Los países de Europa aguardaban y temían, al mismo tiempo, la llegada del Ejército Rojo. Por donde quiera que pasaban lo recibían con aplausos y maldiciones, con flores y disparos. En él veían al anhelado salvador y al cruel vengador. Contra él lucharon encarnizadamente y junto con él destruían al enemigo común. Y todo eso sucedió 60 años atrás, cuando el Ejército Rojo, luego de limpiar a su Patria de los invasores hitlerianos, se dirigió hacia Occidente, liberando a los pueblos de Europa de la esclavitud fascista.
Los países de Europa aguardaban y temían, al mismo tiempo, la llegada del Ejército Rojo. Por donde quiera que pasaban lo recibían con aplausos y maldiciones, con flores y disparos. En él veían al anhelado salvador y al cruel vengador.
Contra él lucharon encarnizadamente y junto con él destruían al enemigo común. Y todo eso sucedió 60 años atrás, cuando el Ejército Rojo, luego de limpiar a su Patria de los invasores hitlerianos, se dirigió hacia Occidente, liberando a los pueblos de Europa de la esclavitud fascista.
En nombre de la Victoria y de la libertad ajena
Al vencer en la grandiosa batalla en los puntos fundamentales del frente germano-soviético, el Ejército Rojo, a finales del verano de 1944 llegó a las fronteras de Prusia Oriental, cerca del Visla y los Cárpatos. Las tropas de cinco frentes soviéticos (23 ejércitos generales, 5 de tanques y 5 aéreos) estaban preparados para infligir al adversarios nuevos y devastadores golpes. Aquí podemos leer algunas de las reacciones de periódicos de los aliados:
News Cronicle (Gran Bretaña): Triunfante y estremecedor avance de las tropas del Ejército Rojo impresiona a aliados de Rusia.
Daily Telegraph & Morning Post: «El frente alemán en Bielorrusia se ha desmembrado de un modo que hasta ahora no se había visto en todo el curso de la guerra».
New York Times: «(...) Ante Alemania está el fantasma de 1918».
London Sunday Express: «No hay nada que se pueda comparar con las escalas y la rapidez de la ofensiva soviética. Sobre Alemania pende la sombra de la catástrofe».
Esta sombra venía desde el Oriente. Como un terrible mensajero del amargo precio que habrían de pagar los invasores por todo lo que cometieron en tierras soviéticas durante los años de la ocupación. Atrás el Ejército Rojo dejaba un país flagelado y desierto, por delante quedaba el cuidado e intacto territorio del enemigo.
Atrás quedaron cerca de dos mil ciudades y poblados soviéticos destruidos, así como más de 70 mil aldeas, 32 mil industrias, 98 mil koljoses (cooperativas agrícolas), 1876 sovjoses (cooperativas agrícolas estatales), decenas de miles de kilómetros de vías férreas voladas, 16 mil locomotoras echadas a perder y enviadas a Occidente, cerca de medio millón de vagones...
Y esta no es, ni remotamente, la lista completa de las maldades de los invasores. Esos mismos que ahora estaban relegados, acorralados en aquellos lugares de donde habían comenzado su avance hacia el Oriente.
Olviden las venganzas. Es un sentimiento incompatible con un soldado ruso, insistían los políticos de las tropas.
El saqueo se castigará con penas militares; y el que se tome la justicia en sus manos, será fusilado, advertían a los subordinados los comandantes. Aunque si fuera cuestión de deseos, unos y otros borrarían todo lo que encontraran en su camino de la faz de la tierra.
Pero el centro dictaba su voluntad: el Ejército Rojo es un ejército de liberación. Su paso por los países de Europa Oriental es sólo un eslabón en la cadena de acontecimientos que finalizará con la derrota definitiva del enemigo. O lo que es lo mismo, el Ejército Rojo traía la independencia a los pueblos europeos en nombre de su victoria.
La lección polaca
El primer paso decisivo del Ejército Rojo fue el que se realizó en dirección de Polonia. Justamente en la sufrida Polonia, la cual en el otoño de 1939 había sido traicionada por Gran Bretaña y Francia.
