“Os salvaré del pecado, pero no de la injusticia” fue la máxima pontifical de Karol Wojtytla, Juan Pablo II, el Pontífice de la Iglesia Católica fallecido recientemente tras 28 años de pontificado.
Por: Salvatore Salmeri
Referente a América Latina, su discurso demagógico eclesial, siempre fue “en contra del flagelo de la pobreza y la miseria” mientras perseguía con la doctrina oficial emanada de la Santa Sede y del hoy nuevo Papa: Joseph Ratzinger, (Benedicto XVI) a obispos, sacerdotes y monjas que seguían a la Teología de la Liberación.
La Iglesia Católica latinoamericana desde los tiempos de la colonia alojó una influyente corriente progresista y humanista: Bartolomé de las Casas, Monseñor Romero, Elder Camara, Alberto Hurtado, Silva Henriquez, Leonardo Boff, entre otros. Dicha persecución, fue una desautorización de esa vertiente católica comprometida con la lucha y la reivindicación de derechos de los oprimidos, debido a la preferencia de Juan Pablo II por los movimientos neoconservadores: Opus Dei, Comunión y Liberación, los Legionarios de Cristo, etc. La beatificación y santificación del fundador del Opus Dei, José María Escrivá de Balaguer, y la concesión a esta orden del rango de la Prelatura Personal, es decir, de la vinculación directa con el Sumo Pontífice, sin someterse a las autoridades regionales o locales avaló la explotación de los cristianos católicos pertenecientes a las oligarquías latinoamericanas que durante décadas fueron cuestionados y severamente criticados por los teólogos de la liberación debido al trato injusto e inhumano que daban a sus trabajadores y dependientes.
De alguna manera la explotación del hombre por el hombre, al menos recibía un castigo moral, que permitió avanzar en el reconocimiento a la dignidad de campesinos y obreros. Hoy, gracias a Wojtytla, los grupos privilegiados de América Latina, encuentran consuelo y legitimidad moral en su accionar, tal es el caso del Partido Social Cristiano en el Ecuador que afirma que: “Si hay pobres es porque aquello ocurre conforme a la santa voluntad de Dios”.
Max Weber señala que la reforma protestante le dio un sustento ético y religioso al desarrollo del capitalismo, al imbricar la gracia y la salvación divina con la acumulación de riqueza, la contra reforma post conciliar de Wojtytla le dio un sustento ético y religioso al comportamiento opresivo de las oligarquías latinoamericanas que se han enriquecido con la bendición papal, a costa de la pobreza y la miseria crecientes en nuestro continente.
La llamada Santa Alianza que hizo con la Casa Blanca y el Pentágono para destruir al marxismo y al comunismo, arrasando con todo lo que se asemejara o pareciera asemejarse a esas doctrinas, abrió el camino a la globalización, el neoliberalismo y el predominio de las corporaciones multinacionales en América Latina, precisamente allí donde están la mayoría de los católicos del mundo.
La política exterior de Juan Pablo II en el ámbito de la diplomacia multilateral prefirió mantener en las Naciones Unidas y en otras Organizaciones Internacionales un estatuto de observador reforzado, que le permitiera inspirar la política internacional e influir a largo a plazo en los procesos de cambio histórico, evitando, en lo posible, confrontaciones directas con los Estados. La Santa Sede ha venido abogando por un reforzamiento de Naciones Unidas y por la reforma del Consejo de Seguridad, aspirando ante todo a la "refundación" del Derecho y de las Relaciones Internacionales sobre la base del Derecho Natural y no sólo sobre las Declaraciones Universales de Derechos, que Juan Pablo II ha considerado más aleatorias y mutables.
Joseph Ratzinger no es solo un pensador eclesial probado, sino que también ha sido en los últimos 25 años el guardián casi infalible de la ortodoxia. Como prueba de ello hay que recordar los "juicios" a los que sometió a gente como Hans Küng, Leonardo Boff, Eugen Drewermann, Edward Schillebeeckx, Pedro Casaldáliga y Juan José Tamayo-Acosta, por sólo mencionar a algunos de los teólogos más conocidos. Su papel al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe ha sido uno de los más intolerantes y represivos, acaso superado únicamente por el de su jefe durante más de 20 años. Karol Wojtyla defendió los intereses del imperialismo norteamericano en América Latina. No tenía empacho en visitar y dar de comulgar a dictadores genocidas como Pinochet, al tiempo que en Nicaragua condenaba la revolución sandinista por atea, reprendía al ministro de cultura Ernesto Cardenal o censuraba las pastorales del obispo Salvadoreño Monseñor Romero.
Hace 150 años Marx explicó que la dominación de la clase capitalista no se sustenta tan sólo en el aparato represivo del Estado. Eso se reserva en especial para los momentos de enfrentamiento abierto contra los trabajadores. Entre tanto, la burguesía, como las clases dominantes que la precedieron, despliega todo un arsenal de coacción y sometimiento sobre las clases oprimidas en el que los prejuicios, la ignorancia y los mitos religiosos siempre han jugado un papel destacado. La Iglesia católica nunca ha defraudado en ese sentido. Financiada por los capitalistas, ha nutrido de fundamento ideológico y justificación teológica a la explotación del hombre por el hombre. Siempre dispuesta a respaldar activamente a la burguesía en cualquier rincón del mundo contra los que han osado rebelarse, la Iglesia Católica ha constituido la espada espiritual del capital.
Juan Pablo II combatió activamente al comunismo amparado en todo el apoyo material y mediático que Ronald Reagan y Margaret Thatcher le pudieron proporcionar. Gracias a ello fortaleció la propaganda anticomunista de la Iglesia y el poder terrenal de la misma en todo el este de Europa, actuando como un altavoz muy útil en toda la ofensiva furiosa que la burguesía mundial desató contra las ideas del socialismo y del marxismo.
En conclusión, la férrea formación teológica, la comprensión de los problemas que enfrenta la fe cristiana en el mundo, el conocimiento profundo de la política institucional interna del catolicismo, de la geopolítica internacional, etc, de Joseph Ratzinger hacen preveer que la posición del Vaticano no va a dar un giro sustancial respecto de América Latina y el mundo; sobretodo porque su carácter conservador a ultranza que no estará dispuesto a apoyar el matrimonio de los sacerdotes, la planificación familiar, las uniones entre personas del mismo sexo, la ingeniería genética, el acceso de las mujeres al sacerdocio, el diálogo interreligioso efectivo, la carencia de vocaciones, el abuso sexual de obispos y sacerdotes, la teología política comprometida.
Benedicto XVI, así como Juan Pablo II seguirá de espaldas a un mundo secularizado mediante acciones acordes con el conservadurismo y continuará la labor de desmontaje de las iglesias locales, populares o nacionales, esto es, anular la posibilidad de que el Evangelio sea por fin la opción de los pobres.
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