Señores Chirac, Bush y Schröder, gracias. Aslan Maskhadov, presidente de Chechenia electo bajo control internacional, ha muerto. Asesinado. Tal como querían las fuerzas rusas, ahoran están solas ante Bassaev, líder extremista formado por ellas y que muchas veces han dejado escapar. Bassaev se enfrenta al terrorista Putin y la masacre y los atentados van a continuar. Maskhadov acababa de ordenar un cese al fuego unilateral y había que eliminarlo antes que el espíritu de las «revoluciones permanentes» que nuestro amigo el zar Putin detesta, se extendiera por el Cáucaso norte.
Ninguno de nuestros dirigentes occidentales exhortó a Putin a negociar con Maskhadov. Lo abandonaron como habían abandonado a Massud. Pero Chirac y Scröder, por el contrario, proclamaron arcángel de la paz al amo del Kremlin debido a su simpatía por Saddam Hussein. Era un cheque en blanco y el hombre de la KGB acaba de utilizarlo. Los chechenos no tienen ya dirigentes que puedan calmar su cólera por el dolor que experimentan. Chechenia se hundirá más aún en el horror. Y no se hundirá sola. De hecho, ¿quién contenía la influencia de Bassaev, ex agente del GRU, los servicios especiales del ejército ruso, en el seno de la resistencia chechena? ¿Quién sino Aslan Maskhadov?
Yasser Arafat tuvo derecho a recibir honras fúnebres. Maskhadov, que nunca exhortó al asesinato, murió solo, tal como luchó. Había propuesto un plan antiterrorista que aplazaba la cuestión de la independencia. Un plan que contemplaba la desmilitarización de los combatientes bajo control internacional. La ONU, la UE, la OSCE, la OTAN y todos los «trastos» destinados a preservar la paz de los pueblos y a garantizar la autodeterminación de las naciones, ni siquiera se dignaron a discutir ese plan que ya tenía ya tres años. El sufrimiento que los chechenos viven hace tres siglos constituye un verdadero ejemplo para todos aquellos que pudiesen querer rebelarse en Rusia. Putin ha traducido en sus términos de suboficial soviético las lecciones del imperialismo zarista.
Claro que sí, Aslan Maskhadov tenía las manos manchadas de sangre, como todos los hombres de la resistencia de Francia y de todas partes. Luchaba contra un enemigo armado y guiado por designios genocidas. Hoy día no es ser un verdadero miembro de la resistencia. Se habla a tontas y a locas de genocidio, excepto cuando ocurre uno real y se califica entonces de resistencia a los salafistas o a los sadamistas que degüellan a los funcionarios electorales y a los que votan en Irak, pero nos negamos a compararlos con los combatientes de la libertad que no aceptan la desaparición de su pueblo. Chechenia ha perdido a su De Gaulle. Nosotros hemos perdido, un poco más, nuestro honor.
«Le nouveau tsar vous dit merci... », por André Glucksmann, Le Monde, 10 de marzo de 2005.
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