El Concilio Vaticano II duró casi tres años, se dieron cita unos dos mil Padres Conciliares, fue el más representativo de los 22 Concilios Ecuménicos como afirman muchos teólogos y estudiosos del mismo, constó de cuatro etapas. Estos Padres conciliares vinieron de todos los rincones del Planeta, con diversidades de razas y lenguas.
El Concilio se convocó con el fin esencial de promover el desarrollo de la fe católica, lograr una renovación moral de la vida cristiana de los fieles. Eran tiempos de disputas, profundas discusiones y renovaciones en los niveles ideológicos y políticos y la iglesia había quedado rezagada, otras congregaciones ganaban miles, millones de voluntades.
Las formas litúrgicas eran alejadas de las masas, las misas en latín, una lengua muerta que poco se enseñaba, y la mayoría desconocía, formas de relacionarse con los feligreses de espaldas, generalmente con liturgias que nada tenían que ver con los problemas cotidianos, humanos y sociales de las distintas poblaciones del mundo católico.
Fue una revolución puertas adentro y hacia fuera de la iglesia, impulsada por Juan XXIII y clausurada por Pablo VI. Se propuso actualizar la vida de la Iglesia sin definir ningún dogma. Trato de la Iglesia, la Revelación, la Liturgia, la libertad religiosa, etc.
El Concilio Vaticano II es el hecho más decisivo de la historia de la Iglesia en el siglo XX.
“Sólo si hay paz, las enormes energías del mundo podrán ser utilizadas en la lucha contra la injusticia social, para la promoción humana y espiritual del hombre”. Encíclica Populorum Progressio.
Por otra parte, la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, de 1967, criticaba el sistema capitalista y denunciaba la situación imperante en el Tercer Mundo. Esto aumentó aún más las posturas en favor de la Teología de la Liberación. No toda la Iglesia católica latinoamericana compartía estas ideas que pronto fueron neutralizadas por la nueva conducción del CELAM a partir de 1972.
Las dos encíclicas de Juan XXIII: “Mater et Magistra” y “Pacem in Terris” y Populorum Progressio de Paulo VI, en 1967 fueron esenciales de las enseñanzas de Vaticano II. Aquí sin lugar a dudas estuvo la revolución en la iglesia católica, en estas enseñanzas están los hacedores de haber cambiado la iglesia católica que reúne a unos 700 millones de creyentes.
En América Latina se concentra el 44 por ciento, pero es Europa la que tiene mayor cantidad de Cardenales electores del nuevo Papa, el 48 por ciento de ellos, 58 cardenales de origen Europeo sobre los 117, menores de 80 años que elegirán al sucesor en el trono de San Pedro.
Frente a esta realidad, Los grandes medios de comunicación utilizan formas de catalogar y adjetivar que responden a las presiones de los distintos lobbys eclesiásticos, el objetivo es imponer un perfil interesado, de muy poco o nulo contenido espiritual. Por eso opinan sin demasiadas precisiones, afectando el desarrollo y desenvolvimiento de lo que debiera ser una elección papal cristalina.
Vayamos por partes: Leonardo Boff afirma que Juan Pablo II fue quien no se caracterizó por la reforma sino por la contrarreforma. “Representó la tentativa de detener un proceso de modernización que irrumpió en la iglesia desde los años ’60 y que interesaba a todo el cristianismo”.
Por otro lado el teólogo Rubén Dri afirma que Juan Pablo II tuvo un proyecto y este fue un ambicioso plan político - religioso de poder, donde lo que se buscaba era desmontar la democratización lograda por el Concilio Vaticano II.
“Toda la impronta de Juan Pablo II fue en contra de esta democratización que, por una parte, se expresaba en la colegialidad episcopal, o sea, en el poder mayor dado a los obispos en cuanto a colegios, o reuniones de obispos y en los consejos presbiterales que se abrían en cada una de las diócesis. Además de la apertura que se había dado en la Iglesia, de manera que también los laicos tuviesen la palabra”.
Luego Rubén Dri sostiene, y cabe aclarar que fue uno de los impulsores del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que Juan Pablo II buscaba volver a jerarquizar por completo la Iglesia y afirma que en realidad, más que jerárquica, fue monárquica. El objetivo claro resaltar y afirmar la infalibilidad de la Iglesia, que reside en el Papa.
“Lo que significa, a su vez, reprimir las disidencias y suplantar en lo interno el diálogo por la imposición. La categoría fundamental de la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI era el diálogo. Abría el diálogo en distintas instancias, tanto en lo interno de la Iglesia como en sus relaciones con el exterior. Lo que hizo Juan Pablo II fue cerrar este diálogo y en lugar del diálogo, la imposición y la recuperación de la obediencia como valor fundamental”. Afirma Leonardo Boff, sacerdote castigado en 1985 con el silencio obsequioso por la Santa Sede durante el reinado de Juan Pablo II. Leonardo Boff, también fue impulsor de la Teología de la Liberación.
La iglesia católica debía enfrentar dos problemas esenciales que hacen a su perdurabilidad y a su predicamento; por un lado el surgimiento de otras iglesias, cuyo origen está en la Reforma del siglo XVI y por otro una cantidad de congregaciones cismáticas y heréticas como sostiene la Santa Sede y que, obligadamente, y por fuera de su voluntad, debe convivir.
El otro aspecto es que el iluminismo trajo el surgimiento de la razón y esto provocó el avance de la tecnología y la ciencia, las libertades públicas, las formas democráticas por encima de la monarquía absolutista. Avances de la sociedad que las amplias masas abrazaron por fuera de los designios divinos o los autoritarismos que afloraron en los años anteriores a Vaticano II.
