Desde hace mucho tiempo, los pueblos indígenas de Venezuela han resistido diversas formas de exterminio cultural (etnocidio de acuerdo a Jaulin, 1976,1974) y físico (genocidio de acuerdo a la Organización de Naciones Unidas desde 1948), conjugadas ambas bajo el término etnogenocidio (Morales, 1993, 2000), como realidades inherentes a un proceso de colonización que se afinca de una manera sistemática y permanente.
Esta realidad reforzada ideológicamente a través del tiempo por cada uno de los gobiernos antidemocráticos, partidarios de la implementación de una economía dependiente cada vez más de la monoproducción (primero fue el café, ahora es el petróleo), enfatizó también el reforzamiento de la fricción de dos modelos civilizatorios, esto es, el propio de los pueblos indígenas y el occidental.
Entre las diversas formas coloniales por las cuales los pueblos indígenas han atravesado, pueden enumerarse desde la esclavitud practicada en el proceso de conquista y colonización ibérica, hasta las violaciones y aniquilamientos físicos de millones de ellos y desde esto hasta la gran diversidad de formas de saqueo, desde el oro hasta las complejas formas de expropiación de conocimiento sobre el uso ancestral de los recursos naturales, ésta última modalidad, bajo el nombre reciente de la biopiratería (Ramos, 2000, Fernades, 2002).
Esta perpetuación del sistema colonial en las sociedades indígenas, traducida para el caso de los estados periféricos como neocolonial, en términos de Bonfil Batalla (1972) es entendida como colonialismo interno, para el caso de las políticas "asistencialistas" y más bien racistas llevadas a cabo por los estados con sus propios pueblos ancestrales.
La resistencia a tal sistema se legitima fácticamente a través de las oposiciones ante tendidos eléctricos, ante las explotaciones mineras incontroladas, ante un turismo que beneficia sólo a empresas multinacionales, al cuestionamiento de leyes que pretenden borrar de un plumazo la existencia de sus vastos patrimonios culturales, y progresivamente su existencia, para apoderarse de los recursos que se encuentran en los territorios donde se han asentado desde tiempos inmemoriales los pueblos indígenas latinoamericanos.
En Venezuela, ejemplos de estos casos de etnogenocidio, se encuentra en los Barí del Zulia (explotación petrolera), en los Kari’ña de Anzoátegui y Monagas (explotación petrolera), en los Warao del Delta (cierre del caño Manamo, explotación petrolera) en los Ye’kuana de Bolívar y Amazonas (Invasión de Territorio por la FAV en 1965, y por extranjeros, como J.J Bichier en 1969), en los Yanomami de Amazonas (Masacre de Haximu, 1993), en los Hiwi de Apure (Masacre de la Rubiera), en los Piaroa de Amazonas (Invasión de Territorio por Hermann Zingg y otros, 1984), y en los Pemones del Estado Bolívar (Tendido Eléctrico y desafectación de la Reserva Forestal de Imataca bajo Decreto Nro 1790, para explotación minera, 1997.
El cual gracias al activismo de algunos científicos y Ong’s particulares no se ejecutó, y cuyo modelo podría repetirse con el Nuevo Decreto 3110: Plan de Ordenamiento y Reglamento de Uso de la Reserva Forestal Imataca, si no se revisa con suficiente detalle), entre muchos otros.
Para comprender este tipo de resistencia, tomo la premisa de Morales quien la entiende como:
"El proceso, a través del cual, los pueblos o naciones indígenas, primero colonizados y, luego, integrados a los Estados-Nación, se han opuesto y se oponen sistemáticamente a una asimilación homogeneizadora y reclaman su derecho a tomar decisiones sobre sus propios recursos" (1993:494)
Además de esa conceptualización, utilizo la idea del Control Cultural, mecanismo de resistencia bajo el cual Bonfil Batalla (1989), describe la forma en que los indígenas se valen de los propios recursos (patrimonio) que produce y reproducen, más precisamente:
"El sistema según el cual se ejerce la capacidad social de decisión sobre los elementos culturales. Los elementos culturales son todos los componentes de una cultura que resulta necesario poner en juego para realizar todas y cada una de las acciones sociales: mantener la vida cotidiana, satisfacer necesidades, definir y solventar problemas, formular y tratar de cumplir aspiraciones. Para cualquiera de estas acciones es indispensable la concurrencia de elementos culturales de diversas clases, adecuados a la naturaleza y al propósito de cada acción" (1989:10).
Haciendo las distinciones en torno a esos diversos elementos, Bonfil Batalla (1989:11) expresa que existen, los de tipo materiales (objetos en estado natural o trasformados), los de organización (las relaciones sociales sistematizadas), los de conocimiento (experiencias asimiladas y organizadas), los simbólicos (diversos códigos comunicativos), emotivos (representaciones colectivas de creencias y valores que propician la participación y la aceptación de las acciones).
