“No puede estabilizarse jamás un gobierno que, junto con sus promesas de cambio y justicia social, se está manchando cada día más con las alarmantes informaciones que nos llegan de todas partes acerca de crueles represiones y en sacrificio del pueblo mismo”.
Hoy más que nunca es necesario recordar el mensaje de Mons. Romero, aquel que tuvo la valentía de caminar junto al pueblo y sus luchas contra un gobierno sumiso al imperio y sus pretensiones, en el pequeño país centroamericano de El Salvador.
Este jueves santo coincidió con los 25 años del asesinato de Mons. Arnulfo Romero, donde miles de personas lo recordaron con marchas y peregrinaciones, para luego continuar con una semana de reflexión y análisis en el Encuentro de teólogos y teólogas de la Liberación de América Latina, entre ellos Gustavo Gutiérrez, Casaldáliga y José Ma. Vigil.
Mons Romero fue cobardemente asesinado con un disparo al corazón cuando oficiaba una misa la noche del 24 de marzo de 1980 en la capilla de un hospital.
El asesino del Arzobispo nunca fue capturado; pero el gobierno de entonces culpó a la guerrilla marxista de su muerte; mientras que un informe de la Comisión de la Verdad de Naciones Unidas determinó que el autor intelectual del crimen fue el hoy fallecido Roberto D’Abuisson, acusado de liderar a los temidos “escuadrones de la muerte” y uno de los fundadores del actual partido en el gobierno, la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), de ultraderecha.
Por su parte, el Obispo de Pensacola (Estados Unidos), Mons. John Ricard, presidente del Comité de Política Internacional del Episcopado Norteamericano, emitió un comunicado expresando su esperanza de que el testimonio de Mons. Romero “continúe guiando a toda la Iglesia de América, la América que el Santo Padre nos pide que construyamos sobre la base de justicia y solidaridad”. El obispo mártir había expresado, valientemente:
“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejercito y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: ¡Hermanos! ¡Son de nuestro mismo pueblo! ¡matan a sus mismos hermanos campesinos! Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ¡NO MATAR! Ningún soldado está llamado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de recuperar su conciencia, y que obedezcan a su conciencia antes que a la orden del pecado. La Iglesia defensora de los derechos de la vida, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de las personas, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.
“En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo salvadoreño, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, ¡LES ORDENO EN NOMBRE DE Dios!: ¡cese la represión!”. Lo expresó el 23 de marzo del 80.
Con este texto firmó su muerte, pues al día siguiente lo acribillaron en medio de la celebración de la misa, sumándolo así a la lista interminable de muertos, torturados y desaparecidos, de hombres y mujeres que se oponen al sistema de muerte y dominación del imperio. Sin embargo, el testimonio de Mons. Romero nos anima a seguir más firmes que en nuestro compromiso a favor de la vida y a rechazar todo aquello que vulnere la vida.
Marlene Ingaruca/CAPIP
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