La opinión pública occidental ha dejado de tomar en serio la perspectiva, tantas veces anunciada, de un agotamiento de los recursos petrolíferos. Pero, aunque queda aún petróleo para rato, ese recurso alcanzará rápidamente un costo muy elevado y las cantidades disponibles no podrán satisfacer el crecimiento económico mundial. La transición hacia otras fuentes de energía exigirá difíciles adaptaciones y ya está dando lugar a las guerras por el control de los recursos que ha emprendido la Coalición.
La toma de conciencia, en los años 70, sobre un posible agotamiento de las reservas mundiales de petróleo sirvió a diferentes corrientes filosóficas de argumento para justificar su propia moral. Para los maltusianos del Club de Roma, la ideología del crecimiento conduce al fin de la humanidad.
Al no ser posible modificar la civilización industrial, es necesario limitar la población. Pero el descubrimiento de nuevos yacimientos (sobre todo en el Mar del Norte) y la aparición de nuevas técnicas más eficaces de explotación retrasaron la aparición de dificultades y pusieron en ridículo a los profetas de la desgracia. Siendo así, cuando se recuerda hoy el problema a los encargados de las decisiones políticas, la opinión pública no lo toma en cuenta.
Las fuentes de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) son limitadas y sólo se tiene una idea inexacta del volumen de reservas que puede quedar aún en el planeta. Sabiendo que la consideración de la que gozan ciertos Estados en el seno de las instituciones internacionales, así como en las bolsas de valores, depende de la capacidad petrolera que se les atribuye, cada uno de ellos tiende a exagerar la importancia de su propio patrimonio, y a exagerarla más aún cuando los rivales alcanzan volúmenes similares al suyo.
En pocas palabras, es notorio que las cifras oficiales son falsas. No presentan balances objetivos sino que son parte de un engañoso juego de póquer entre Estados y compañías petroleras. La evaluación se hace aún más difícil debido a la existencia de diferentes tipos de petróleo.
Por comodidad, se distingue un petróleo convencional, fácil de extraer y de refinar, y un petróleo no convencional cuya explotación es más o menos interesante. Los economistas subrayan que, debido al principio de la oferta y la demanda, yacimientos cuya explotación resulta hoy demasiado costosa se harán rentables cuando suba el precio del crudo.
Pero los técnicos señalan que, sea cual sea el precio de venta, ciertos yacimientos no serán explotados nunca porque ello exigiría más energía que la que producirían los hidrocarburos extraídos. En ese caso, la termodinámica impone límites a la ley del mercado.
Como quiera que sea, si bien se desconocen las cantidades explotables de petróleo no convencional, los expertos hacen una evaluación de la cantidad de petróleo convencional que queda aún. Esta no pasa de lo que puede caber en el lago de Ginebra. O sea, que teniendo en cuenta el crecimiento económico y el alza permanente de la demanda a la que éste da lugar, habremos agotado ese tipo de petróleo de aquí a cuatro o cinco años. Entraremos así en un periodo en que esa fuente de energía se hará definitivamente más cara.
El momento en que la producción alcanzará su apogeo, y después del cual comenzará la crisis del petróleo, se designa con el término «Peak Oil» (pico petrolero). Numerosos investigadores han tratado de definir con precisión en qué momento se producirá. Sin embargo, a nivel general, el concepto carece de sentido. Si se puede hablar objetivamente de «pico» de producción para un pozo de petróleo en particular, no es posible hacer lo mismo con respecto a un mercado.
Numerosos yacimientos han alcanzado ya su pico de producción. Muchos se han agotado definitivamente. Sin embargo, el concepto ilustra aún una realidad bien definida: por el momento, la explotación de las reservas de petróleo de calidad se hace cada vez más costosa y los precios siguen subiendo. Aún estableciendo los precios, en breve tiempo la producción será inferior a la demanda. Entraremos entonces en una economía de escasez.
Ese factor no cambiará mucho la situación en lo tocante a las ganancias de las compañías petroleras, que recuperarán -gracias a la diferencia del precio de venta- lo que pierdan en volumen. Pero no habrá suficiente combustible para los transportes y la industria, incluyendo la industria agroalimentaria.
Habrá que volverse entonces hacia otras fuentes de energía y adaptarse a ellas. Al contrario de lo que sugieren ciertas expresiones, no hay energías alternativas al petróleo sino fuentes de energía alternativas: todos los tipos de energía son equivalentes pero no se puede hacer funcionar un avión con paneles solares, ni fabricar fertilizantes con un molino de viento. En muchos casos el gas (también limitado) reemplazará con éxito al petróleo [1].
