Tan pronto como llegó a la Casa Blanca, George W. Bush denunció el tratado de no proliferación balística y relanzó el proyecto de «guerra de las galaxias», obsesión de la industria militar estadounidense desde hace 60 años. El Presidente ha hecho de este proyecto la prioridad absoluta de su mandato y el 11 de septiembre le ofreció la justificación a posteriori. Oculto en los medios de prensa por la guerra en Irak, el programa se presenta como defensivo cuando en realidad no dejará de provocar una nueva carrera armamentista. Japón y Australia han decidido asociarse a la empresa y poner sus tecnologías al servicio del Pentágono.
La IV Asamblea General del Consejo para la Cooperación de Seguridad en Asia-Pacífico (CSCAP) tuvo lugar hace ya más de dos años, en diciembre de 2003 en Yakarta (Indonesia). Fue el preludio de un tema muy probable y predominante, las primeras manifestaciones y de manera simultánea en Tokio y Canberra el 4 de diciembre 2003, de que Japón y Australia participarán en el programa estadounidense de «defensa antimisiles».
Los Estados de la región han expresado ya su preocupación de verse envueltos en una nueva carrera armamentista. Además, en vez de un medio de defensa contra Corea del Norte, interpretaron esta decisión como una amenaza directa contra China.
El proyecto de defensa antimisiles es un fantasma recurrente de la industria militar desde los años 30. Concebido en un inicio por los científicos del centro de investigación de Peenemünde (Alemania), bajo la dirección del mayor SS Wernher von Braun, y teorizado por los investigadores de la Rand Corporation (Estados Unidos), bajo la autoridad de Albert Wohlstetter, sólo se convirtió en programa político con Ronald Reagan.
En los años 50, Estados Unidos desarrolló los proyectos antibalísticos Nike Zeus, Nike X, Sentinel, y posteriormente Safeguard. En 1972, Estados Unidos y la URSS se comprometieron a no continuar desarrollando su arsenal de intercepción de forma tal que se mantuviera entre ambos países un «equilibrio del terror». Con este fin firmaron ese mismo año el tratado ABM (Anti-Ballistic Missile).
Pero, en 1983, el presidente Ronald Reagan propuso su Iniciativa de Defensa Estratégica (IDS), que se esmeró en presentar como un escudo antimisil, es decir, como un arma de uso exclusivamente defensivo.
Los encargados de la comunicación del Pentágono la definieron como un sistema para interceptar mísiles hostiles. Designaron como blancos del dispositivo los mísiles balísticos intercontinentales con los que «el Imperio del Mal» (la URSS) podría atacar al «mundo libre». Sin embargo, esta presentación no es tan clara como parece. Para unos, los antimisiles serán armas instaladas en tierra, para otros, serán embarcadas a bordo de satélites. En ambos casos podrán de todas formas ser utilizadas también con fines ofensivos.
El proyecto del presidente Reagan fue inmediatamente denominado «guerra de las galaxias», denominación inadecuada además en la medida en que hace creer que los combates se desarrollarían por completo en el espacio, lejos de la población. Luego de diversos intentos de aplicación, cada uno menos concluyente que los demás, la IDS fue abandonada en 1987. Algunos analistas consideran que incluso cuando la idea fue un fracaso agotó a la URSS en una carrera armamentista fatal desde el punto de vista económico.
Como quiera que fuere, la historia de este programa está unida desde hace veinte años a la carrera política y a los asuntos económicos de Donald Rumsfeld, quien ha ocupado sucesivamente los puestos de secretario de Defensa del gobierno de Ford, administrador de la Rand Corporation, presidente de la Comisión de Evaluación de la Amenaza Balística y una vez más secretario de Defensa del gobierno de Bush hijo.
Fuente: Missile Defense Agency
En su acepción actual más corriente, la «guerra de las galaxias» incluye tres tipos de armas capaces de intentar la intercepción de mísiles enemigos en cualquier estadio de su trayecto:
– Se supone que aviones Boeing 747-400 de la Air Force, provistos de láseres aerotransportados, sean capaces de destruir, de ser posible, los mísiles poco después de ser lanzados. A pesar de los numerosos comunicados que hablan del éxito alcanzado en muchos ensayos, parece que en estos momentos esos láseres sólo son eficaces a 800 metros del blanco volante, lo que no corresponde a condiciones operativas.
– En caso de que la primera solución fracase, destructores de la Marina, dotados del sistema Aegis, deben supuestamente destruir los misiles en su fase de ascenso. A pesar de las declaraciones oficiales, en este caso tampoco el sistema parece operativo.
