Si funciona el proyecto de la Comunidad Sudamericana de Naciones, quizá algún día se podrá decir que el hombre que creyó que había «sembrado en el viento y arado en el mar», ganó la batalla después de muerto, como el Cid Campeador.
El 20 de septiembre de 1830, Simón Bolívar le escribe desde Cartagena de Indias a Pedro Briceño Méndez, su ex ministro de Marina y Guerra: «Estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado. No pido por recompensa más que el reposo y la conservación de mi honor; por desgracia es lo que no consigo».
Tres meses después, el 17 de diciembre, Bolívar moría en Santa Marta. Tenía sólo 47 años y se llevó a la tumba el sentimiento de haber fracasado en su intento de crear los Estados Unidos de América Latina: «He sembrado en el viento y arado en el mar».
Triste epitafio para un civil que organizó un ejército rebelde multinacional -integrado por colombianos, argentinos, chilenos, peruanos y voluntarios europeos- y derrotó al imperio español en América del Sur. Terrible final para un político que fue presidente de seis países: la Gran Colombia, que incluía a Colombia, Venezuela, Ecuador y lo que hoy es Panamá (1819-30); Perú (1824-26) y Bolivia (1825-26).
El Libertador recorrió 123 mil kilómetros -muchos más que los que transitó Cristóbal Colón- y llevó la independencia a la distancia de 65 mil kilómetros, lo que equivale a una vuelta y media al planeta. Para decirlo de otra forma: abarcó el triple que el macedonio Alejandro Magno y diez veces más que el cartaginés Aníbal.
Pero los triunfos militares de Bolívar no fueron acompañados por éxitos políticos. Su fracaso más grande fue el Congreso Anfictiónico de Panamá, en de junio de 1826, donde intentó la creación de una sola Hispanoamérica.
En la Grecia clásica, la «anfictionía» ignificaba un conjunto de ciudades o repúblicas hermanas, unidas por un idioma y una cultura comunes alrededor de un santuario u otro lugar notable. Existió, entre otras, la anfictionía de Delfos, dirigida por un consejo de 24 miembros, que representaba a las doce tribus de la región de las Termópilas. «¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuera para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!... Ojalá que un día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso», se entusiasmaba el Libertador.
A la reunión sólo asistieron Colombia, Venezuela, Ecuador, Guatemala, México y Perú. Chile, los países centroamericanos y lo que hoy es Argentina, no participaron a causa de sus conflictos internos. Bolivia no llegó a tiempo. Decepcionado, Bolívar se comparó con «aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban».
El proyecto de una sola Patria Grande chocó con las posiciones particularistas de los antiguos virreinatos y capitanías generales del imperio español, cuyas oligarquías locales prefirieron buscar la independencia por separado.
Transcurrieron 178 años para la firma de la Declaración de Cuzco y la creación de la Comunidad Sudamericana de Naciones (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y Venezuela). El proyecto representa al tercer mayor bloque económico del mundo, sólo superado por la Unión Europea y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
La comunidad incluye a más de 360 millones de personas que habitan en un espacio que supera los 17 millones y medio de kilómetros cuadrados, con fuertes reservas de gas y petróleo para más de un siglo. Entre sus objetivos a largo plazo se cuentan una moneda única, un solo pasaporte, un tribunal de justicia común, un Parlamento, una unión aduanera, un mercado común y posiciones conjuntas en foros mundiales.
Quizá algún día se podrá decir que Bolívar -el hombre que creyó que había sembrado en el viento y arado en el mar- ganó la batalla después de muerto, como el Cid Campeador.
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