Es la opinión más cercana a un consenso que alguna vez la izquierda haya sido capaz de alcanzar. Todos desde Atila el Huno y The Wall Street Jorunal concuerdan en que el nombramiento de Paul Wolfowitz como presidente del Banco Mundial es una catástrofe. Todos, excepto yo.
Bajo la conducción de Wolfowitz, se lamentan mis amigos progresistas, el Banco Mundial trabajará para Norteamérica. Si cualquier otro fuese elegido trabajaría para los pobres del mundo. Joseph Stiglitz, el renegado ex economista jefe, propone a Ernesto Zedillo, el ex presidente de México. Un editorial de The Guardian sugirió a Colin Powell o a Bono. Pero lo que todo este sentimentalismo y buenos deseos revelan es un profundo error sobre el papel y los propósitos del organismo que Wolfowitz dirigirá.
El Banco Mundial y el FMI fueron concebidos por el economista norteamericano Harry Dexter White. Nombrado por el Tesoro de los EE.UU. para dirigir las negociaciones sobre la reconstrucción económica de posguerra, White utilizó la mayor parte del año 1943 para machacar las cabezas de las otras naciones aliadas. Estas quedaron horrorizadas con sus propuestas. Él sostenía que sus instituciones tendrían la carga de estabilizar la economía mundial en los países con deudas y déficits comerciales más que actuar en los países acreedores. Insistió en que "A más dinero pongas, más votos tendrás". Decidió, antes de la reunión de Bretton Woods, en 1944, que "los EE.UU. tendrían los votos suficientes para bloquear cualquier decisión". Tanto el
antidemocrático sistema de votación y el veto de los EE.UU. se mantienen hasta hoy. El resultado es que el organismo que trabaja fundamentalmente para los países pobres está enteramente controlado por los países ricos.
White exigió que las deudas nacionales fueran redimibles con oro, que el oro sería convertido en dólares y que toda tasa de cambio sería fijada contra el dólar. El resultado fue poner los cimientos para lo que llegó a ser la hegemonía global del dólar. White decidió también que tanto el Fondo como el Banco tendrían su sede en Washington.
Nadie tenía la menor duda en ese momento que esos dos organismos serían diseñados como instrumentos de la política económica de los EE.UU. Pero de alguna manera todo esto ha desaparecido de la historia. Incluso el admirable Joe Stiglitz cree que el Banco Mundial fue el producto intelectual del economista británico John Maynard Keynes (Keynes, en realidad, fue su más prominente opositor). Cuando la escritora desarrollista Noreena Hertz clamaba en The Guardian el mes pasado que "la administración Bush está muy lejos de los objetivos y mandatos del Banco", no podría estar más equivocada.
Desde la perspectiva de los pobres del mundo, nunca ha habido un buen presidente del Banco Mundial. Buscando contrastar con Wolfowitz se ha convertido en una moda volver al reino de aquel otro halcón del Pentágono, Robert Mc Namara. Se supone que se convirtió, en las palabras de un editorial del Observer, en "uno de los más admirados y efectivos presidentes del Banco". Admirado en Washington, quizás. Robert Mc Namara fue el hombre que concentró casi todos los préstamos del Banco en grandes proyectos prestigiosos -represas, autopistas, puertos- mientras congeló las causas menos glamorosas como salud, educación y redes cloacales. La mayor parte de los proyectos que el impulsó, en términos económicos o sociales, o en ambos términos, fracasaron catastróficamente. Fue él quien argumentó que el banco no financiaría la reforma agraria porque "afectaría la base de poder de las elites tradicionales". En su lugar, como muestra Catherine Caufield en su libro Maestros de la Ilusión, el Banco abriría nuevas tierras desforestando, secando pantanos y construyendo caminos en zonas aisladas". Sostuvo desde el Banco a Mobuto y a Suharto, desforestó Nepal, asoló el Amazonas y promovió el genocidio en Indonesia. Los países en los cuales trabajó quedaron con deudas impagables, el medio ambiente destruido, rechinante pobreza e inconmovibles dictadores pro norteamericanos.
Excepto por el lenguaje en el que están articuladas las demandas norteamericanas, poco ha cambiado en el Banco. En la reunión del jueves en la que se confirmó la nominación de Wolfowitz, sus directores ejecutivos también decidieron aprobar la construcción de la represa hidroeléctrica de Nam Then, en Laos. Esto arrojará a 6000 personas de sus hogares, dañará el estilo de vida de más de 120.000, destruirá un ecosistema crítico y
producirá electricidad no para el pueblo de Laos sino para sus más ricos vecinos de Tailandia. Pero también generará enormes contratos de construcción para las compañías occidentales. La decisión de construirla fue hecha no bajo la vigilancia de Wolfowitz, sino de su actual presidente James Wolfensohn. En términos prácticos, habrá una muy pequeña diferencia entre los dos lobos (wolf, en inglés, es lobo. JFB). El problema con el Banco no es su gerenciamiento, sino su directorio, el cual es nombrado por los
EE.UU., el Reino Unido y las otras naciones ricas.