El uso determinado de estos elementos como fenómeno de la resistencia, lo podemos percibir, como un modelo a seguir, una manera incluso de ilustrar un modo diferente de comprender al mundo y con esto, la legitimación étnica de un gran universo cosmovisional (que se configura en este sentido como ideología) que varía de un pueblo indígena a otro, y de manera plural convergen bajo una forma específica de hacer política.
En Venezuela, esto ha surgido de una manera bastante acelerada e impulsada por el proyecto político de Hugo Chávez, que se consolida con la Constitución de 1999, e instaurando, vía Asamblea Constituyente, todo un capítulo (el VIII) para la consolidación de estos movimientos indígenas.
A juicio de Arvelo-Jiménez: "La resistencia y la reindianización se han producido sin manipulación externa y como producto de un proceso originado en la base, desde niveles más visibles y fáciles de aprehender y de forma horizontal, es decir, sin una coordinación centralizada y única como hubiera sido un movimiento vertical dirigido desde arriba. No obstante, esta horizontalidad no han descuidado contar con representantes a nivel central ni jugar con la conjunción de lo horizontal y lo vertical, lo indígena y lo criollo" (2001:20).
Entendiendo por reindianización la valorización/reinterpretación, dentro del sistema colonial al cual se encuentran sometidos los indígenas, del patrimonio cultural en su totalidad, dichos movimientos se encuentran en una ágil y certera dinámica de reafirmación étnica, que legitima la resistencia al negarse a desaparecer de la historia de la humanidad.
Esa dinámica es reforzada por varias organizaciones creadas en tiempo muy reciente, que comprende a más de 60 organizaciones a nivel sólo del Estado Amazonas y hasta por más de 40 reconocidas directamente por el Consejo Nacional Indígena de Venezuela (Conive).
Como paradigma político, la idea de la resistencia es asumida por Chávez como una forma de legitimar igualmente la lucha, ante el colonialismo, no solamente hacia los pueblos indígenas, sino al colonialismo (llamado neocolonial, tanto externo como interno) al cual está aun sujeto el propio Estado, y el pueblo venezolano en sí mismo.
Por lo tanto, hablar de resistencia indígena, en este momento histórico, es hablar de resistencia de un Estado asumido ideológicamente como pluricultural y plurilingüe, bajo este nuevo proyecto de sociedad, más precisamente de Nación, donde convergen la lucha indígena y la lucha nacional en general (aunque aun no compartida por ciertos sectores de la población, partidarios de perpetuar el colonialismo), en aras de legitimar ideológicamente bajo el concepto de resistencia, la lucha por un sistema verdaderamente democrático, donde la diversidad cultural exista como una realidad posible.
Como venezolanos, latinoamericanos y en general como Patria Grande, debemos estar atentos a estos procesos y motivarnos en conseguir estas utopías, bastante certeras y respaldadas por millones de personas a nivel mundial que creen en la posibilidad de instaurar un sistema pluriétnico en sus respectivos países, debemos cuestionar todas las prácticas que nos alejen de otro tipo de paradigmas, por ejemplo, los que indiscriminadamente se venden disfrazados de un ideal democrático como estrategias de explotación económica, donde se atenta con diversas formas de explotación del hombre por el hombre, y de la naturaleza, olvidándose del futuro colectivo, esto es, en definitiva, una lucha contra sí mismo. Lo que sabiamente nos lo han advertido nuestros hermanos indígenas desde que el hombre europeo invadió sus tierras.
Uno de los ejemplos más concretos de la convergencia de la resistencia como paradigma político, entre el mundo criollo e indígena, fue el I Encuentro Internacional de la Resistencia y Solidaridad de los Pueblos Indígenas y Campesinos, realizado en Caracas, entre el 11 y el 14 de Octubre del año 2003. Ese encuentro definitivamente marcó las pautas de una consolidación internacional, que desde hace tiempo ya, ha estado irradiando las diversas formas de resistencia que debemos hacer ante el colonialismo que siguen sufriendo tanto los pueblos indígenas como los campesinos.
La asistencia de más de 3000 campesinos e indígenas del país y de más de 60 de la misma índole de otros países, sirve como un ejemplo del compromiso político que este gobierno está asumiendo, lo cual apunta a la idea bolivariana de la unión de nuestra América, ya que todas las organizaciones internacionales vinieron de estos países, principalmente de Guatemala, Perú, Bolivia, Chile, Colombia, Brasil, Ecuador, México y Estados Unidos.
Curiosamente y como muestra de la oposición rotunda a que este sistema colonial no sea cuestionado, ningún medio de comunicación impreso reseñó nada sobre el asunto, salvo contadas excepciones como el diario Últimas Noticias, el diario Vea y los medios oficialistas, como debía ser obvio.