– Finalmente, como último recurso, el ejército cuenta con camiones de 16 toneladas provistos de plataformas de lanzamiento de THAAD para destruir los mísiles en su fase descendente en un radio de 100 Km. En caso de que fallen el blanco, los Patriot pueden venir en su ayuda.
Si bien nadie cree en la eficacia del THAAD, el Pentágono ha logrado convencer de que el Patriot sí lo es, ya que fue capaz de interceptar Scud iraquíes lanzados contra Israel durante la primera Guerra del Golfo. Lamentablemente, los observadores militares presentes in situ no creen ni una palabra.
Parece que en realidad algunos Scud fueron abatidos por medios de defensa antiaérea clásicos, pero que la mayoría no pudo ser interceptada. De todas formas, es imposible comparar los Scud rudimentarios con los misiles modernos, lo que deja en el aire la duda sobre la eficacia de los Patriot frente a armas recientes.
Tan pronto como llegó a la Casa Blanca, George W. Bush denunció el tratado ABM de 1972 para poder relanzar el proyecto de «guerra de las galaxias». Es evidente que el propósito no era proteger al país de la URSS puesto que esta ya había desaparecido. Dijo que se trataba del desarrollo de un conjunto de armas sofisticadas que garantizan el dominio asimétrico sobre el resto del mundo.
Sin embargo, Bush hijo no ha abandonado las técnicas de comunicación de Reagan. De esta forma, se esfuerza por presentar el programa como una defensa contra la amenaza de Corea del Norte. Donald Rumsfeld reorganizó por completo los organismos y comandos militares para proseguir el proyecto.
El conjunto fue puesto bajo las órdenes del inevitable general Raph E. Eberhart (el hombre que controlaba el espacio aéreo estadounidense el 11 de septiembre de 2001). En su discurso sobre el Estado de la Unión del 29 de enero de 2002, George W. Bush reafirmó la prioridad que concede a este programa.
En agosto de 2003, la Oficina de Evaluación del Congreso (General Accounting Office) destacó en un informe que los costos precisos de la operación no habían sido calculados [1]. Según este organismo independiente, existen grandes posibilidades de que los 22 mil millones de dólares asignados en el próximo presupuesto militar sean insuficientes y sea preciso entonces acudir a un suplemento presupuestario, lo que se convertiría en un verdadero pozo sin fondo.
No obstante, fue en ese momento preciso que Japón y Australia decidieron incorporarse a este proyecto inseguro. Según el diario japonés Mainichi Shimbun del miércoles, Japón invertirá 500 mil millones de yenes en un período de cuatro años (o sea, un poco menos de cinco mil millones de dólares) [2]. Por su parte, el ministro australiano de Defensa, Robert Hill, se abstuvo de dar cifras con relación a la inversión de su país [3]. Si bien la participación japonesa parece limitada (comparada con los 22 mil millones anuales de Estados Unidos), su aporte podría ser fundamentalmente tecnológico.
Tokio y Canberra afirman que su interés es protegerse de la amenaza de Corea del Norte. Sin embargo, si un día el proyecto faraónico de la «guerra de las galaxias» resulta realmente operativo, será fácil para Corea del Norte, o para cualquier otro adversario, modificar su modo de ataque.
Un gran número de expertos compara esta inversión con la «línea Maginot», obra colosal construida por Francia para protegerse de Alemania al finalizar la Primera Guerra Mundial. Era infranqueable, pero fue fácilmente esquivada.
El «escudo antimisiles» sería totalmente inútil, por ejemplo, en el caso de mísiles lanzados desde cargueros comerciales situados a algunos kilómetros del blanco (este ejemplo fue mencionado durante las discusiones que precedieron la adhesión de Australia al proyecto).
Aunque no se pueda descartar cierta obcecación ante tal opción estratégica, es muy probable que esta inversión responda a una lógica diferente a la anunciada. Aunque la eficacia defensiva del proyecto no haya sido probada aún, la posibilidad de contar con un arsenal instalado en órbita le brinda al país que disponga de él una evidente superioridad estratégica.
Para sus promotores, la «guerra de las galaxias» no es en modo alguno el cuadro de ciencia ficción que se le presenta al público, sino un programa de armamento ofensivo capaz de garantizar un dominio militar asimétrico y definitivo.
[1] Ver Missile Defense. Addicitional Knowledge Needed in developing System for Intercepting Long-Range Missiles, GAO, agosto de 2003, 40 p. Descargar (Pdf: 1 800 Kb).
[2] Ver Japan and Missile Balistic Defense, Rand Corporation, 2001.
[3] Ver Missile Defence for Australia: Vital Development or Strategic Snake Oil?, Department of the Parliamentary Library, Research Note, Canberra, 18 de agosto de 2003. Descargar (Pdf: 218 Kb).
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