La nacionalidad del presidente del Banco, que ha estado causando tanto escándalo, es solamente de importancia simbólica. Sí, parece una brutal grosería que todos sus presidentes sean norteamericanos, mientras que todos los presidentes del FMI son europeos. Pero no tiene importancia de dónde vengan las tecnocráticas implementaciones de las decisiones del Tesoro de los EE.UU. Lo que importa es que sea un tecnocrático implementador de las decisiones del Tesoro de los EE.UU.
El nombramiento de Wolfowitz es bueno por tres razones. Pone de relieve la profunda injusticia y la naturaleza antidemocrática de la toma de decisiones del Banco. Su presidencia estará como un constante recordatorio de que esta institución, cuyos llamamientos a las naciones las intimidan a ejercitar "buen gobierno y democratización" es conducido como una monarquía medieval.
También demuele el desesperado reformismo de hombres como George Soros y Joseph Stiglitz quienes, ignorando despreocupadamente el hecho de que los EE.UU. pueden vetar cualquier intento de desafiar su veto, siguen agitando sus manos a la espera de que un organismo diseñado para proyectar el poder de los EE.UU. pueda mágicamente ser transformado en un organismo que trabaja para los pobres. Si el intento de Stiglitz de enredarse con la presidencia del Banco Mundial hubiera tenido éxito, ello simplemente hubiera prestado credibilidad a una institución ilegítima, realzando así sus poderes. Con
Wolfowitz en el puesto, su credibilidad cae en picada.
Lo mejor de todo es la posibilidad de que los neocons sean lo suficientemente estúpidos como para usar al nuevo lobo para derrumbar al Banco. El ex ministro británico Clare Short lamenta que "es como si estuvieran tratando de destrozar nuestro sistema internacional". Bien, ¿cuál sería la tragedia? Yo sollozaría todo el camino hasta la fiesta.
Martin Jacques argumentó convincentemente en The Guardian la semana pasada que los neocons norteamericanos están "reordenando el sistema mundial para que éste tome en cuenta su poder y sus intereses tal como han sido redefinidos". El nombramiento de Wolfowitz es, sugirió, uno de los "medios de quebrar el viejo orden". Pero lo que esto seguramente ilustra es la enrevesada paradoja del pensamiento neoconservador. Quieren voltear el viejo orden multilateral y reemplazarlo por un nuevo orden americano. Lo que
insistentemente fallan en entender es que el sistema "multilateral" es de hecho una proyección del unilateralismo norteamericano, inteligentemente empaquetado para conceder a las demás naciones la suficiente laxitud como para evitar que lo enfrenten. Como opositores a esto, los neoconservadores han fracaso en entender qué bien Roosevelt y Truman cosieron el orden internacional a la medida de los intereses norteamericanos. Están buscando reemplazar un sistema hegemónico durable y efectivo con otro que no está probado y (porque las otras naciones deben enfrentarlo) es inestable. Nadie que crea en la justicia global les desearía suerte.
1. Eg Joseph Stiglitz 15th March 2005. This War Needs the Right
General. The Guardian.
2. Leading article, 17th March 2005. Wolfowitz at the Door. The Guardian.
3. See for eg Armand van Dormael, 1978. Bretton Woods: Birth of a Monetary
System. Macmillan, London; Robert Skidelsky, 2000. John Maynard Keynes:
Fighting for Britain 1937-1946. Macmillan, London; and Michael Rowbotham,
2000. Goodbye America! Globalisation, Debt and the Dollar Empire. Jon
Carpenter, Charlbury, Oxfordshire.
4. Harry Dexter White, quoted in New Economics Foundation, 2000. It’s
Democracy, Stupid: the trouble with the global economy - the United Nations’
lost role and democratic reform of the IMF, World Bank and the World Trade
Organisation. NEF, World Vision and Charter 99.
5. Harry Dexter White, quoted in Armand van Dormael, 1978. Bretton Woods:
Birth of a Monetary System. Macmillan, London.
6. Joseph Stiglitz, 2002. Globalization and its Discontents. Allen Lane,
London.
7. Noreena Hertz, 19th March 2005. The Poodle and the Wolf. The Guardian.
8. Leading article, 20th March 2005. Paul’s Conversion? The Observer.
9. See Catherine Caufield, 1996. Masters of Illusion: the World Bank and
the the Poverty of Nations. Henry Holt, New York.
10. Robert McNamara, quoted in Catherine Caufield, ibid.
11. Catherine Caufield, ibid.
12. The Bank funded a project to log 45,000 acres of lowland forest. The
region has never recovered.
13. Eg the Polonoroeste scheme, initiated by the Bank in 1980.
14. The Indonesian transmigration programme, first funded by the Bank in
1976.
15. See for eg International Rivers Network, September 2004. Risky Business
for Laos: The Nam Theun 2 Hydropower Project. IRN, Berkeley, California.
16. George Soros, 2002. On Globalization. Public Affairs, Oxford; and
Joseph Stiglitz, 2002. Globalization and its Discontents. Allen Lane,
London.
17. Clare Short, quoted by Larry Elliott, 21st March 2005. Why the West is
Always in the Saddle. The Guardian.
18. Martin Jacques, 31st March 2005. The Neocon Revolution. The Guardian.
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*Traducción de Julio Fernández Baraybar
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