En vez de ayudar a su aliado en momentos de peligro mortal ellos contemplaron indiferentes cómo los tanques del Vermacht despedazaban la tierra polaca. «Nosotros no sufrimos una derrota en 1939 - tuvo que reconocer en el proceso de Nüremberg el jefe del estado mayor de la dirección operativa de la comandancia alemana A. Yodl - sólo porque las aproximadamente 110 divisiones francesas y británicas, que se encontraban en Occidente, durante nuestra guerra con Polonia, contra 23 divisiones alemanas, quedaron totalmente inertes».
Esa misma Polonia, cuya suerte había sido definida con meridiana franqueza y cinismo por parte de su gobernador general hitleriano Frank: «Desde hoy el papel político del pueblo polaco ha terminado... Nosotros lograremos que se borre durante siglos el concepto de Polonia. Nunca más renacerá algún órgano o algún estado polaco».
Frank sabía lo que hablaba. Durante los años de ocupación hitleriana Polonia fue transformada en un enorme gueto. En julio-agosto de 1944 el Ejército Rojo liberó las tierras al Oriente del Visla, las cuales constituían un cuarto de todo el territorio del país. Para avanzar más allá no alcanzaron las fuerzas.
Desgastadas como estaban las tropas soviéticas por los combates previos éstas necesitaban un descanso. Pero mientras el Ejército Rojo, al precio de enormes esfuerzos remataba los restos del grupo de ejércitos hitlerianos Centro, en Varsovia se produjo una sublevación popular, cuyos líderes no coordinaron sus acciones con la comandancia del Ejército Rojo.
Tampoco fue avisada la comandancia del Primer Ejército Polaco. El estallido se produjo por iniciativa de Londres, que quería gracias a los patriotas polacos impedir que se concretara la influencia soviética en Polonia. Esta sublevación mal preparada y organizada con toda prisa estaba condenada al fracaso...
En Varsovia aún quedan bastantes personas que consideran que la muerte de los patriotas polacos fue responsabilidad de la comandancia del Ejército Rojo, que supuestamente no emitió orden de ayuda a los sublevados, ex profeso. Sin tener en cuenta que dicha comandancia se enteró del estallido patriótico, justo cuando en las calles de la capital se producían encarnizados combates. Es más, la imposibilidad de las tropas soviéticas de dar un apoyo operativo a los patriotas fue comentada posteriormente por los generales fascistas.
Veamos como describía aquella situación el general Tippelskrich: «El levantamiento estalló el 1º de agosto, cuando las fuerzas de la avanzada rusa se había agotado...».
Con todo, aun con la coyuntura creada, el Ejército Rojo trataba de ampliar sus éxitos y durante el curso de agosto y en la primera mitad de septiembre llevaba acabo su avance. Pero el adversario, luego de restablecer el frente defensivo, constantemente incrementaba sus fuerzas.
Prueba de las dificultades surgidas en la ofensiva es el hecho que en aquel tiempo los Primeros Frentes Ucraniano y Bielorruso perdieron, entre muertos y heridos, a más de 300 mil soldados y oficiales.
Los trágicos acontecimientos de Varsovia fueron una importante lección para todas las fuerzas patrióticas de los países europeos. Ahí entendieron que sin el apoyo activo del Ejército Rojo, así como sin las estrechas relaciones organizativas con éste, cualquier intervención contra las tropas hitlerianas estaba condenado al fracaso.
Durante los sangrientos combates en el territorio de Polonia se pudo comprender que la liberación de los países europeos le costaría al Ejército Rojo un enorme precio. Como también se hizo evidente que en Europa no precisamente todos estaban preparados para asumir al Ejército Rojo como liberador.
La internacional negra del Führer
Efectivamente, en los países de Europa Oriental, donde los gobiernos locales favorables a Berlín, sufrían la firme presión de la bota aria, no eran todos los que deseaban ser liberados por los soviéticos. Es obvio que esto no se extendía a los combatientes de las tropas de la Resistencia.
Y en realidad esta reacción es comprensible. Es que además de las tropas alemanas en el territorio de los estados europeos se había concentrado un alto número de efectivos de los países-satélites. Baste decir que en junio de 1941 estos países opusieron a la URSS una cantidad bastante expresiva de sus fuerzas. Por ejemplo, durante la realización del plan Barbarroja participaron decenas de perfectamente educadas y pertrechadas divisiones y brigadas de Rumania, Hungría, Finlandia, Eslovaquia e Italia.
