Así Tabaré Vázquez es hoy el Presidente de los Orientales. El Uruguay tiene un gobierno de izquierdas y se termina para siempre una alternancia entre los partidos tradicionales que ha durado 170 años.
Tabaré está así en el cargo al término de un día que es la apoteosis del consenso popular al gobierno frenteamplista -que desde hace 15 años administra (y bien) la capital Montevideo- y está llamado como pocos gobernantes en la historia a un cambio tan radical.
Y Tabaré en un discurso políticamente alto como pocas veces se ha escuchado, confirma las aspiraciones de todo un pueblo. La llave de todo está una vez más en la construcción de la Patria Grande, de aquel contexto regional al cual constantemente llama Hugo Chávez y al cual con cada vez más conciencia más países latinoamericanos se reconducen.
En esto va la primera enseñanza que el Sur hoy es capaz de darle al Norte. La construcción europea fría, hecha por leyes económicas neoliberales escritas en Maastricht y sancionadas por el abortito del tratado constitucional, ni apasiona ni defiende a Europa desde los desafíos del siglo XXI.
Ésta ha construido un gran mercado interno y ahora se niega en beneficiar de las ventajas que desde el mercado interno pueden realizarse. La nueva América Latina, con sus caminos difíciles debidos a la dominación imperial estadounidense, lee claramente que el futuro será común o no será. En esto hay quien corre más, Chávez, y quien menos, Lula, que busca aún el espejismo de una construcción del solo “continente Brasil”, y sin embargo no se sustrae tampoco al destino manifiesto de la Patria Grande.
Sin embargo no es todo. Con respecto a 1999, cuando Tabaré llegó a un paso de la elección, el contexto regional es infinitamente más favorable. Las recetas neoliberales fracasan y retroceden en todo el continente. Fracasan económicamente y retroceden políticamente. El imperio está todavía dispuesto a utilizar violencia y terrorismo pero está herido. El desarrollo desigual descrito por Theotonio Dos Santos está en pie, y sin embargo la energía venezolana -política antes que petrolera- es un motor incansable que lleva el entusiasmo de una radicalidad necesaria que quiere decir antes que nada salud, educación, soberanía, descolonización.
El amor con el cual cientos de miles de orientales se han asomado en las calles antes que nada para abrazar a Chávez, Kirchner y Lula indica una vez más a Tabaré el camino regional. La ilusión batllista de la pequeña patria -una ilusión que está aún presente incluso en la izquierda- de la Suiza de América, está a las espaldas de un país que todavía no absorbió el choque de las muertes por hambre en el país donde más carne roja se come en el mundo.
El futuro es latinoamericanista como afirma el director de TvSur -la CNN del Sur- Aram Aharonian. Y el nacimiento de TvSur es un pasaje decisivo en las descolonización de las conciencias, el primer proyecto contrahegemónico en materia de comunicación en la historia del continente rebelde.
El primero de marzo montevideano quiere decir muchas cosas. El hielo de la política europea queda en la sombra frente a una política que calienta los corazones y convence las mentes y mira y siembra futuro. El objetivo final es aquello de la segunda independencia, de la descolonización, del fin del imperialismo. La misma ceremonia, en su sencillez de gran fiesta popular, ha dicho muchas cosas. El gran anfitrión ha sido un hombre que en su vida ha celebrado muy pocas ceremonias.
Pepe Mujica -guerrillero tupamaro- durante nueve años torturado en un pozo por la dictadura fondomonetarista, jefe hoy del primer partido político del país, Presidente del Senado y desde mañana Ministro, ha visto a Tabaré jurar en sus manos.
La relación que el Pepe Mujica tiene con su pueblo es la gran victoria del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, que desde las cámaras de tortura llegó hoy a ser gobierno, reivindicando y no abjurando su pasado. No son los “terroristas” tupamaros los derrotados, los que tienen que avergonzarse por su pasado. Son los gobiernos fondomonetaristas, el FMI mismo, que han llevado hambre, muerte y destrucción en la ex-Suiza de América, los que hoy dejan el escenario cubiertos de deshonor.
La dignidad insurrecta de los tupamaros triunfa, el Frente Amplio triunfa y hoy es mayoría en el país, la avidez neoliberal es derrotada y recula, siempre peligrosa, pero como nunca desacreditada.
La seriedad expeditiva de los uruguayos ha simplificado el ritual, y también en las formas hay el sentido de la democracia que lentamente está triunfando.
Todos los huéspedes, ministros, jefes de estado, han sido levantados por 4-5 ómnibus en los pasajes entre el Palacio Legislativo y la Casa de Gobierno, a través de los cientos de miles de personas que han llenado la Avenida Libertador.
Todos, desde Lula al Príncipe Felipe de Borbón a Nestor Kirchner, se han acomodado amistosamente en los pullman de la empresa EGA, los mismos que van y vienen cotidianamente entre Montevideo y Porto Alegre en la búsqueda de otro Sur posible.
Todas las delegaciones menos una han salido en los ómnibus, la estadounidense, que ha ostentado su Zigulí blindada como la de Al Capone para no mezclarse con las otras delegaciones y que ya empezado en mostrarse antipatizante hacia el gobierno popular, en un país donde era “la embajada”, la que daba órdenes a los cortagargantas del Plan Condor.
Pero ya no es tiempo. Treinta años después del genocidio impuesto por el Fondo Monetario Internacional, América Latina tiene una nueva ocasión histórica en el camino de una descolonización necesaria, indispensable, ineludible, inevitable.
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