La Federación de Rusia no es solamente un Estado europeo a población ortodoxa, es también un Estado asiático a población musulmana. Mientras que una parte de la clase dirigente rusa mantiene intransigentemente sus valores etnocéntricos, dispuesta a la guerra en Chechenia, el presidente ruso Vladimir Putin y su brazo derecho, el checheno Vladislav Surkov, tratan de integrar igualmente Rusia en el patrimonio que le corresponde por naturaleza, el de Estados islámicos. El profesor Akhmet Yarlykapov analiza la posición de los rusos musulmanes.
El titular de Exteriores de Rusia, Serguey Lavrov, participará a finales de junio en la labor de la sesión de ministros de Exteriores de la Organización de la Conferencia Islámica (OCI).
Estos últimos años Moscú ha intensificado contactos con ésta, porque ello le hace falta siempre más a la comunidad musulmana del país, de casi 20 millones de integrantes.
Los musulmanes son población aborigen de Rusia, la historia del islamismo en su territorio es más antigua que la de la fe cristiana ortodoxa. Por consiguiente, Rusia puede considerarse con plena razón copartícipe de los destinos del mundo islámico y tomar parte activa en los debates en torno a los problemas que afronta éste.
Conviene señalar asimismo que muchas cuestiones que son actuales para los musulmanes de todo el planeta -desde el extremismo hasta la islamofobia- lo son también para Rusia. Por lo cual el análisis de los problemas del mundo musulmán que se desarrolla en el marco de la OCI le es útil también a Rusia.
¿Y qué problemas son de mayor actualidad para la comunidad islámica (umma) de Rusia? En primer lugar, es la falta de la unidad. El Islam ruso está representado tradicionalmente por la rama sunita, en la interpretación que le dan las escuelas teológico-legislativas (el mazhab) kanafita y chafiita.
Los adeptos del mazhab chafiita residen, fundamentalmente, en Chechenia, Ingusia y Daguestán. Los habitantes del Cáucaso del Noroeste, Tartatia, Bashkiria y otras regiones se atienen al mazhab kanafita. El grueso de los habitantes de Azerbayán profesan el chiísmo.
Pero los últimos tiempos se ha mezclado todo entre los musulmanes del país: debido a las sustanciales migraciones de habitantes de las repúblicas del Cáucaso del Norte a otras regiones de Rusia y la llegada a Rusia de un considerable número de migrantes musulmanes de los países de la CEI comenzaron fricciones dentro de la umma entre representantes de diversos grupos étnico-culturales.
Pero ésta no es la única causa de las divergencias internas que hay entre diversas comunidades. En muchas regiones se agrava el conflicto entre las generaciones. Los musulmanes jóvenes se ven obligados a crear estructuras paralelas, a las que sus adversarios enseguida tildan de “wahabbitas”. Además, existe el problema del liderazgo.
En toda la extensión de Rusia no cesa la lucha sin tregua por encabezar a toda la comunidad islámica entre el muftí supremo Talgat Tadjutdin, presidente de la Dirección Central de los Musulmanes de Rusia, y el jeque Ravil Gainutdin, presidente de la Dirección de Musulmanes de la Parte Europea de Rusia.
Por su parte los muftíes de las repúblicas del Cáucaso del Norte instituyeron en 1999 el Centro Coordinador de los Musulmanes del Cáucaso del Norte para oponerse a los intentos de Tadjutdin y Gainutdin de atraerlos a su lado. Las contradicciones desgarran también al Consejo de los Mufties de Rusia.
Todo ello está acompañado de la crisis general del sistema de direcciones religiosas de los musulmanes. Instituidas en el siglo XVIII, en la época de Catalina la Grande , como un instrumento para aliviar el gobierno a los súbditos musulmanes del Imperio Ruso, las direcciones en cuestión no pasaron de ser una estructura burocrática y hoy día controlan poco la situación real en sus respectivos territorios.
En general, se observa la falta de un diálogo permanente entre el Estado y las fuerzas políticas del país, por una parte, y entre el Estado y las organizaciones y los líderes musulmanes, por la otra. Durante tales contactos debería tomarse en consideración la diversidad de las fuerzas presentadas en la comunidad islámica de Rusia. Pero de momento todo se reduce a los contactos de las autoridades con las Direcciones Musulmanas.
Existe un problema más: es la propagación de los criterios radicales y extremistas entre los creyentes. Para impedirlo, se necesita hacer mucho, por ejemplo, formar a servidores de culto de alto nivel educacional. Pero en Rusia no existe hasta hoy día un sistema de instrucción islámica apto para formar a unos mollah e imanes capaces de hacer frente a la propaganda de las ideas radicales y extremistas.
Los pasos que se dan en este sentido a menudo carecen de lógica y no tienen carácter sistematizado: por ejemplo, en Karachaevo-Circasia funciona una Universidad islámica, pero están cerradas de hecho todas las mektebas (escuela primaria dependiente de la mezquita) y medersas (escuelas islámicas de nivel medio).
Los centros de la vida religiosa no se distribuyen equitativamente por las regiones de población musulmana. Por ejemplo, en Daguestán actualmente funcionan más de 1700 mezquitas, más de una decena de centros docentes islámicos superiores y centenares de mektebas y medersas, mientras que en la República de los Adiguées el número de mezquitas no alcanza un centenar y no hay ni una escuela islámica.
Por supuesto, a ello no se reducen los problemas que afronta la comunidad islámica de Rusia. Son problemas naturales, suscitados por la lógica del proceso de reconstrucción de la vida religiosa de los creyentes musulmanes. En los últimos 15 años del impetuoso renacimiento musulmán, en Rusia se ha hecho mucho en este sentido, pero sólo estamos en el comienzo del camino. Es por eso que necesitamos cooperar con las comunidades islámicas de otros países y las organizaciones musulmanas como la OCI.
Moscú, 27 de junio 2005.
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