En el siglo de los libertadores, el ideal y accionar bolivariano y sanmartiniano de independencia y unidad, o mejor dicho, de conformación de una gran Nación Latinoamericana justa, digna y libre satisfacía cuatro necesidades históricas de nuestros pueblos. La primera, unidad y coordinación para vencer la guerra de la independencia con España –habiéndose agotado las instancias negociadoras de crear un imperio hispano-americano–.
“No hay fuerza mayor en la historia, que una idea a la que le ha llegado su hora”.
Víctor Hugo
Doctrina bolivariana y sanmartiniana
La segunda, frente a la imposibilidad de sobrevivir por separado, unidad para favorecer un desarrollo económico endógeno, la justicia social, la paz interna y externa y la democracia popular en cada Estado miembro. La tercera, unidad para que la América latina, de raíz hispana, india y mestiza, gravite en la comunidad internacional y la enriquezca con sus ideales y realizaciones. La cuarta y última, unidad para tratar de igual a igual con la nación más poderosa y expansiva de su época: Gran Bretaña. Podrá agregarse una quinta, más relacionada con una necesidad de los pueblos oprimidos del Mundo, y que se nutre de la concepción universalista de Bolívar según la cual la conformación de una gran Nación “en la América meridional” traería al mundo un equilibrio de poderes entre las naciones o continentes más poderosos.
Despuntado el siglo XXI, las cinco necesidades históricas –fortalecidas con la inclusión de Brasil y su capacidad cultural, política y económica– no solo encuentran plena vigencia, sino que, consecuencia de la crisis mundial del imperialismo, a su vez producto de la descomposición del capitalismo, la ideología libertadora nos brinda la clave de la revolución latinoamericana: no habrá independencia ni prosperidad sin unidad.
Es sabido hoy día que nuestro enemigo no es España sino el imperialismo, y como los libertadores para negociar de igual a igual con Gran Bretaña se proponían –entre sus varios objetivos– la conformación de una sola Nación, la realidad demuestra que sólo unificando nuestros intereses y propósitos haremos frente con dignidad, no sólo a Gran Bretaña, sino a la actual potencia imperial: los Estados Unidos. En este sentido, testimonian lo acertado de la estrategia bolivariana contemporánea, en primer lugar, las preocupaciones que en el Norte y en el Viejo Mundo produjo la conformación de la Comunidad Sudamericana de Naciones, en contraste con las repercusiones positivas que despertó en los pueblos latinoamericanos.
Luego, las conversaciones Mercosur-ALCA con la defunción del segundo; la suscripción de acuerdos y negociaciones bilaterales entre la Argentina, Brasil y Venezuela; la suscripción del Consenso de Buenos Aires para alcanzar un tratamiento conjunto de la deuda externa (al que se le sumará próximamente Venezuela); la consolidación de la unión entre la Comunidad Andina de Naciones y el Mercosur, más la iniciativa de sumar a su homólogo caribeño, el Caricom; la propuesta de creación de un Fondo Estructural del Mercosur, un Banco Internacional Latinoamericano y un Banco Sudamericano para el Desarrollo; la creación de la agencia de noticias latinoamericana: Telesur [1], en contraposición al monopolio transnacional de telecomunicaciones; la creación de un Fondo no Retornable para atender los más agudos problemas que se originan por la pobreza; la creación de organismos multilaterales regionales (sin el panamericanismo de la OEA [2] ); la propuesta de fundar una Confederación Latinoamericana de Trabajadores; la propuesta de crear las Fuerzas Armadas del Mercosur [3] y, por último, la creación de una empresa multiestatal latinoamericana de hidrocarburos: Petroamérica, que en Sudamérica se denominará Petrosur.
Estas iniciativas –algunas ya funcionando y otras en vías de hacerlo– llevan la impronta de un sello independentista, popular y latinoamericano. En pocas palabras, es la doctrina bolivariana y sanmartiniana –la misma que abrazaban Artigas, O’Higgins, Abreu e Lima, etc.– en acción consciente y resuelta.
Pensando en latinoamericano
Los problemas de la revolución latinoamericana deben ser estudiados y resueltos por los propios latinoamericanos. Consecuentemente, la cuestión energética (entre otras la petrolera) deberá resolverse y replantearse desde la doctrina de los libertadores, a su vez actualizada: la clave al dilema fundamental que se interpone en el camino de la emancipación latinoamericana radica en que sin fusión interestatal de las petroleras no habrá soberanía energética, pilar fundamental para activar una política industrial soberana, a su vez, crucial para alcanzar el desarrollo endógeno que consolidará nuestro proceso revolucionario [4].
Actualmente, es de vital importancia acertar en el tratamiento y resolución de la cuestión nacional en América Latina, de donde el proceso de fragmentación fue y es la clave de nuestra dependencia semicolonial y del sojuzgamiento padecido por cada una de sus partes. En pleno siglo XXI la cuestión nacional aún irresuelta pasa por la reunificación política, económica y militar de los Estados al sur del Río Grande.
El desafío es doble y consiste en integrarnos y desarrollarnos, pero de manera autónoma y según nuestros propios moldes y parámetros. Fue justamente la ausencia del desarrollo de una comunidad económica lo que posibilitó la balcanización de las colonias hispanoamericanas en el siglo XIX. Lo que se unía por las armas y la tradición histórica se desunía por la acción centrífuga de intereses comerciales y localistas antagónicos al proyecto “continental” de los libertadores.
Transcurridos casi dos siglos la cuestión nacional sigue irresuelta. Sin embargo hemos avanzado mucho. La integración es un hecho palpable y está fuera de discusión. Hacia allí nos dirigimos poco a poco aunque a grandes saltos.
