Los Estados Unidos recurren a la
tortura desde hace décadas. La
única novedad es que ahora la
practican a la vista de todo el
mundo. De ignorar los abusos,
los que se oponen a la tortura
corren el riesgo de verla
regresar a la sombra, en lugar
de presenciar su definitiva
abolición.
12 oct 05 - The Guardian - "Misión cumplida"
del segundo mandato de George
Bush, quedando a la vez patente la necesidad
de un lugar medianamente simbólico
desde el que poder hacer tan importante
declaración. Pero, ¿cuál es el verdadero
telón de fondo de su infame declaración
"No practicamos la tortura" ? Con su característico
sentido de la audacia, el equipo
de Bush se había instalado en los suburbios
de la ciudad de Panamá.
Audaz era, sin duda. A hora y media
en coche del lugar donde se encontraba
Bush, el ejército americano ha dirigido,
entre 1946 y 1984, la tristemente célebre
Escuela de las Américas (SOA), una siniestra
institución docente cuya divisa, si es
que había una, podría perfectamente haber
sido : "Practicamos la tortura". Es precisamente
aquí, en Panamá, y más tarde, en la
nueva ubicación de la escuela, en Fort
Banning, Georgia, donde podemos encontrar
la raíz de los actuales escándalos de la
tortura.
Según los manuales de formación hoy
desclasificados, los estudiantes de la SOE
oficiales de la armada y policías de todo
el hemisferio - se formaban en "técnicas
coactivas de interrogatorio" muy similares
a las que serían practicadas desde entonces
en Guantánamo o en Abou Ghraïb : por
la mañana, sacan al "sujeto" de la celda
muy pronto para maximizar el choque, se
le cubre al instante la cabeza para impedir
que vea, se le obliga a desvestirse y se le
priva de todas las percepciones sensoriales,
a menos que, al contrario, no se las exacerbe;
se "manipula" su sueño, su alimentación,
se le humilla, se le somete a cambios
extremos de temperatura, se le confina
al aislamiento, se le obliga a mantener
posturas agotadoras...y cosas peores. En
1996, la comisión de control de Inteligencia
del presidente Clinton había admitido
que los manuales de formación de los Estados
Unidos toleraban "la ejecución de
guerrillas, la extorsión, los malos tratos físicos,
la coacción y las falsas
encarcelaciones".
Algunos "diplomados" de la escuela
de Panamá han cometido, después, los peores
crímenes de guerra de los últimos cincuenta
años en el continente: los asesinatos
del arzobispo Oscar Romero y de seis
religiosos jesuitas en El Salvador, el secuestro
sistemático de bebés de los prisioneros
argentinos "desaparecidos", la masacre de
900 civiles en El Mozote, en El Salvador,
y una serie de golpes de Estado militares
demasiado numerosos para enumerarlos
aquí.
En cambio, ni un solo medio de comunicación
tradicional ha mencionado la
sórdida historia de este lugar, mientras cubrían
el anuncio de Bush. Pero, ¿cómo podrían
haberlo hecho? Para ello habría sido
necesario algo que se echa de menos en
este debate: admitir que el recurso a la tortura
forma parte de la política exterior americana
desde la guerra de Vietnam.
Se trata de una historia excesivamente
documentada a través de la avalancha de
obras, documentos desclasificados, manuales
de formación de la CIA, informes de
tribunales y comisiones de investigación
de la verdad. Alfred McCoy, en su reciente
obra "A Question of Torture", sintetiza todas
estas pruebas y elabora un asombroso
informe acerca de la forma en que monstruosos
experimentos, financiados en los
años 50 por la CIA, y realizados en pacientes
siquiátricos y prisioneros, se han convertido
en un prototipo de lo que denomina
"tortura sin contacto físico", basándose
en la privación sensorial y el dolor
autoinfligido.
McCoy ha descubierto que esos métodos habían sido probados in situ
por los agentes de la CIA en Vietnam, en el
marco del programa Phoenix, e importados
luego por América Latina y por Asia, en el
marco aparentemente anodino de las formaciones
destinadas a la policía.
No sólo los defensores de la tortura
ignoran esta historia cuando deploran los
malos tratos cometidos en "unas pocas manzanas
podridas". Un sorprendente número
de reconocidos detractores no cesa de afirmar
que la primera vez que unos funcionarios
americanos tuvieron la idea de torturar
a unos presos fue el 11 de septiembre del
2001, fecha en la cual, según ellos, habrían
aparecido los métodos utilizados en
Guantánamo para luego madurar definitivamente
en los recovecos de los sádicos
cerebros de Dick Cheney y Donald
Rumsfeld. Hasta entonces, nos dicen, América
combatía a sus enemigos sin perder una
pizca de su profunda humanidad.
El principal propagador de esta historia
(que Garry Wills denominó "estado de
no pecado original") no es otro qeu el senador
John McCain. Al hacer constar en
Newsweek la necesidad de desterrar la tortura,
McCain cuenta que cuando era prisionero
de guerra en Hanoi, tomó conciencia
"de que nosotros éramos distintos a nuestros
enemigos (...), de que, de haberse invertido
los papeles, nosotros no nos habríamos
deshonrado cometiendo o aceptando
semejantes malos tratos".
Se trata de una
distorsión histórica cuando menos sorprendente.
En la época en que McCain cayó
preso, la CIA había lanzado el programa
Phoenix y, como describe McCoy, "sus
agentes gestionaban 40 centros de interrogatorios
en Vietnam del Sur, donde se asesinó
a más de 20.000 sospechosos y se torturó
a unas decenas de miles más".
