Apartes de un artículo publicado
en La Jornada, 14 de noviembre de 2004
Fallujah, sitiada y arrasada. Las rutas de escape fueron selladas, las casas demolidas. Arrasaron con la clínica de salud de emergencia, todo bajo el argumento de preparar a la ciudad para las elecciones en enero. En una carta al secretario general de la ONU, Kofi Annan, el primer ministro iraquí nombrado por Estados Unidos, Iyad Allawi, explicó que se requería de un ataque general «para poder salvaguardar vidas, elecciones y democracia en Iraq».
Con todos los millones que se gastan en «la construcción de la democracia» y en «la sociedad civil» en Iraq, llegamos a este punto: si puedes sobrevivir un ataque de la superpotencia mundial, puedes emitir tu voto. «El enemigo tiene rostro. Se llama Satanás. Vive en Fallujah», dijo a la BBC el teniente coronel Gareth Brandl. Bueno, al menos admitió que algunos de los luchadores viven en Fallujah, no como el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, quien quiere que creamos que todos provienen de Siria y Jordania.
Las elecciones en Iraq de por sí no iban a ser pacíficas, pero tampoco tenían por qué ser una guerra generalizada contra los votantes. La campaña de Allawi de Torpedea el voto es resultado directo de una desastrosa decisión tomada hace un año. El 11 de noviembre de 2003, Paul Bremer, entonces jefe de la ocupación estadunidense en Irak, voló a Washington para verse con Bush. Los dos hombres estaban preocupados de que si mantenían su promesa de llevar a cabo elecciones en Irak en el transcurso de los próximos meses, el país caería en manos de fuerzas no suficientemente pro-estadunidenses.
Eso acabaría con el propósito de la invasión y amenazaría las posibilidades de relegirse de Bush. En aquella reunión nació un nuevo plan: las elecciones serían pospuestas más de un año y, mientras tanto, el primer gobierno «soberano» iraquí sería escogido por Washington. El plan permitiría que, durante el proceso de campaña, Bush afirmara que había progreso [en Irak], mientras lo mantenía bajo control estadunidense.
En Estados Unidos, la afirmación de Bush de que «la libertad estaba en marcha» cumplió con su propósito; pero en Irak, el plan llevó derechito a la carnicería que hoy presenciamos.
Sí, la democracia tiene opositores reales en Iraq, pero antes de que George Bush y Paul Bremer decidieran romper con su promesa central de entregar el poder a un gobierno electo iraquí, estas fuerzas estaban aisladas y contenidas. Eso cambió cuando Bremer regresó a Bagdad y trató de convencer a los iraquíes de que no estaban listos para la democracia.
En enero de 2003, 100 mil iraquíes tomaron pacíficamente las calles de Bagdad, y en Basra 30 mil. Su consigna era «Sí, sí, a las elecciones. No, no a la selección». En aquel momento, muchos argumentaron que Irak era lo suficientemente seguro como para llevar a cabo elecciones y propusieron que las listas del programa petróleo-por-alimentos de la era de Saddam podía ser usado como padrón electoral. Pero Bremer se mantuvo firme y la ONU -fatalmente- lo respaldó.
Diez meses después, y con miles de vidas iraquíes y estadunidenses perdidas, con parte del país paralizado por otra invasión y gran parte del resto del territorio iraquí bajo ley marcial, las elecciones están programadas para enero. En cuanto al padrón electoral, el gobierno de Allawi planea usar las listas de petróleo-por-alimentos, justo como fue sugerido y descartado hace un año. Así que resulta que las excusas eran mentiras: si ahora se pueden llevar a cabo elecciones, seguro lo podían haber hecho hace un año, cuando el país estaba más calmado. Pero eso no hubiera permitido que Washington implantara un régimen títere, y probablemente hubiera impedido que Bush se reeligiera.
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