Las sociedades modernas, afirma Boff, abrazaron las libertades en todos los continentes, las libertades democráticas, la ciencia y la técnica, fueron paradigmas que enfrentaron a una iglesia encerrada, un bastión conservador y autoritario.
Aquí surge la fuerza de Juan XXIII, la culminación dada por Pablo VI que modificó el anatema por la comprensión, la condena por el diálogo. Las necesidades sociales por encima de las jerarquías, la comprensión de los procesos humanos por sobre la misión religiosa de la iglesia.
La aparición como Papa de Juan Pablo II fue, nuevamente, la unión Papa-Curia, burocracia papal y conservadurismo religioso, porque los círculos de la Curia romana no habían sido derrotados en Vaticano II. Esperó, soportó el avance de la iglesia social, humana, de los pobres, de la Teología de la Liberación y con la llegada de Juan Pablo II, las dictaduras en América Latina y la no condena de los genocidios, nuevamente, el proceso autoritario de la iglesia católica.
Se desandó lo realizado y los viajes del Papa fueron realizados a su medida, por eso como afirma Ernesto Cardenal, durante la primera visita del Papa a Nicaragua, cuando aún la Revolución era gobierno, lo recriminó por estar en el gobierno, fue seco y agresivo con la inmensa masa de nicaragüenses que se dieron cita: “Repetidas veces el Papa había dicho que Nicaragua era su “segunda Polonia”. Y ése fue un gran error, porque Nicaragua no era Polonia.
El creía que había un régimen impopular, rechazado por la gran mayoría cristiana, y que su presencia beligerante provocaría una sublevación del pueblo contra los comandantes de la Dirección Nacional y la Junta de Gobierno que estarían presentes en la plaza.
Su misa siguió entre la confusión de los 700.000 nicaragüenses y las agresiones de un Papa que no besó un solo niño. Y continúa Cardenal cuando cuenta aquel viaje que dejó mal parado al Papa polaco: Que bastaba que él hablara contra la revolución sandinista, y tendría el respaldo masivo de esa plaza. Y el Papa llegó a Nicaragua a desestabilizar la revolución. Si el Papa no hubiera estado equivocado, la noticia mundial de ese día habría sido que el pueblo de Nicaragua rechazaba la revolución.
Y, ciertamente ese hubiese sido el derrumbe de la revolución sandinista, como yo lo llegué a temer esa tarde. Pero como el pueblo defendió su revolución y rechazó al Papa, la noticia mundial fue “el agravio que se hizo al Papa en Nicaragua”.
Los objetivos de Juan Pablo II eran claros, no comulgaba con aquellos que se habían comprometido con los derechos humanos de sus naciones, y la tarea de consolidar su proyecto fue: remover, controlar, limitar a los obispos comprometidos con los derechos humanos, por ejemplo, con las mujeres, con los homosexuales en el Primer Mundo. Es decir, el tema de la Iglesia en el Primer Mundo era el problema de los derechos humanos, o sea, de las minorías marginadas, reprimidas. Y la represión se abatió fundamentalmente sobre los obispados de Holanda y de Francia, que fueron prácticamente desmontados por Juan Pablo II. Habían sido las iglesias más avanzadas en el Primer Mundo y terminaron siendo, prácticamente, reducidas al silencio. Toda la teología progresista que había elaborado Francia durante una época, desapareció, sostiene Rubén Dri.
Y sigue sosteniendo que, la implementación del proyecto era necesaria para controlar a los sectores populares del Tercer Mundo, terminología que se fue desdibujando en el mundo y que llegó hasta los límites de suponer que la década del ’90 nos había introducido por arte de magia y del mago en el Primer Mundo.
“El compromiso de la Iglesia en el Tercer Mundo era fundamentalmente con los sectores populares, con los movimientos de liberación, movimientos sociales, etc. La represión se abatió sobre el cardenal Arns de San Pablo, el que acogió a las Madres de Plaza de Mayo, que no eran recibidas por la jerarquía argentina El cardenal Arns se había transformado en vocero de las Madres, llevó el asunto al Vaticano e hizo público el tema de los desaparecidos en la Argentina. Pues bien, el cardenal tenía una diócesis muy grande con un trabajo creativo de comunidades de base. Juan Pablo II le fue creando otras diócesis, recortándole el territorio”, afirma Rubén Dri.
El otro caso paradigmático y doloroso de la realidad latinoamericana, sin entrar aún en Argentina, es el caso de Monseñor Arnulfo Romero de El Salvador, asesinado en el momento que daba misa. Romero tenía 63 años, el 24 de marzo de 1980 un comando ultraderechista le cegó su vida cuando oficiaba misa en la capilla del hospital La Divina Providencia, en San Salvador.
Este momento histórico en la vida del pueblo salvadoreño marcó el inicio de la guerra civil que duró doce años y que terminó en enero de 1992, con la firma de los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y la guerrilla, ahora convertida en partido político.
Los pedidos de Monseñor Oscar Arnulfo Romero al Papa Juan Pablo II no fueron contestados, fue abandonado por su santidad, a su propia suerte...
Al cumplirse un año de la muerte del padre Rutilio Grande afirma Monseñor Romero que: ”La grandeza del hombre no es ir a la gran ciudad, no es el tener títulos, riquezas, dinero; la grandeza del hombre está en ser más hombre, más humano. Por eso, cuando Rutilio llega a la plenitud de la humanidad suya, lo encontramos de vuelta para El Paisnal”.
En medio de grandes soledades, con las muertes más que dudosas de los obispos Ponce de León y Enrique Angelelli, Jaime de Nevares. Obispo de Neuquén, afirmaba sobre el posible Punto Final, que “si no había una movilización de las voluntades contra el proyecto del Punto final, los argentinos no habríamos merecido vivir en libertad”.
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