¿Reduciría de algún modo los horrores
de hoy admitir que no es la primera vez
que el gobierno americano ha hecho uso
de la tortura, que ha gestionado ya anteriormente
prisiones secretas, que ha apoyado
activamente a regímenes que intentaban
suprimir a la izquierda tirando a estudiantes
desde el avión? ¿Que, más cerca de
nosotros, se ha sacado al mercado y se han
vendido fotografías de linchamientos como
trofeos y advertencias? Muchos parecen
pensar así.
El 8 de noviembre, un miembro
del Congreso, el demócrata Jim
McDermott, hizo la sorprendente declaración
ante la Cámara de los Representantes:
"América no ha tenido nunca problemas
con su integridad moral, hasta ahora".
Otras culturas abordan su herencia de
la tortura proclamando: "¡Nunca más!" ¿Por
qué tantos americanos insisten en abordar
la actual crisis de la tortura gritando "Nunca
antes"? Supongo que viene de un sincero
deseo de evocar la real gravedad de los
crímenes de la actual administración. Y, la
adopción por parte de ésta de la tortura, a la
vista de todo el mundo, es, sin duda, un
hecho sin precedentes.
Pero seamos muy claros a propósito
de este hecho sin precedentes: no se trata
de la tortura, sino de que se practique a la
vista de todos. Las administraciones precedentes
mantenían a escondidas sus "oscuras
operaciones", los crímenes eran castigados,
pero se cometían en la sombra, se
desmentían oficialmente y se condenaban.
La administración Bush ha roto ese
contrato : al día siguiente del 11-S, se arrogó
desvergonzadamente el derecho a torturar,
un derecho que ha legitimizado mediante
nuevas definiciones y nuevas leyes.
A pesar de todos los discursos sobre la
tortura practicada en los demás países, la
verdadera innovación ha sido su introducción
en la nuestra, con prisioneros que han
sufrido malos tratos por parte de ciudadanos
americanos, en prisiones gestionadas
por EEUU, o que incluso han sido transferidos
a terceros países por aviones americanos.
Lo que más indigna a la gente es este
abandono de la etiqueta de la clandestinidad
en la comunidad constituida por el ejército
y los servicios de inteligencia: Bush
ha privado a todo el mundo de toda forma
plausible de negación. Este cambio reviste
un enorme significado.
Cuando la tortura se practica en secreto pero es oficial y legalmente
rechazada existe siempre la esperanza
de que, en caso de que las atrocidades
salgan a la luz, la justicia pueda no
obstante prevalecer. Cuando la tortura es
seudo-legal y sus responsables niegan que
se trate de tortura, a quien se lastima es a
quien Hannah Arendt ha definido como "la
persona jurídica en el ser humano". Pronto,
las víctimas no se preocupan ya de obtener
justicia, convencidas de la inutilidad y del
peligro que implica esa búsqueda. Es el
amplio reflejo de lo que sucede en el interior
de la cámara de tortura cuando se notifica
a los prisioneros que pueden chillar
tanto como quieran : nadie les oirá y nadie
vendrá a rescatarlos.
La terrible ironía del carácter anti-histórico
del debate sobre la tortura reside en
el hecho de que, con el pretexto de querer
erradicar los malos tratos futuros, se borran
de los archivos los crímenes del pasado.
Puesto que los EEUU no ha tenido nunca
comisiones de investigación de la verdad,
la memoria de su complicidad en los crímenes
lejanos siempre ha sido frágil. Hoy,
estos recuerdos se difuminan más todavía
y los desaparecidos desaparecen nuevamente.
Esta oportuna amnesia hace daño no
sólo a las víctimas sino a la causa de aquellos
que intentan suprimir de una vez por todas la
tortura del arsenal de la política americana.
Ya hay signos de que la administración va a
afrontar todo este alboroto volviendo a una
forma plausible de negación. La enmienda
McCain protege a todo "individuo bajo detención
o control físico del gobierno de los
EEUU". No dice una palabra de los entrenamientos
en la tortura ni de la compra de información
a la industria cada vez más floreciente
de los lucrados interrogadores.
Y, en Irak, ya se ha endosado el sucio
asunto a los escuadrones de la muerte iraquíes,
entrenados por los EEUU y supervisados por
comandantes como Jim Steele, el hombre que
se preparó para este trabajo poniendo en pie
unidades similares en el Salvador. El papel
de los EEUU en el entrenamiento y el control
del ministerio del interior iraquí ha sido olvidado,
más aún cuando se ha descubierto muy
recientemente a 173 presos en los calabozos
de este mismo ministerio : algunos habían
sido tan atrozmente torturados que su piel se
despegaba completamente de sus carnes.
"Vean, es un Estado soberano. El gobierno
iraquí existe", declaró Rumsfeld. Recordaba
de forma sorprendente a William
Colby, de la CIA, quien, ante una comisión
del Congreso que le pidió cuentas acerca de
las miles de personas asesinadas en el programa
Phoenix - que él mismo, Colby, había contribuido
a lanzar -, respondió que se trataba
ahora de un "programa 100% vietnamita".
Como escribe McCoy, "si no entiendes
la historia ni las profundidades de la complicidad
institucional y pública, no puedes esperar
de ninguna forma poder iniciar reformas
que tengan un mínimo sentido." Los legisladores
responderán a la presión eliminando
una pieza minúscula del aparato de la tortura
: cerrando una prisión, clausurando un
programa, incluso reclamando la dimisión de
una manzana realmente podrida como
Rumsfeld. Pero McCoy nos previene: "conservarán
la prerrogativa de la tortura".
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