Eso perturbará los flujos comerciales ya que, si bien es fácil transportar petróleo en supertanqueros, no sucede lo mismo con el gas metano y, cuando se trata de transportar grandes volúmenes de gas, no queda más remedio que recurrir a los gasoductos. Estados Unidos, que no tiene gas en su propio territorio, ni en el de sus vecinos inmediatos, no podrá importar ese tipo de combustible mientras que Europa occidental será aprovisionada por Rusia, perspectiva que implica profundos cambios de alianzas.
Mucho más que el nivel de desarrollo industrial son los estilos de vida lo que determina el consumo de energía de un país. Los estadounidenses consumen el doble de energía por habitante que los europeos y la utilizan principalmente para el transporte. Es por esa razón que el aprovisionamiento de petróleo se ha convertido en la gran prioridad de la administración Bush [2].
Desde su llegada a la Casa Blanca, George W. otorgó al vicepresidente Dick Cheney un mandato para dirigir un estudio de fondo y determinar ciertas decisiones políticas. Es evidente que se edulcoró el informe público del equipo de Cheney [3] y que existe un conflicto entre la Casa Blanca y el Congreso sobre ese tema.
Según el lema de la Casa Blanca, el estilo de vida de los estadounidenses no es negociable [4]. Por consiguiente, hay que ser capaz de proveer el petróleo que el mercado interno necesita mientras estén en circulación los aviones, camiones, automóviles, etc. que utilizan la tecnología actual, y hay que fabricar nuevos medios de transporte adaptados a otras fuentes de energía que reemplacen progresivamente los anteriores.
Teniendo en cuenta que la vida útil de un vehículo es de alrededor de veinte años, Estados Unidos tendrá que confiscar dentro de poco todo el petróleo convencional que queda y parte del petróleo no convencional. Sin hablar del uso masivo del petróleo en la agricultura (fertilizantes y pesticidas), que será muy difícil de reemplazar con otras técnicas.
La falta de preparación de las economías desarrolladas para esa crisis es evidente. Las reflexiones de los líderes ecologistas sobre el abandono de los medios individuales de transporte para pasar al transporte colectivo tienen que ver con la ética individual, no con la política general. Cuando no haya gasolina para los autos deportivos, tampoco la habrá para los autobuses. Será necesario, eso sí, reestructurar enteramente grandes sectores de la economía global. P
or ejemplo, ya no será rentable fabricar en países lejanos los componentes de determinado producto. En el caso específico de Francia, habrá que renunciar a la determinación de los precios de los productos alimentarios en el mercado parisino de Rungis, proceso que actualmente implica el transporte de todos esos productos hacia ese sitio desde donde se transportan de nuevo hacia los lugares en que serán consumidos.
Aunque falten aún algunos años antes de que lleguemos al «pico petrolero», o más bien al principio de la escasez, las guerras por los recursos ya han empezado. Al tomar el control de Afganistán e instalar bases en los países vecinos [5], los anglo-norteamericanos se han garantizado un corredor de evacuación antes de invertir masivamente en la explotación del petróleo del Mar Caspio. Al colonizar Irak, se apoderaron de una parte de las reservas del Golfo y ahora miran hacia Irán.
Al cabo de los años, la «doctrina Kissinger» cambia de sentido. En los 70, se trataba de controlar el acceso a los recursos naturales para disponer de un medio de presión sobre el conjunto de las economías desarrolladas y obtener, desde la fuente, la máxima cantidad de comisiones.
Hoy en día, el objetivo del control es acaparar los recursos no para que pueda adquirirlos el que más pague sino para que sean utilizados por el conquistador. Los recursos que ayer fueron recompensa se convierten hoy en botín.
En ese contexto, los únicos otros Estados que podrán mantener y acrecentar su nivel de vida son los que dispongan de sus propias fuentes de energía, ya sean recursos naturales (el gas de Qatar, el petróleo de Rusia, etc.) o de otro tipo (la energía nuclear de Francia). Los demás enfrentarán crisis de adaptación que sólo podrán ser resueltas mediante el progreso técnico.
[1] «L’avenir du gaz naturel», por Arthur Lepic, Voltaire, 18 de marzo de 2005.
[2] «Odeurs de pétrole à la Maison-Blanche», por Thierry Meyssan, Voltaire, 14 de diciembre de 2001.
[3] «Les ombres du rapport Cheney», por Arthur Lepic, Voltaire, 30 de marzo de 2004.
[4] «Dick Cheney, le pic pétrolier et le compte à rebours final», por Kjell Aleklett, Voltaire, 9 de marzo de 2005.
[5] Ver por ejemplo « Le despote ouzbek s’achète une respectabilité », por Arthur Lepic, Voltaire, 4 de abril de 2004.
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