evidente que de esta manera las obras no cuentan con la más mínima previsión técnica y optimización de costos y disminución de riesgos.
En la falta de prevención y mantenimiento hay otras muchas tragedias posibles. Tal vez la más grave sería la que puede provocar un sismo en Caracas, con miles de ranchos destruidos, deslizamientos de tierra, y gente que no podría ser desalojada porque la pobreza los encerró en la improvisación de una casa con materiales apenas colocados uno sobre el otro, sin previsión técnica, sin mecanismos sismorresistentes. Las condiciones de vida de Caracas son hoy mucho peores que las del sismo de 1967, cuando los ranchos tenían uno o dos pisos y ocupaban mayormente terrenos estables.
Hoy llegan a siete pisos y muchos están en su mayoría sobre terrenos inestables. También es delicada la situación de riesgo de viviendas construidas por organismos del Estado, con insuficiencia de mecanismos sismorresistentes, como las de adobe que están presentes en zonas sísmicas como las del páramo andino, o aquellas que fueron colocadas sobre suelos de arcillas expansivas, sin haber realizado las evaluaciones correspondientes.
También puede mencionarse la otra tragedia de Vargas, la ingenieril. Tragedia porque se han cambiado proyectos iniciales para la reconstrucción, y peor aún, se han cambiado los proyectos de los canales de conducción de los flujos torrenciales. Corpovargas ha colocado gaviones en presas abiertas de retención, sustituyendo los originales proyectados en concreto armado.
Esa es una decisión desafortunada que incrementa el riesgo de la población. Esto ha sido reconocido por especialistas internacionales que asistieron a un evento preparado por Corpovargas a finales de 2004. Pero Corpovargas no ha arreglado las obras mal hechas, ni ha reconocido su error. ¿Se estará escondiendo detrás de su silencio?
Es necesario respetar los criterios técnicos y el conocimiento, y eso no se improvisa.
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