El l2 de abril de 1995, a las nueve de la mañana, diez días antes de su muerte, fui a la casa del Poeta; me recibió su hijo Pablo y me condujo a la alcoba en donde reposaba el poeta, frente al sol, recibiendo sus rayos vivificadores, recostado en un sillón y con sus piernas cubiertas con una manta, su cabeza reclinada sobre el pecho, parecía dormitar. Cuando le saludé levantó la cabeza y me extendió su mano, me dio unas palmadas: “siéntate gordito”, me dijo.
Así se iniciaba el último encuentro con mi hermano, el hombre que por su actitud frente a la vida y como Poeta Revolucionario, había alcanzado dimensiones políticas y humanas extraordinarias, entregado totalmente a luchar para transformar esta sociedad de explotación y miseria.
Cuatro horas después, cuando me despedía, me entregó el libro “Nosotros, la luna, los caballos”, con una hermosa y tierna dedicatoria. No la voy a transcribir completamente, pero sí voy a referirme a la última parte de ella: después de firmar escribe “l2 de abril de 1995” y, bajo la fecha, con letra clara y firme: “Día de Milton Reyes”.
Con esta frase, al final de su vida, el Poeta Revolucionario rubricaba su convicción política, al recordar claramente que ese día, el l2 de abril de 1970, las fuerzas represivas más negras de la Patria, comandadas por Velasco Ibarra y su Ministro de Defensa Jorge Acosta Velasco, asesinaron a su joven camarada Milton Reyes, con el cual militaba en el Partido Comunista Marxista Leninista.
Se me hace difícil escribir un bosquejo de la vida de Rafael, por la grandeza de su accionar y la firmeza de sus convicciones.
Estuve cerca de él por más de treinta años y pude conocer a fondo su sencillez y modestia; disfruté de su intensa amistad y aprendí con él a ser implacable en la defensa de los postulados revolucionarios, que los teorizó, los practicó y los cumplió a lo largo de sus cincuenta y dos años de vida.
En estas líneas no se van a encontrar elogios superfluos, anécdotas gastadas o afirmaciones gratuitas; solo quiero hacer una síntesis apretada de su vida y de su obra.
Poeta Tzántzico
En l962 el ambiente cultural de Quito se ve conmovido por el aparecimiento de un grupo de poetas que, parodiando los rituales de las tribus Shuar, deciden reducir, simbólicamente, las cabezas huecas y consagradas de los poetas y escritores que deambulaban por los corrillos artísticos y literarios de la pacata y sanfranciscana ciudad, que empezaba a despertar de su letargo colonial y romántico.
En esos días se realiza un festival de poesía universitaria en el Teatro Sucre, en el que se oyen por primera vez unas voces firmes e irreverentes de unos poetas que se auto denominan Tzántzicos, o sea reductores de cabezas y que estudiaban en la Facultad de Filosofía de la Universidad Central, situada en un viejo edificio alfarista, a dos cuadras del Palacio de Gobierno, entre ellos Rafael Larrea, Raúl Arias y Alfonso Murriagui, que estudiaban periodismo y pertenecían al grupo de poetas que, en los próximos diez años, mantendría en jaque a la endeble cultura nacional.
Fuera del claustro universitario el mundo se convulsionaba: triunfa la Revolución Cubana, los Beatles hacen desmayar a las frías adolescentes inglesas y el existencialismo, con Sartre a la cabeza, es el tema de discusión permanente.
Y están también las masacres que el imperio ha causado en el mundo: las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, la crueldad de la guerra de Vietnam. La Revolución China y la Revolución Cubana hacen tambalear al imperio y nacen las utopías: el Che Guevara, asesinado en un mísero poblado boliviano, se convierte en el paradigma del hombre nuevo; en el Perú, Luis de la Puente Useda se levanta en armas y, cerca del Cuzco, en el río Madre de Dios, muere asesinado, “entre pájaros y flores”, el poeta Javier Heraud.
