El subsecretario general para Asuntos Humanitarios de la Organización de Naciones Unidas, el noruego Jan Egeland, especialista muy bien rentado y con estupendos viáticos para recorrer cualquier retaguardia del mundo, estuvo en Beirut. Fue una visita rápida, al tono con estos tiempos de ofensivas relámpago muy similares a la blitzkrieg alemana sobre Polonia en 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial.
El funcionario internacional declaró que estaba “horrorizado” por los ataques de la aviación israelí y exhibió su “estupor” ante las cámaras de los corresponsales extranjeros al visitar la devastada zona sur de la capital de Líbano. Ecuánime, oportuno y sagaz, Egeland recordó que los bombardeos contra civiles “están prohibidos por las convenciones internacionales”.
Después se montó a un avión, se instaló en primera clase y partió hacia otros rumbos, a cualquier lugar del planeta donde los condenados de la tierra requieran su presencia para defender los derechos humanos. Como El Llanero Solitario, pero sin antifaz ni pistolas, con lentes y mucho más elegante.
Las declaraciones del enviado de la ONU seguramente conmovieron a los generales israelíes, a los jefes de Hezbollah, a los líderes de Hamas, a los comandantes sirios e, incluso, a los belicosos estrategas iraníes. Y a los centros del poder en Washington, Londres, Berlín, París, Roma, Moscú y Tokio. Seguramente conmovieron a casi todos, menos a los bravos pilotos judíos que -por las características de su faena aérea y como en los tiempos de Manfred von Richtoffen, más conocido como El Barón Rojo- parecen no estar al tanto de las noticias terrestres.
Cerca de 600 mil ciudadanos han abandonado sus hogares desde que el 12 de julio pasado Israel lanzó su ofensiva por tierra, mar y aire contra Líbano, que ha causado más de 360 muertos civiles. Los aterrorizados fugitivos se deben haber sentido muy reconfortados por las palabras de Jan Egeland, si es que se enteraron quién es y para qué fue a Beirut.
Es posible que otras dos personas hayan quedado sumamente impresionadas por las declaraciones del representante humanitario de la ONU: el primer ministro israelí, Ehud Olmert, se manifestó partidario de la intervención de tropas de la Unión Europea, mientras que su ministro de Defensa, Amir Peretz, se inclinó por una fuerza de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Nada de inoperantes “cascos azules” de la ONU, que sólo sirven para misiones de turismo de aventura en Haití o Somalia. Olmert y Peretz, dos reconocidos filántropos y seguros candidatos al Premio Nobel de la Paz en el 2008, como en 1978 lo fue aquel discípulo de Mahatma Gandhi llamado Menahen Begin, saben que sólo los auténticos guerreros tipo Robocop son capaces de imponerle un poco de sentido común a una potencia militar como Líbano o a las guerrillas de Hezbollah, las más poderosas del planeta.
¿Y qué mejor que la OTAN? La alianza militar disuasiva fue creada por iniciativa de Estados Unidos en 1949, en plena Guerra Fría, para servir de escudo a las arremetidas de la Unión Soviética y sus satélites de Europa Oriental. Gracias a la OTAN, entre otros factores históricos, el comunismo hoy es un recuerdo de una época muy lejana. Como lo serán, algún día, los necios árabes de esa díscola región del mundo. Un último esfuerzo y serán sólo una anécdota, apenas una marca más en la culata del revólver.
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