Ni siquiera en los ámbitos académicos como el de la Escuela de Antropología de la Universidad Central de Venezuela se dijo nada, lo cual directamente implica la poca importancia, a nivel del pre-grado, ni tampoco el Departamento de Antropología del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas, a nivel del pos-grado. Instituciones que otrora, hace unos 20 años, tenían investigadores que se pronunciaban en contra de las misiones protestantes Nuevas Tribus, o bien, ante hechos tan conocidos como la invasión del territorio ye’kuana de Cacurí por J.J.Bichier, o del territorio Piaroa por Herman Zingg, defendidos tanto por adecos y copeyanos.
Cabe resaltar que recientemente, con la publicación del libro Darkness in El Dorado (Oscuridad en el Dorado), de Patrick Tierney (2000 edición en inglés, 2001 en español), tan cuestionado en la Asociación Americana de Antropología, en Venezuela se pronuncian dos investigadoras muy conocedoras de la realidad indígena de Venezuela, como son Nelly Arvelo-Jiménez (IVIC) (2001) y María Eugenia Villalón (UCV) (2002).
Pero resulta curioso que, cada una aun cuando hayan defendido a las respectivas instituciones a las que pertenecen ante las nefastas declaraciones que hace alusión el libro, al igual que los protagonistas del Simposio Nuevos Diálogos Interétnicos realizado en la Escuela de Criminología de la Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela, en Noviembre del 2000, ningún otro debate fue realizado o en su defecto, manifestado públicamente.
Lo que indirectamente estaría promoviendo desde mi punto de vista, la eliminación progresiva de la historia de nuestro país, de un hito tan trascendental para analizar la realidad etnogenocida que continúan atravesando nuestros pueblos indígenas.
Por otro lado, comparto la postura de Jacqueline Clarac con respecto a los pueblos ancestrales indígenas que poseen una "conciencia política que han venido desarrollando sus líderes nacionales, lo que los capacita para lidiar con los políticos e intereses criollos y los independiza de la ayuda que otrora les habían dado los antropólogos. Sin embargo, muchos indígenas están descontentos con sus tres representantes en la Asamblea Nacional, y piensan que son demasiado pasivos y se olvidan de resolver los problemas de las distintas etnias que los han nombrado" (2001:368).
Esa última frase es compartida por varios indígenas, al sostener que la excusa de sus representantes es que ellos están ahí para legislar y no para resolver problemas, y aun cuando esta posición no se justifica del todo, el papel que ellos llevan como diputados en la Asamblea Nacional, es bastante decisivo, para presionar por el cumplimiento de sus derechos, y por conseguir la aprobación de nuevas leyes, como por ejemplo, la Ley Orgánica de Pueblos y Comunidades Indígenas, que aun no se ha aprobado, y la Ley de Educación de los Pueblos Indígenas y Uso de sus Idiomas, la cual de acuerdo al diputado indígena José Luis González (2004), será revisada muy pronto por la Comisión Permanente de Pueblos Indígenas de la Asamblea Nacional.
A nivel concretamente de los intelectuales, no es nada raro que en Venezuela, exista una separación entre un proyecto político novedoso y un sector de intelectuales desprendidos de la realidad por la que atravesamos, me refiero a esos que parecen estar interesándose por una causa indígena, pero que a la hora de la verdad terminan realizando importantes investigaciones que luego archivan en sus bibliotecas, o peor aun, las venden o donan a prestigiosas universidades del "primer mundo" (Situación advertida por el antropólogo Mosonyi en 1975), que luego destinarán sus fondos a perpetuar, a través de la biopiratería, las más brutales formas de neocolonialismo.
¿Qué está pasando con los intelectuales? Sencillamente que al encapsularse en sus investigaciones, basados en un egocentrismo enorme, se olvidan que su objeto de estudio, hace tiempo perdió el temor a expresar sus inquietudes y a luchar por la abolición del neocolonialismo, y le está quitando las máscaras a cada uno de los que les encantan aprovecharse de lo "extraño", de lo "exótico", para llenar los vacíos de espíritu que su propio proyecto "civilizatorio" les ha absorbido, moldeándolos en seres sin sentido.
En este último punto resalta el prácticamente inexistente (incluso a nivel físico no existe una sede real), Colegio de Antropólogos y Sociólogos, el cual debería estar promoviendo el debate, y representar toda una posición ante los cambios imparables que nuestra nación está confrontando hoy en día.
Exhorto pues, a nuestro necesario activismo, a promover acciones para que la labor intelectual de los científicos y en especial de los científicos sociales, juegue el papel decisivo que deben ejercer más allá de las cuatro paredes de un salón de clases. Creo en el papel dinámico de la ciencia y en la manera decisiva mediante la cual, podemos conjugarla y más específicamente la antropología con la praxis política transformadora, esa que no sólo aboga por la permanencia histórica de los pueblos indígenas, sino también por la vigencia de un Estado Nación ejemplar en el respeto de los derechos y en el cumplimiento de los deberes de todos los ciudadanos que lo constituyen, desde el indígena al criollo, pasando por el afrodescendiente. Aprovecho nuevamente la oportunidad para compartir entre mis colegas, el siguiente mensaje.
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