Mirar de cerca esta América en esos momentos cruciales, es casi una obligación para los poetas Tzántzicos y los tres estudiantes de periodismo Rafael Larrea y Raúl Arias, casi adolescentes, y Alfonso Murriagui, ya en tercer curso, inician una gira que durará seis meses y que les llevará por las punas y por los valles, “ a golpe de calcetín”. Es Octubre de l965.
Para Rafael Larrea, este viaje es su iniciación en el rito de la vida; se conmociona en Trujillo frente al recuerdo vivo de César Vallejo, descubre a Mariátegui, en Lima conoce personalmente a José María Arguedas y su “Yaguar Mallcu”, recoge la memoria ancestral en la majestuosa ciudad del Cuzco y se esfuerza para llegar a la cumbre del Huayna Pichu, para mirar a sus pies la misteriosa ciudad de piedra: Machu Picchu.
Ve la miseria en la puna peruana y boliviana; la explotación y la silicosis en las minas de Oruro, el frío y el hambre en las villas miseria y en las poblaciones callampa de Santiago y Buenos Aires.
En un bello texto escrito un año antes de su partida, Rafael se refiere así a este viaje: “En este punto doy testimonio de que juntos estuvimos por esas pampas, por esas punas, por esas minas, por esas altas montañas, por esas ciudades y pueblos, por esos valles verdes y sagrados situados entre esos desiertos y casi en las cuatro esquinas de nuestra bella América y a nosotros, con Raúl Arias y Alfonso Murriagui, se nos prendieron tantos paisajes, tantos seres, tantos reclamos, tanto canto anónimo, que no nos quedó otro oficio que éste: el de poner en versos el movimiento de todos nosotros hacia el nuevo mundo... Qué de huellas, qué de manos, de ejemplos, de pasos de jóvenes cabros y cabras, de llamingos y vicuñas, y llantos de abejas y toros de Pucará, un sinfín de labios que por las tierras de El Dorado encontramos”.
Cuando regresa ya no es el mismo: sus ojos se han vuelto tristes, pero tienen un brillo definitivo que le señala el camino: hay que cambiar este mundo. Entonces ingresa al Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador y comienza su vida de Poeta y Militante Revolucionario.
Los libros de Rafael
Con pasión escribe diariamente y se van acumulando sus poemas; siempre quiere leernos algo: “un nuevo poemita”. Es un escritor de oficio, aunque no puede dedicar todo su tiempo a la poesía, ya que su militancia política le lleva a profundizar en el Marxismo y a teorizarlo, al mismo tiempo que dirige el periódico “En Marcha”, para el cual escribe artículos permanentemente.
Yo diría que un poco tarde, tal vez porque a los Tzántzicos nos interesaba más decir nuestros poemas frente a las masas populares que publicarlos, aparece su primer libro: “Levantapolvos”, que tiene, aun completo, el sello de los Tzántzicos, ya que, inclusive, circula a mediados de l969, cuando el grupo todavía trabajaba.
Luego viene “Nuestra es la Vida”, publicado en l978, libro de contenidos humanos y sociales en el que se define claramente su pensamiento revolucionario y su afán de transformar las viejas estructuras semifeudales. En este libro hay un hermoso poema dedicado a la mujer, que nos da una idea de su visión social y política. Transcribo un fragmento: “¡Cuídate, mujer, del que te mima! / ¡Cuídate de aquel que te suspira / y no te conduce por el camino del combate / al mismo tiempo! / ¡Cuídate del que dice amarte / y no te enseña a amar la justicia! / ¡Cuídate de los que te cuidan, mujer, / porque te quieren presa, / dormida entre las rejas de tu propio engaño!”
Su tercer libro es “Campanas de Bronce” (septiembre de l983), publicado en la Colección de Poesía Vivavida, inventada por Alfonso Chávez, ese otro inmenso poeta y hermano, muerto trágicamente en l99l. Este Poema, para mí, superior al “Boletín y Elegía de las Mitas”, de César Dávila Andrade, es el rescate real y profundo de nuestra raza y de nuestra nacionalidad: “Nadie hubo aquí antes de mí. / Yo fui y soy el amo y el señor / de esta orquídea”.
