A lo largo de 2 mil años, existen muchos ejemplos de la visión estrictamente masculina del dogma católico. El género femenino es considerado impuro, imperfecto y torcido. En lo que atañe al acto sexual, las definiciones suben de tono: excitación diabólica de los genitales, castigo cósmico, templo construido sobre una cloaca. La pedofilia, en cambio, parece ser más tolerada.
En 1977, el Papa Paulo VI, declaró que las mujeres están excluidas del sacerdocio porque “nuestro Señor fue un hombre”. La estadounidense Helen Ellerbe, autora de El Lado Oscuro de la Historia Cristiana (Morningstar Books, California, 1995), sostiene que al considerar a Dios como masculino, la Iglesia propugna la supremacía de este género como una “extensión del orden divino”.
La cuestión se remonta a los mismos orígenes de la religión. En su Primera Epístola de San Pablo a los Corintios 7:1, San Pablo intenta explicar este predominio a través de la creación de Adán y Eva: “El varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón”.
Existen muchos ejemplos de la visión estrictamente masculina del dogma católico. Van desde el simple machismo hasta una misoginia casi patológica.
Tertuliano de Cartago (150-230), conocido como “el azote de los herejes”, se convirtió al cristianismo en el año 195, luego de una vida en la que no se privó de ningún vicio. El converso define como “perversas” a las mujeres. Y explica por qué: “Son lo suficientemente audaces para enseñar, disputar, ejecutar exorcismos, emprender curas... ¡quizás incluso para bautizar!“.
San Agustín (354-430), obispo de Hipona, vivió como un libertino hasta los 32 años y tuvo un hijo que nunca reconoció. A inicios del siglo V escribe: “Un esposo está destinado a gobernar sobre su esposa así como el espíritu gobierna sobre la carne”.
Los inquisidores Heinrich Kramer y Jacobus Sprenger, autores del Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas), publicado en 1486, sostienen que las mujeres tienen más predisposición a convertirse en brujas que los hombres. El sexo femenino, explican, “está más relacionado con las cosas de la carne”. Ellas son “animales imperfectos y torcidos, mientras que el hombre pertenece a un sexo privilegiado de cuyo centro surgió Cristo”.
El martirio de Hypatia
Hypatia, nacida en Alejandría en el año 370 de la era cristiana, fue una gran erudita, algo excepcional para una mujer de esa época. Maestra de matemáticas y filosofía, redactó más de 40 libros sobre aritmética, geometría, mecánica y astronomía. Además, diseñó el astrolabio plano e inventó el planisferio y un destilador de agua. De niña no fue bautizada; ya adulta prefirió no hacerlo.
En marzo de 415, poco antes de la Pascua, una turba azuzada por el autoritario arzobispo Cirilo ataca a Hypatia, la desnuda y la corta en pedazos con afilados caracoles marinos. Su cuerpo es quemado junto con sus libros. Tenía 45 años.
Cirilo, quien fue cardenal de Alejandría durante 37 años, justifica el crimen porque ella había “presumido de enseñar a los hombres, contrariando los mandamientos de Dios”. Poco después, es canonizado. En 1882, el Papa León XIII lo declara Doctor de la Iglesia.
El sexo con mujeres, un veneno diabólico
La primera carta de San Pablo a los corintios asegura que “es cosa buena para el hombre no tener relaciones con ninguna mujer”. En la Epístola a los Colosenses, demanda: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos”.
Elaine Pagels relata en su libro Adán, Eva y la Serpiente (Random House, Nueva York, 1988) que el teólogo griego Clemente de Alejandría (150-211) condena el sexo oral y anal, además del “coito con una esposa menstruando, preñada, estéril o menopáusica”.
Unos cuantos siglos después, las enseñanzas de Clemente aún calan hondo en un ferviente católico argentino: el coronel Mohamed Alí Seineldín. El 7 de febrero de 2002, el militar carapintada -ex musulmán- declara a la revista Veintitrés: “La boca y el traste no son para el sexo”.
San Agustín está convencido de que el sexo es intrínsecamente perverso y lo denomina “excitación diabólica de los genitales”. San Jerónimo (342-420) considera como “veneno a todas las cosas que guarden dentro de sí la semilla del placer sexual”.
Para San Juan Crisóstomo, “la mujer es castigo cósmico, mal necesario, deseable calamidad, fascinación mortal, plaga maquillada”. Boeto, filósofo cristiano del siglo VI, es menos poético: en La Consolación de la Filosofía escribe que “la mujer es un templo construido sobre una cloaca”. En el siglo X, Odo de Cluny afirma: “Abrazar a una mujer es abrazar a un costal de estiércol”.
Barbara Tuchman (1912-1989), escritora, periodista e historiadora estadounidense, ganadora del Premio Pulitzer, menciona en A Distant Mirror (Ballantine Books, Nueva York, 1978), a un furibundo sacerdote dominico del siglo XIII que considera a la mujer como “la confusión del hombre, una bestia insaciable, una ansiedad continua, una batalla incesante, una ruina diaria, una casa de tempestad, un estorbo para la devoción”.
