El comienzo de la derrota de las tropas alemanas de Hitler comenzó en Stalingrado y un 31 de enero 1943. Esta primera derrota de los nazis en Europa y durante la Segunda Guerra Mundial dió mucha esperanza a los pueblos del mundo porque demostraba que la barbarie nazi no era invencible. El VI Ejército alemán dirigido por el general Paulus fue completamente aniquilado por el Ejército Rojo soviético.
Era el último radiograma recibido de Hitler por el Estado Mayor de Paulus
El jefe del EM, R. Schmidt, se lo entregó diciendo: «Le felicito, desde ahora usted es General Mariscal de Campo». En el rostro de Paulus no se estampó ninguna emoción. La situación de su grupo de ejércitos en Stalingrado era apocalíptica.
El Estado Mayor alemán ubicado en el sótano de unos grandes almacenes estuvo bloqueado, no había comunicación con unidades, en la plaza adyacente cubierta de nieve se veían montones de cadáveres de soldados alemanes, que parecían moverse por estar cubiertos de una gruesa capa de piojos.
En 1991 conocí en Kíev a Fiodor Ilchenko, participante de la batalla de Stalingrado. Él me refirió en detalle cómo fue hecho prisionero el mariscal de campo Paulus. Reproduzco su relato textualmente.
En la fría mañana del 31 de enero de 1943 librábamos un encarnizado combate cerca de unos grandes almacenes. De repente vi en un vano de la pared a un oficial alemán agitando bandera blanca.
Di la orden «Alto el fuego» y mandé al soldado de transmisiones Alexei Mezhirko y a otros dos provistos de metralletas que estaban a mi lado que me siguiesen. También llamé al intérprete, un alemán capturado por nosotros hace poco, a quien habíamos aseado y vestido de nuestro uniforme.
Los accesos a los grandes almacenes estaban minados, tuvimos que bordear el edificio por la calle Ostrovski. Informé por radio al comandante de brigada, el coronel Burmakov, que el alemán nos invitaba a bajar al sótano, al Estado Mayor de Paulus. El coronel contestó: «Hágalo, primer teniente».
A la entrada un oficial alemán con aire culpable nos pidió entregar nuestras armas. Al medirlo con «la mirada de vencedores», las empuñamos con aún mayor fuerza y empezamos a bajar al sótano.
En un pasillo largo, húmedo y hediondo vimos centenares de rostros extenuados de oficiales alemanes parecidos a fantasmas. Resonó un seco sonido de disparo, así maquinalmente desenfundé de mi pistola, pero eran unos suicidas.
Por fin entramos en la pieza donde estaba el general Rosske. Dentro de un instante allá entró el jefe del Estado Mayor, Schmidt. Ellos nos condujeron al local en que se encontraba Paulus. Miré al reloj: eran las 6.45 de la mañana.
El Mariscal de Campo estaba tendido en un catre, vestía camisa solamente, sin guerrera. Sobre la mesa ardía un cabo de vela, iluminando un acordeón dejado sobre camilla. Paulus no nos saludó, pero se incorporó y se sentó.
Tenía el aspecto de un hombre enfermo y extenuado, un tic nervioso contraía su cara. Al escuchar el informe de Schmidt sobre las exigencias que planteaban los oficiales soviéticos, las aceptó, inclinando la cabeza en un gesto de cansancio.
Al regresar a nuestra unidad, informé de todo aquello al coronel Burmakov, y éste a su vez, a altos mandos. El comandante de brigada me ordenó que regresara al búnker de Paulus. Me dirigí allá, sintiéndome ya más alegre y acompañado de telefonistas, operadores de radio y soldados.
A eso de las 8 al Estado Mayor del Octavo Ejército arribaron oficiales de la 38 brigada: los capitanes L. Morozov, N. Grischenko, N. Ribak y luego el comandante adjunto e instructor político de la brigada, el coronel L. Vinokur. Con los generales Rosske y Schmidt fue acordado mandar a representantes de ambas partes en un auto para que recorrieran la línea de frente anunciando en altoparlante el cese del fuego.
A las 8 y 15 llegaron oficiales del Estado Mayor del 64 Ejército: el coronel
G. Lukin, el mayor I. Rizhov y el teniente coronel B. Mutovin, que presentaron a los generales Schmidt y Rosske el ultimátum de cesar inmediatamente la resistencia y declarar la plena capitulación del grupo meridional de ejércitos.
Las condiciones de la capitulación fueron aceptadas, y los alemanes empezaron a entregarse. A las 8 y 55 minutos arribó el general mayor I. Laskin, jefe del Estado Mayor del 64 Ejército, quien propuso a Rosske firmar la orden del cese de las operaciones de combate y de la entrega de las armas y al propio tiempo presentó el ultimátum de aprisionamiento del Mariscal de Campo Paulus.
En la noche del 31 de enero al 1ro de febrero de 1943, el comandante de la 38 brigada motorizada el coronel I. Burmakov escribió un parte al Estado Mayor del 64 Ejército, que contenía las siguientes líneas: «Merece una mención aparte lo hecho por el primer teniente Fiodor Ilchenko, jefe segundo de la brigada, durante los combates en la parte céntrica de la ciudad y el aprisionamiento de los altos mandos del Sexto Ejército alemán. Ilchenko tomó parte directa en el mando de unidades en el lugar del combate y el cerco del edificio de los grandes almacenes».
Más adelante Burmakov aducía aproximadamente 50 nombres de otros soldados y oficiales dignos de ser condecorados por haber hecho su aporte a aquella heroica operación.
Pero, lamentablemente, lo expuesto en su parte no fue tomado en consideración. Quizás lo había arrastrado el torrente del júbilo por la gran victoria alcanzada en el Volga. La Orden de la Bandera Roja sería entregada solamente al propio Burmakov y al coronel Laskin, quien recibió el acta de capitulación.
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