Junto con ellos, participaron en la ofensiva hacia Oriente las formaciones militares de otros países europeos, en particular españolas y belgas. Por cierto, que no fueron participaciones puntuales, las de las tropas de estos países-satélites. Éstas constantemente se iban complementando. En 1941 en el frente germano-soviético había 40 mil efectivos húngaros, mientras que en 1944 el número había superado los 200 mil.
Habría que recalcar que las acciones combativas en contra del Ejército Rojo eran llevadas a cabo no sólo por las tropas terrestres de los países-satélites, sino también sus marinas de guerra y la aviación. Digamos que sólo entre Finlandia y Rumania se podían contar cerca de mil aviones.
También tuvieron una «contribución forzosa» a la puesta en práctica del blitskrieg hitleriano aquellos países que oficialmente conservaban su soberanía. Se puede juzgar el nivel de independencia efectiva y su distanciamiento de las acciones combativas a partir del ejemplo de Bulgaria.
Sí, es cierto que ella no estaba en guerra con la Unión Soviética, pero su gobierno ayudó a Alemania con todo lo que podía: los alemanes utilizaban con total libertad los aeródromos búlgaros, sus puertos y vías férreas. Las tropas búlgaras servían ocupando Grecia y Yugoslavia, con lo cual liberando a las divisiones del Wermacht para el Frente Oriental.
Y Berlín tenía gran número de estas naciones «soberanas» cómplices. Hitler y su círculo supieron formar y dirigir hacia la Unión Soviética un potente contingente de fuerzas armadas de toda Europa, una especie de «internacional negra» del Führer, si así le podemos llamar, que en ocasiones, no tenía nada que envidiarle a los alemanes en su crueldad hacia el pueblo soviético.
A finales del verano de 1944 los pedazos de esa «internacional negra» golpeada por las tropas soviética todavía representaban una fuerza significativa. Por ejemplo, en el grupo de ejércitos Ucrania del Sur entraban los ejércitos 3º y 4º de Rumania. Además, en la propia Rumania, de las 47 divisiones que se oponían al Ejército Rojo, sólo 25 eran alemanas, el resto eran rumanas.
El resto de las formaciones militares de los otros países-satélites, también eran bastante impresionantes. Estando en sus lugares natales, sus miembros tuvieron que enfrentar su «juicio final».
Las reacciones eran disímiles: algunos continuaban fieles al juramento hecho al Fürer, mientras que otros a toda prisa cambiaban de casaca. Todo con tal de salvarse.
El que no esté con nosotros, está contra nosotros
Los destructores golpes del Ejército Rojo, así como su avance victorioso alejaron a los países-satélites del letargo de la ocupación, dando un potente impulso a los movimientos populares patrióticos y obligando, al mismo tiempo, a los monarcas europeos y a los miembros de los respectivos gobiernos de esos países, a reflexionar en serio acerca de su futuro político. Hay que decir que éste se presentaba nebuloso y por regla general triste.
Los aliados de otrora del Fürer comenzaron a buscar febrilmente salidas de la coyuntura que no apuntaba favorablemente hacia ellos, tratando no sólo de mantenerse en el poder, sino aparecer ante sus respectivos pueblos como los salvadores de la nación.
Veamos el ejemplo de Rumania para entender cómo sucedía esto. Su rey se enredó tanto en su propia política que no se dio cuenta como en la capital estalló un levantamiento popular. El gobierno soviético reaccionó positivamente hacia los acontecimientos de ese país, pero indicó que el Ejército Rojo no sólo no pensaba desarmar a las tropas rumanas, sino que les brindaría apoyo si éstas se decidieran a entablar una lucha de conjunto en contra de los alemanes en aras de la independencia de Rumania.
Lamentablemente los acontecimientos posteriores demostraron que el nuevo gobierno de Rumania actuaba siguiendo en mucho una variante que recordaba a la polaca. Por un lado, apoyaban al Ejército Rojo, por otra proponía a Moscú firmar la paz, toda vez que Rumania ya había declarado la guerra a la Alemania fascista.
En la práctica esto significaba una propuesta para que las tropas soviéticas dejaran de combatir y con ello dar la oportunidad a la comandancia hitleriana no sólo de conservar sus filas militares, sino llevarlas tranquilamente a los Cárpatos, donde deberían ordenarlas, volver a pertrecharlas y prepáralas para futuros combates con el Ejército Rojo.
