Las palabras no nombran, no sirven. Por momentos molestan (¿no te parece, Pedro?...). La poesía, escribir, nuestro acto sencillo, necesario casi para existir; nuestro acto tan cotidiano, tan común como respirar o comer, no ayuda, no calma. Sin embargo tecleo las seis letras con las que te reconocemos, Gladys, intentando buscar en la pasión colectiva, en el dolor compartido, en las fórmulas que nos ayudan a seguir, un espacio para retenerte.
Leo las notas necrológicas, los homenajes, y me lleno de una bronca infinita. Levanto la vista de la computadora y te veo sonriente, abrazada a la vida, peleando por cada día y por cada hora. Voy a hacer todo, todo lo que sea necesario, me dijiste aquel día de la foto, y lo hiciste. Todo, todo, lo hiciste. Luchaste más allá de cualquier esfuerzo posible. Luchaste porque te gusta la vida, y porque no querías dejar sola a tanta gente que te decía ¡fuerza, Gladys!, y lo hacía sinceramente, para ayudarte pero sobre todo para ayudarnos a mantenernos enteros en la claridad de los sueños.
Ahora te fuiste, enamorada del mundo, a inaugurar nuevas batallas en los corazones de la gente sencilla. Ahora te fuiste, riéndote de la solemnidad con que te saludan quienes en vida te combatieron. Ahora te fuiste, como quien se queda. Pero te fuiste, y si por algo lamento no creer en la existencia de dioses o diosas, es porque la única imagen con que puedo pensarte en este instante, es intentando convencer a quienes te reciban en la otra vida, de la necesidad de que ayuden a los pobres y a las pobres del mundo a hacer posible el comunismo en este tiempo, que acerquen la victoria.
Así te imagino, legal o clandestina, conspirando contra el orden de los de arriba. Así te veo, terca y convincente, sembrando estrellas en el cielo o en la tierra, no sé, empujando el futuro. Así te imagino, incrédula ante los discursos que te recuerdan en pasado, porque sabes -eso sí lo sabés bien-, que las mujeres de las poblaciones, que los cabros rebeldes, que los mineros, que las machis, te piensan y te sienten en presente, que es la única manera en que el pueblo siente a su gente querida, la gente que vuelve a la pelea frente a cada injusticia, la gente que no puede faltar cuando se trata de romper con la monotonía de lo posible.
Dicen que el 8 de marzo será la despedida de tu cuerpo. ¡Cuantas coincidencias! Enfermaste después de aquel 11 de septiembre en el que compartimos los 30 años del golpe en Santiago. ’No lo sabía, pero hasta ahí me llegaron las fuerzas’, me dijiste entonces. Te operó un Inti Peredo un 8 de octubre. Fuiste con el che a pelear contra el fascismo en aquel hospital lejano. Alcanzaste a despedirte de tus hermanos y hermanas de lucha en el mundo. Con emoción recibiste la condecoración que te entregó Fidel, ’el hermano mayor’. Y ahora las mujeres sabremos que cada 8 de marzo, tu nombre se unirá de manera natural a las trabajadoras textiles, las que marchan con nosotras año a año.
Bueno, Gladys, es como si te escuchara el consejo. Vamos a caminar, nos dirías, a seguir la lucha. El dolor puede transformarse en una flor, en una estrella, en un pájaro. Podemos aprender a trenzar el dolor y crear redes que sostengan nuevas esperanzas. Podemos hacer telares con el dolor, para que nadie quede en Chile sin abrigo. Podemos hervir el dolor y combatir el hambre y la sed de libertad. Podemos hacer fuego, y tal vez alumbrar las próximas rebeliones, de quienes no creen en un socialismo sin justicia, sin verdad, ni dignidad. Podemos hacer canciones y poemas, como los de Pablo, como los de Violeta, como los de Víctor, como los de Pedro, que nos ayuden a reinventar el mundo.
Podemos bailar una cueca para espantar la muerte, Gladys, tu muerte, y reconstruir a fuerza de dolor y lucha y poesía, la posibilidad de la palabra y de la vida.
De todas maneras, hermana, no hay alivio.
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