Cinco años después, en l988, la Editorial El Conejo publica el libro “Bajo el sombrero del Poeta”, en el que reaparecen sus metáforas a Quito, su querida ciudad, y se reafirman sus tendencias proletarias: “Los trabajadores / nos despertamos cuando las estrellas mueren./ Pasamos el agua de canela con pan duro. / Hacemos poco ruido / pues tenemos conciencia de estar vivos. / Salimos al mundo, / cerrando la puerta ajena que habitamos”.
El 11 de abril de l995, once días antes de su muerte, se presenta en Quito “Nosotros, la luna, los caballos”, que es lo último que publicó, pero no lo último que escribió, puesto que en abril de l996, el Fondo Editorial de la Casa de la Cultura publicó “La Casa de los Siete Patios”, su libro póstumo.
Tengo la seguridad de que existen muchos textos inéditos, ya que, en la etapa final, Rafael se dedicó a escribir con desesperación, incluso existe un bello relato que hay que rescatarlo, así como todos sus escritos políticos.
Poemas y Música para Canciones
Sus canciones son a la vida, al amor y a la alegría de luchar para cambiar el mundo; letras y música creadas mirando al futuro, por un Poeta, que es, quizás, uno de los más grandes que ha tenido el Ecuador de los últimos tiempos.
Solo he conocido a dos escritores en nuestro medio a los cuales se les ha reemplazado sus nombres propios por el de Poeta: César Dávila Andrade a quien, cuando se le veía por las calles del Quito de los años cincuenta, con su terno gris y su tristeza a cuestas, los que sabían quien era decían: “ahí va el Poeta”; y Rafael Larrea, al que todos sus amigos, compañeros, camaradas y hasta sus enemigos le decían, simplemente, “el Poeta”.
Comprometido con su tiempo y con su gente, escribió más de treinta canciones que han pasado a ser el canto de los obreros y campesinos y la guía luminosa para sus camaradas y su pueblo; con sus canciones el Poeta nos enseñó el camino de la solidaridad y de la lucha, camino por el que deben transitar todos los artistas que amen a su pueblo y que comprendan que deben integrarse al esfuerzo de la transformación social.
Ocho discos, editados por el Centro de Arte Nacional y la Unión de Artistas Populares (UNAP), recogieron esas canciones, muchas de ellas con música y letra de Rafael y, otras, poemas suyos musicalizados por sus entrañables hermanos Agustín Ramón, Geovani Escorza, Julián Pontón y Terry Pazmiño.
Su Trayectoria Política
Militante de toda la vida, llegó a los sitiales más altos a los que puede aspirar un Cuadro dedicado por entero a la construcción y desarrollo de su Partido. Cuando murió formaba parte del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador.
Por más de veinte años dirigió el periódico En Marcha, órgano de difusión del Partido, y tuvo a su cargo la edición de la revista Política, así como fue el creador del Manual de Propaganda del PCMLE.
En la revista Espacios publicó un artículo en defensa de las Utopías, en el que deja al descubierto la falacia de los que afirman que ha llegado el fin de la historia y los que teorizan sobre el desencanto y el desencuentro, negando la vigencia de las ideologías.
He aquí su mensaje: “¡Ea! ¡Poeta! / ¡Arriba los pobres del mundo! / El poeta no es un globo libertino, / ni una nube fantasma. / Sus deudas así lo dicen, / sus zapatos polvorientos se lo impiden, / lo dice su conciencia, lo afirman su par de alas / de barro, / el poeta, el soñador, / es un ser que vuela como el colibrí, / no es una gotera casera que llora, / es un niño grande que hace castillos con palabras”.
Manténgase en contacto
Síganos en las redes sociales
Subscribe to weekly newsletter