Es significativo que durante las negociaciones con la dirigencia soviética acerca del tratado de paz, el gobierno rumano al mismo tiempo discutía los pormenores de la entrada en su territorio de las tropas anglo-norteamericanas.
Esta política de doble rasero estaba extendida entre varios otros líderes de países europeos que no deseaban ver a las tropas soviéticas en sus territorios.
La comandancia del Ejército Rojo dio una respuesta contundente a las maniobras de Bucarest: los rumanos que desearan combatir contra los alemanes debían quedarse en las filas, mientras que los que se negaran a ayudar al Ejército Rojo deberían dirigirse hacia los puntos de concentración de prisioneros de guerra. Mientras que aquellos que continuaran ofreciendo resistencia deberían ser exterminados como enemigos que eran.
En otras palabras, aquellos que no estuvieran con nosotros, estaban contra nosotros. En esa situación éste era el más efectivo factor de pacificación, utilizado por muchos de los que habían estado hasta hacía poco al lado del nazismo.
En poco tiempo, el ejército búlgaro y las tropas eslovacas, pasaron al lado del Ejército; así mismo actuaron las formaciones militares checas y yugoslavas.
Como Finlandia no estaba en condiciones de seguir rechazando el empuje del Ejército Rojo rápidamente solicitó a Moscú la firma de un tratado de paz, aceptando las condiciones del gobierno soviético, pero sin cumplir lo más importante: la expulsión de su país de los fascistas alemanes, confiando que este «trabajo» lo realizarían las tropas rusas.
Sin embargo, viendo la pasividad de los finlandeses, el comandante del Frente Karelio toma la decisión de continuar con sus acciones ofensivas, por lo cual recibe una amonestación por parte del Centro.
En la directiva del Estado Mayor de 12 de septiembre de 1944 se decía: «Ud. pone ante las tropas del frente la tarea de destruir con sus fuerzas la agrupación alemana en Finlandia del Norte. Su decisión es incorrecta. De acuerdo a las negociaciones con los finlandeses, son ellos los que deben encargarse de expulsar de su territorio a las tropas alemanas; nosotros sólo debemos suministrarles apoyo.
Partiendo de lo dicho anteriormente el Estado Mayor de la Comandancia Superior le prohíbe a Ud. llevar a cabo acciones ofensivas contra las tropas alemanas. En caso de retirada de estos, debe seguirlos, sin imponerle al adversario grandes combates y sin agotar a sus tropas con confrontaciones y con profundas maniobras de rodeo.
Para mejor conservar sus fuerzas, el Estado Mayor exige de Ud. un exacto cumplimiento de las órdenes y caso contrario Ud. será alejado de la comandancia del Frente...».
Dicho documento es elocuente en muchos sentido, pero ante todo es testimonio de la firmeza con que el Estado Mayor exigía a los comandantes de los frentes una cuidadosa atención hacia la tropa, buscando así evitar grandes pérdidas.
La comandancia no tenía responsabilidad de las grandes pérdidas del Ejército Rojo en tierras europeas - el enemigo aún era potente, independientemente que se sintiera condenado.
Uno de estos adversarios poderosos eran las tropas húngaras. La dirigencia soviética también les había propuesto el cese de las hostilidades, pero los húngaros eran demasiado fieles al Führer. Y como respuesta a su indiferencia hacia el humano paso del gobierno soviético el 24 de octubre de 1944 el Estado Mayor puso ante la comandancia de las tropas del 2º y 4º Frentes Ucraniano la siguiente tarea:
«Debido a que las tropas húngaras no cesan sus acciones bélicas contra nuestras tropas y continúan manteniendo un solo frente con los alemanes, el Estado Mayor de la Comandancia Superior orden actuar en el campo de batalla contra las tropas húngaras, así como las alemanas, sin hacer distingos entre ambas...».
Actuar significaba exterminar. No había otra salida si se deseaba obtener la victoria del Ejército Rojo. Es por ello que las ruinas del otrora bello Budapest, producidas por el fuego de la artillería soviética y los potentes ataques aéreos, está en la conciencia de los propios húngaros.
