Desde cuando se anunció la invitación de George W. Bush a Álvaro Uribe a su rancho Crawford en Texas se anticipó la agenda a tratar en esa ocasión; con ella se desdice que se trata de un acto informal de “amistad con mi amigo” y se evidencia que son varios y cruciales asuntos los que tratará el jefe del Imperio con quien en un trienio se ha convertido en eficaz encomendero en Colombia.

El anuncio de “la invitación”, que se hizo rememorando que también han sido huéspedes en Crawford estrechos aliados de la guerra de Irak como Tony Blair, José Aznar y Ariel Sharon, permite intuir que el motivo del convite es mucho más que permitirle una exhibición de buen chalán de caballos de paso fino al propietario de El Ubérrimo, aunque también podría haber algo de eso.

Si se agrega que los voceros oficiales avisan que se abordarán "los esfuerzos compartidos para proteger y promover la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho”, así como también que se trata de un “espaldarazo en momentos claves para la política de seguridad democrática, la reactivación de la economía, las negociaciones del Tratado de Libre Comercio (TLC)", cualquiera puede concluir que vienen nuevos compromisos y dictados para cumplir, mucho más si apenas unos días antes de este encuentro el apoyo de Estados Unidos determinó que el colombo-norteamericano Luis Alberto Moreno fuera escogido como Presidente del BID. Motivo grande para una cuenta de cobro mucho mayor.

En un asunto trascendental como el TLC habrá de venir la admonición perentoria de firmarlo sin reticencias ni pereques, como quede a la medida de acuerdo a los intereses de los grandes grupos financieros que Bush encarna y que a menos de 24 horas de haberse aprobado el Tratado con Centroamérica ya estaban haciendo las cuentas de lo que va a significarles en términos de mayores ganancias. La opinión está a la expectativa de lo que Uribe hará después de Crawford para zanjar las diferencias inmensas en el TLC entre tales grupos y el pueblo y la nación colombianos. Esta ronda “informal”, que puede ser la definitiva, consiste en lo que nos vienen anticipando ya hace algún rato los negociadores de Colombia: la transacción política que supera la discusión técnica; en la cual los corchetes que algunos timoratos negociadores hubieran dejado objetando algo en los textos, se borrarán de un plumazo. Es común que en estos casos Tío Sam pida la rendición de “sus aliados” incluso recurriendo al chantaje, a “archivos secretos”. Es la hora de la verdad.

¿Requerirá Bush mayor esfuerzo para lograr su cometido con quien anda en pos de una reelección? ¿Será difícil conseguir que Colombia acepte cualquier “premio al buen esfuerzo”, el de consolación, el que se concede en las escuelas y colegios al alumno sonso que se porta bien y sin lucidez, a cambio de un TLC hecho según la Ley Comercial gringa, el que aprueban las mayorías republicanas y uno que otro demócrata tránsfuga en Washington? La respuesta parece estar en la sentencia que el ex asesor presidencial y representante de grupos y firmas multinacionales, Rudolf Hommes Rodríguez, expone sin rubor en reciente columna periodística: “haber alineado a Colombia con los Estados Unidos no ha sido una política servil, aunque hemos sido condicionados para verla así, sino una forma astuta de abrirle un espacio a Colombia dentro del club de países grandes de América”. Con esa óptica cualquier TLC podrá salir de Crawford; por fin se despejarán, para muchos, la duda sobre si era posible “negociar bien”, encontrarán la solución al acertijo en la inusitada Ronda de Texas, donde, entre otras, no habrá “cuarto de al lado”.