El misionero católico Luis Grignon de Montfort (1673-1716), elevado a la santidad, es un auténtico extremista. Censura las canciones de amor, los cuentos y los romances “que se extienden como la peste” porque “corrompen” a la gente.
Joseph Lambert, prior y médico de la Sorbona, advierte a los campesinos que los actos lujuriosos, aunque sean secretos, “son abominables a los ojos de Dios, que los ve todos”.
El “clero delincuente”
Sin embargo, la Iglesia tiene un lado oscuro que intenta ocultar a los ojos del mundo. Es lo que el periodista español Pepe Rodríguez, autor de Pederastia en la Iglesia Católica (Ediciones B, Barcelona, 2002), llama “el clero delincuente”.
Como se sabe, el Vaticano ha encubierto a lo largo de su historia miles de abusos sexuales a menores y mujeres cometidos en todo el mundo, que incluyen fornicación a la fuerza con monjas. Al final del libro, Rodríguez presenta una lista parcial de obispos y cardenales dimitidos en los últimos años a causa de delitos de pedofilia y violación a mujeres. De esa extensa lista, seleccionamos algunos casos más o menos recientes:
– Alphonsus Penney, arzobispo de San Juan de Terranova (Canadá). Dimitió en 1990 por ocultar decenas de delitos sexuales cometidos contra unos 50 menores por más de una veintena de sacerdotes de su diócesis.
– Hubert Patrick O”Connor, obispo de Prince George (Canadá). En 1991 fue acusado por la Policía de haber violado a varias mujeres.
– Hans Hermann Gröer, cardenal de Viena y presidente de la Conferencia Episcopal austriaca. Fue forzado a renunciar a todos su cargos en 1998, tras ser acusado en 1995 por una decena de antiguos seminaristas -de los que fue confesor- de cometer delitos sexuales contra menores.
– John Aloysius Ward, arzobispo de Cardiff (Irlanda). Fue separado de su puesto, en diciembre de 2000, por encubrir a dos curas pedófilos de su diócesis.
– Pierre Pican, obispo de la diócesis francesa de Bayeux Lisieux. Condenado en 2001 a tres meses de prisión por encubrir a un sacerdote pederasta.
– Anthony J. O”Connell, obispo de Palm Beach (Florida), dimitió en 2002 tras admitir haber abusado de dos seminaristas. Reconoció que a uno de ellos su diócesis le pagó 125 mil dólares por ocultar los hechos.
– J. Keith Symons, el obispo anterior de Palm Beach al que O”Connell sustituyó en 1999, también renunció tras admitir que había abusado de cinco monaguillos durante los años 50 y 60.
– Julius Paetz, arzobispo de Poznan (Polonia). Dimitió en 2002, tras ser acusado de cometer abusos sexuales con decenas de seminaristas.
– Brendan Comiskey, obispo de la diócesis irlandesa de Ferns. Renunció en 2002, al hacerse público que encubrió los delitos sexuales que uno de sus sacerdotes cometió sobre varios menores.
– Franziskus Eisenbach, obispo auxiliar de la diócesis alemana de Maguncia. Dimitió en 2002, a consecuencia de la denuncia presentada por una profesora universitaria, dos años antes, acusándolo por abuso sexual y daños corporales.
– Rembert Weakland, arzobispo de Milwaukee. En 2002 solicitó al Vaticano que aceptase su jubilación anticipada, tras saberse que había compensado con 450 mil dólares a un ex amante que le acusaba de violación.
– James Williams, obispo de Louisville (Kentucky). Renunció en 2002, luego de ser acusado por uno de sus antiguos monaguillos de abuso sexual. Se presentaron 90 denuncias de igual cantidad de víctimas.
– George Pell, arzobispo de Sydney. Dimitió temporalmente en 2002, luego de ser acusado de abusar de un menor de 12 años en 1961. En 2002, varios feligreses lo habían acusado de encubrir delitos sexuales del clero, cuando fue obispo auxiliar en Melbourne, en 1993.
– Edgardo Storni, arzobispo de Santa Fe (Argentina). Fue procesado en 2002 por abusar sexualmente de al menos cincuenta jovencitos, todos seminaristas. El Vaticano le investigó por esta misma conducta en 1994, pero ocultó su expediente.
– Francisco José Cox, ex arzobispo de La Serena (Chile). Fue recluido de por vida en un monasterio en 2002, por “comportamiento impropio con niños varones” a lo largo de muchos años.
– Bernard Law, arzobispo de Boston. Alejado del cargo en diciembre de 2002, más de un año después de que en su arquidiócesis estallasen cientos de casos de delitos sexuales cometidos por sacerdotes contra menores. Los abusos fueron ocultados por Law. Este cardenal es el que mayor número de delitos ha encubierto, pero nunca fue juzgado. Contaba con la protección personal de Juan Pablo II.
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