No existía forma de vencer la resistencia de una guarnición enemiga que los superaba los 200 mil efectivos sin dañar las edificaciones. Esta guarnición estaba compuesta por fuerzas elites de los fascistas alemanes. Incluidas las hacinadas divisiones de las SS y toda clase de formaciones voluntarias, legiones internacionales, cuyos miembros sabían que no deberían esperar piedad por parte de las tropas soviéticas...
La amargura de un dulce instante de libertad
Nosotros llegábamos y nos recibían como libertadores deseados. Cuando hablamos de nosotros nos referimos a más de siete millones de soldados soviéticos, que durante casi quince largos meses entablaron sangrientos combates con el enemigo en los territorios de 13 países cuya superficie superaba los dos millones de kilómetros cuadrados.
En la misión libertadora participaron más de 90 unidades de las Fuerzas Armadas Soviéticas. Durante las más difíciles batallas se destruyeron y se hicieron prisioneras más de 670 divisiones, lo cual suponía 2,5 millones de soldados y oficiales enemigos. Nosotros le procuramos a los pueblos de Europa la libertad, sin preguntarnos siquiera a qué precio. Un precio enorme.
Las fotografías de hace 60 años que hoy se publican son fiel testimonio de la forma en que nos recibían en los lugares. En ellas se reflejan felices instantes de libertad.
Instantes que difícilmente podrán reproducir y sentir los países de la Europa Oriental. Por cierto, mejor es que nunca más se pueda experimentar.
Nosotros llegamos no sólo como libertadores, sino salvadores. Nosotros salvamos a los pueblos de Europa del hambre.
Los salvamos olvidando que ante nosotros estaban los enemigos de ayer. Por ejemplo, todavía durante los feroces combates en Budapest nuestra comandancia militar entregaron 15 toneladas de pan, 10 toneladas de harina, 400 kilogramos de carne y otros productos alimenticios para un hogar infantil.
La ciudad aún estaba humeando y ya entre las ruinas de Budapest se podían ver cocinas de campaña, alrededor de las cuales se formaban colas infinitas de gente hambrienta. A finales de octubre de 1944 la comandancia de las tropas soviéticas liberó para la ciudad húngara de Segueda, 100 vagones de trigo, 10 toneladas de azúcar, 34 vagones de carbón, 2 toneladas de tabaco, 800 camiones con productos, así como se entregó combustible para los vehículos de la capital húngara, sin pedir nada a cambio.
Otros países también recibieron decenas de miles de toneladas de granos, harina, azúcar, sal, etc. En ese contexto Bulgaria recibió en septiembre de 1944 de la URSS 130 mil toneladas de granos, Yugoslavia 53 587 toneladas de harina, lo cual superaba con creces lo establecido en la orden del Estado Mayor de la Comandancia Superior.
Nosotros salvábamos del hambre a los pueblos de los países liberados, quitándonos lo que más nos faltaba en nuestro propio país.
En la historia de las guerras mundiales no hubo nunca tan humanitarios vencedores, como lo fueron los soldados del Ejército Rojo. No es por gusto que los hayan recibido con tal júbilo en las capitales europeas. Sabían, entendían, sentía y veían quién había llegado...
Hoy en día, luego de seis décadas de aquella legendaria y heroica expedición de las tropas soviéticas en Europa, sólo quedan los obeliscos de las solitarias tumbas y los tristes montículos de los enterramientos colectivos como recuerdo.
Tampoco quedan muchas calles y plazas, que un día llevaron el nombre de soldados soviéticos o del Ejército Rojo; se han retirado de los promontorios donde se ubicaban los tanques con estrellas rojas, que en su momento fueron los primeros en penetrar en las capitales europeas, que aún estaban bajo el control del enemigo.
Bueno, lo cierto es que hace un tiempo ni nosotros los tenemos. Es triste, pero es un hecho. Incluso salimos de algunos países con el cuño de ocupantes. La libertad que se regala corrompe a los liberados, haciendo corta y opacando su memoria.
Pero si esto fue así, entonces ¿de qué sirvieron las enormes privaciones y el sinnúmero de víctimas sufridos por el Ejército Rojo?
Ante todo en nombre de su Gran Victoria, sin la cual nadie sabe cómo vivirían los pueblos de Europa en la actualidad y bajo qué leyes...
Revista Militar Rusa.
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