La llamada promoción de la democracia se ha convertido en el tema principal de la política del Gobierno de EEUU en Medio Oriente. El proyecto tiene antecedentes. Existe una “vigorosa línea de continuidad” en el período de la posguerra fría, escribe Thomas Carothers, director del Programa sobre Ley y Democracia de la Institución Carnegie, en su nuevo libro Misión crítica: ensayos sobre la promoción de la democracia. “Donde la democracia parece ajustarse a la seguridad y a los intereses económicos norteamericanos, EEUU promueve la democracia”, concluye Carothers.
En cambio, “cuando la democracia se enfrenta a otros intereses significativos, es menospreciada o incluso ignorada”. Carothers fue funcionario del Departamento de Estado durante la época de Ronald Reagan y participó en proyectos para el “fortalecimiento de la democracia” en América Latina durante la década de los 80. También escribió un libro sobre esos proyectos, llegando esencialmente a las mismas conclusiones.
Esta continuidad ha quedado ilustrada con la nominación de John Negroponte como primer director de los servicios de espionaje de EEUU. La carrera de Negroponte va de Honduras, donde como embajador de Reagan supervisó las acciones terroristas de los contras contra el Gobierno sandinista de Nicaragua, hasta Irak, donde como embajador de Bush presidió brevemente otro ejercicio de presunto desarrollo de la democracia. Esa experiencia podría ayudarlo en sus nuevos deberes para contribuir al combate contra el terrorismo y promover la libertad. Orwell no hubiera sabido si reír o llorar. En Irak, las elecciones de enero fueron exitosas. Sin embargo, sólo se ha recordado de manera marginal que EEUU fue obligado a que tuvieran lugar.
Ese es el verdadero triunfo, no el de los lanzadores de bombas, sino el de la resistencia no violenta del pueblo, islámico o secular, para quien el gran ayatolá Sistani es un símbolo. Pese a que EEUU y el Reino Unido se resistieron, Sistani exigió elecciones rápidas, reflejando la decisión popular de alcanzar libertad e independencia, y algún tipo de derechos democráticos. EEUU (y el Reino Unido, siguiéndolo obediente) no tuvieron otro recurso que permitirlas. La maquinaria doctrinaria se puso entonces en plena marcha para presentar las elecciones como iniciativa norteamericana.
Podemos anticipar que Washington no aceptará de buena gana que esto tenga unas consecuencias políticas a las que se oponga, especialmente en una región tan crucial. Los iraquíes votaron con la esperanza de poner fin a la ocupación. En enero, en una encuesta preelectoral en Irak, se indicó que un 69% de los shiís y un 82% de los sunís estaban en favor de una “retirada de EEUU a corto plazo”. Pero Blair, Rice y otros han rechazado explícitamente establecer un calendario de retirada, postergándola hasta un futuro indefinido, hasta que los ejércitos de ocupación concluyan su “misión”, esto es, una democracia en que el Gobierno electo acate las demandas norteamericanas. Acelerar una retirada de EEUU y de Gran Bretaña depende no sólo de los iraquíes, sino también de la disposición de los electorados norteamericano y británico a obligar a sus gobiernos a aceptar la soberanía iraquí. Mientras, EEUU continúa manteniendo una postura militante hacia Irán. Es una verdadera amenaza genuina que en años recientes EEUU haya enviado a Israel más de 100 bombarderos que ha proclamado sin ambages que son capaces de bombardear Irán.
Se trata de una simple conjetura, pero las amenazas podrían servir a dos propósitos: provocar a los líderes iraníes para que sean más represivos, alentando así la resistencia popular; e intimidar a los rivales de EEUU en Europa y Asia para que no alienten iniciativas diplomáticas y económicas hacia Irán. Esa política de línea dura ya ha asustado a inversores europeos. Otro desarrollo que ha sido exaltado como un triunfo de la promoción de la democracia ha sido la tregua entre el primer ministro de Israel, Ariel Sharon, y el líder palestino, Mahmud Abás. La noticia del acuerdo debe ser bienvenida. Es mejor no matar que matar. Sin embargo, hay que hacer un análisis más preciso de los términos de la tregua. El único elemento sustantivo es que la resistencia palestina, incluso contra un Ejército de ocupación, debe cesar. Nada puede encantar más a los halcones israelíes que una paz que les permitirá continuar, sin obstáculos, la política de ocupar las tierras más valiosas y los recursos de la Cisjordania, además de emprender proyectos de infraestructura para convertir el resto de territorios palestinos en cantones sin desarrollo posible.
El acuerdo de alto el fuego no dice una sola palabra sobre las depredaciones israelíes en los territorios ocupados respaldadas por EEUU. El Gobierno de Abás aceptó el acuerdo, tal vez porque, podría señalarse, es lo mejor que puede hacer mientras Israel y EEUU rechacen un acuerdo político. También debe añadirse que la intransigencia de EEUU puede continuar sólo mientras el pueblo norteamericano lo permita.
Me gustaría ser optimista acerca del acuerdo, y tratar de aferrarme a cualquier brizna de esperanza pero, hasta ahora, no veo nada real. Para Washington un elemento constante es que la democracia y el imperio de la ley son aceptables siempre y cuando sirven a objetivos oficiales estratégicos y económicos. Pero la actitud del pueblo estadounidense sobre Irak y el conflicto palestino-israelí está en contra de la política del Gobierno, de acuerdo a las encuestas. Por lo tanto, lo que hay que preguntarse es si una genuina promoción de la democracia no debería comenzar dentro de EEUU.
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