Toledo ha expropiado la voluntad popular. Como Beláunde, como García Pérez, como Fujimori, como todos defensores incondicionales del desorden establecido. Es más, Alejandro Toledo, el muchacho pobre, que "plantó su estera", resultó siendo más servil e incondicional que los que lo precedieron.
El, que convocó al pueblo para derrocar a Fujimori por corrupto, terminó siendo tanto o más corrupto que el derrocado. ¿Confiaba Toledo en la socorrida mala memoria del pueblo peruano? Pues se equivocó. Arequipa, en el 2002 se lo recordó contundentemente, y luego el magisterio estatal agrupado en el SUTEP hizo lo propio en el 2003.
Repudiado por la población, de todos los rincones del país, Toledo no puede ya hace mucho tiempo caminar sin por lo menos dos centenares de guardias armados (y otro tanto de soporte perimetral). Donde sea que exhibe su rostro y el de su magnética mujer, es blanco del repudio de las masas peruanas, botellas de plástico, frutas, huevos, cualquier cosa arrojadiza es válida para manifestarle claro y directamente el repudio frontal.
Si Toledo tuviera algo de sangre en la cara, ya hubiera renunciado hace mucho. La vergüenza es palabra inexistente en su diccionario. En cambio se maneja una caparazón, más grande y fuerte que la de una tortuga policentenaria.
Las causales de la vacancia presidencial están a la vista desde hace muy buen tiempo. Para todo el que quiere ver, y escuchar, enterarse, menos para los señores del Congreso y los magistrados del Poder Judicial. Basta una opinión o un simple dicho de sus leales escuderos, de aquellos que le sobran en sus mesnadas, y ¡ya!, no hay prueba, declaración o testigo que valga.
Por todo esto es que ante un gobierno que ha perdido la legitimidad total y absolutamente, lo único que queda es la rebelión. Exigir por la fuerza de los hechos que de una vez por todas se aparte del cargo, y que sea sometido a un juicio que determine su situación jurídica.
Hay que decirlo con todas sus letras: la rebelión etnocacerista se justifica, y las demandas que ha presentado son perfectamente válidas, atendibles. El Congreso de la República debería ya pronunciarse vacando a Toledo, convocar a elecciones para una Asamblea Constituyente, la que tendría que hacerse cargo del Poder.
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