Si el verdadero camino de la integración latinoamericana buscaba un punto de arranque, La Habana resultó el escenario para abrir al continente a la aplicación de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).
Así resultó como colofón a la histórica visita de Hugo Chávez, 10 años después de que el presidente Fidel Castro le sorprendiera al recibirlo al pie del avión que, en 1994, le trajo por primera vez a la isla.
Pocos podían augurar que el rebelde ex teniente coronel, recién salido de la cárcel, se convertiría en bandera de esperanzas para millones de venezolanos y de otros pueblos latinoamericanos y caribeños.
El propio mandatario cubano decía esta vez que “Chávez regresó como un gigante” y la frase, más que un halago, dibuja la grandeza encerrada en las cuatro letras del ALBA, contrapuesta a otra sigla, ALCA, acuñada en Washington.
Hay todo un abismo de diferencias entre ALBA y ALCA, porque sus contenidos y metas se contraponen, en particular para los objetivos originarios de la integración de Nuestra América, aquella de Bolívar y Martí.
Cuando en todo el continente el enfrentamiento al proyecto neocolonial del Area de Libre Comercio de las Américas era más asunto de pueblos que de gobiernos, el ALBA resultó el primer y más acabado plan gubernamental que se le opone.
La Alternativa Bolivariana para las Américas es una propuesta del gobierno venezolano que retoma las raíces históricas de nuestros pueblos y apunta a una ruta de cooperación y solidaridad, con el hombre como eje y no el mercado.
Muy a tiempo entonces el acuerdo firmado por los presidentes de Cuba y Venezuela para aplicar sus principios a las relaciones entre ambos, lo cual se convierte en referente para procesos regionales de integración en marcha.
Sobre todo porque el ALCA va de tropiezo en tropiezo y ya ni se habla del cronograma inicial por el cual el gobierno de Estados Unidos aspiraba a tener la firma de todos los mandatarios del hemisferio en enero del 2005.
En ello ha tenido mucho que ver la oposición de organizaciones sociales, populares e indígenas de la región, pero también la actitud valiente de los gobiernos de Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y el propio Chávez.
Tuve la oportunidad de asistir al nacimiento del ALBA, que el presidente venezolano presentó a sus colegas de la Asociación de Estados del Caribe en diciembre del 2001, en isla Margarita.
Por aquellos días la derecha llamaba en Caracas a un paro empresarial, cual adelanto de los aprestos golpistas que condujeron a los sucesos de abril del 2002. El proyecto integracionista bolivariano también estaba en la mira de la Casa Blanca.
Y es que resulta la antítesis al ALCA. Según el proyecto bolivariano, el comercio y la inversión no deben ser fines en sí mismos, sino instrumentos para alcanzar un desarrollo justo y sustentable.
De esta manera, la integración latinoamericana y caribeña no puede ser hija ciega del mercado. Precisa además de la acción reguladora del Estado y la participación ciudadana. Todo lo opuesto al ALCA.
No es casual entonces que el acuerdo cubano-venezolano reconoce las asimetrías político, social, económico y jurídico entre ambos países.
Tal premisa será tomada en cuenta al aplicar el principio de reciprocidad en los acuerdos comerciales y financieros que se concreten entre las partes.
EL ALCA funciona con una filosofía de dominación. Estados Unidos pretende imponer su superioridad al desconocer las desventajas de los países latinoamericanos y caribeños en materia tecnológica y productiva, entre otras.
Con el ALBA, por el contrario, Cuba y Venezuela buscan complementar fuerzas y promover la integración bilateral, en un proceso de cooperación solidaria de beneficio mutuo.
Asimismo se unen en el compromiso para combatir el analfabetismo y la insalubridad en otros países, aprovechando la experiencia acumulada y los recursos humanos de la cooperación bilateral en esos rubros.
Transferencia de tecnología, recursos financieros, facilidades para la inversión, tratamiento preferencial para aerolíneas, de ambos países, entre otros importantes aspectos, le dan sustento al amplio acuerdo.
Pero también estipula la formación de recursos humanos, el desarrollo y cooperación cultural, el deporte, turismo y la protección del medio ambiente.
No se trata entonces de un acuerdo comercial o económico. Es mucho más que eso. El convenio resulta paradigmático para la cooperación Sur-Sur, pero para los latinoamericanos puede significar, además, el punto de partida para la verdadera integración latinoamericana.
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