Ahora bien, ¿qué significa unidad económica y de qué manera habremos de colocarla al servicio del desarrollo, la industrialización, la extirpación de la pobreza, la justicia social y la socialización de los recursos naturales de América Latina?
La respuesta lleva implícita otra pregunta: ¿Puede acaso prosperar la integración al servicio del desarrollo autónomo, si se le asocia a intereses que se nutren de nuestro atraso y desunión? La respuesta a estos interrogantes se descubre abrevando del ideario bolivariano, de los postulados de la Comunidad Sudamericana de Naciones y de los pilares de la revolución bolivariana iniciada el 4 de febrero de 1992.
Es preciso delimitar nuestra estrategia entre el Río Grande y la Antártida argentina y sudamericana, para luego crear un mercado único intrínseca y ágilmente conectado, un único sistema monetario, un solo régimen impositivo, una política industrial, científica y tecnológica equitativa y común, órganos interestatales de acción diplomática como de protección militar, programas educativos vinculantes, y por supuesto, una red energética que cumpla el mismo rol progresivo en todos los países de la Patria Grande, dueños por igual de la misma.
Pobres para los de adentro y ricos para los de afuera, sabemos que los mayores problemas por resolver son la pobreza y la desigualdad en contraste con la abundancia de nuestros recursos. La creación de Petroamérica se proyecta con la finalidad de superar esta paradoja, pero que sin reciprocidad revolucionaria [5] entre todas las partes constitutivas no podrá siquiera ponerse en marcha.
Llegado a este punto, quizás uno se pregunte: ¿es necesario tamaño esfuerzo por unos cuantos miles de barriles? En contraste con una población equivalente al 8,5% del total mundial, América Latina es una potencia en materia petrolera. Cuenta con el 11,5% de las reservas mundiales de petróleo convencional, el 5,2% de gas y más del 90% en reservas de crudo pesado y bitúmenes naturales. No hace falta destacar la importancia geopolítica que esto implica, de donde un país caribeño, a 5 días de transporte marítimo del mayor consumidor petrolífero del mundo, detenta prácticamente la totalidad de la mayor acumulación de combustibles líquidos del planeta. ¿Se justifica Petroamérica? ¿Se justifica la unidad petrolera? ¿Se justifica la arremetida imperialista contra la revolución bolivariana? Por supuesto que sí.
YPF y la línea del General Enrique Mosconi
Pocos son los argentinos que conocen cómo se tergiversó la historia en relación a Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), la primera empresa petrolera estatal de América Latina, creada en la Argentina en 1922. Este fraude –no por inexactitudes historiográficas sino por haberse politizado la historia, la cultura, etc. [6]–, se propuso entre otras finalidades adulterar el terreno para facilitar el saboteo deliberado y luego la privatización de tan vital iniciativa.
Por tanto, oponerse a la “colonización cultural e intelectual” permite rescatar la historia verdadera y proyectar en tiempo real una nítida advertencia a las empresas estatales coetáneas, pues prácticamente las “excusas privatistas” esgrimidas contra YPF como la mecánica saboteadora fueron y son, en esencia, semejantes. Venezuela lo vivió recientemente y en reiteradas oportunidades: la meritocracia petrolera ocultó al pueblo la realidad e historia de Pdvsa. Por tal razón, un final similar al de YPF hubiera sufrido Pdvsa de no haber sido vencida la contrarrevolución de 2002 y 2003. En efecto, dos de los tres golpes de estado que derribaron gobiernos nacionalistas y populares en la Argentina durante el siglo pasado tuvieron olor a petróleo. El que pergeñaron Pedro Carmona, Carlos Andrés Pérez y los Estados Unidos para la Venezuela bolivariana fue, sin resquicio a dudas, un autentico golpe petrolero.
Consecuencia de esa “colonización cultural” es el desconocimiento alrededor de la experiencia del General Enrique Mosconi, primer director de YPF. Mosconi, mientras reivindicaba simultáneamente el rol del ejército sanmartiniano y su importancia en el desarrollo endógeno argentino, difundía su obra petrolera fuera del país en una intensa campaña latinoamericana (se destacan sus visitas a Brasil, al Uruguay, a Bolivia y a México) donde proponía la explotación fiscal de los hidrocarburos y una política común. En realidad, Mosconi aplicó la doctrina bolivariana y sanmartiniana en relación al petróleo: “El 1° de agosto de 1929 es fecha memorable en la organización económica de la Argentina y por ende, de la América del Sur. (...) Nuestro país rompe los trusts petrolíferos que hasta entonces impusieron sus exigencias y da a la América latina el ejemplo y el impulso inicial del movimiento, (...) y que se propagará irremisiblemente a los demás pueblos de nuestra raza, hasta el establecimiento de la independencia integral de Sud América”.
Con la nacionalización de toda la industria petrolera venezolana en 1975, puede afirmarse que la influencia latinoamericana de Mosconi trepó a su cenit. A partir de la década del 90 presenciaremos un cuarto de siglo de retrocesos, signado por una sucesión de privatizaciones, saboteos y desnacionalizaciones. La asonada neoliberal es prácticamente frenada con el despunte del nuevo siglo. Y una vez más, Venezuela, ahora bolivariana, retomará internamente el pensamiento de Mosconi y lo proyectará hacia América latina. La propuesta bolivariana de crear Petroamérica se inscribe en la línea histórica de tan ferviente latinoamericano.
Petróleo para la integración y el desarrollo endógeno
La Nación Latinoamericana deberá rechazar una a una las argumentaciones (zonceras de mercado), elaborando y ejecutando soluciones (contrazonceras de mercado) [7] en relación a la necesidad de unificarnos energéticamente y prosperar económicamente. Ambos aspectos enmarcados en un nuevo modelo energético para América latina el cual deberá “planificarse coordinadamente, fundamentado en el crecimiento y el desarrollo económico, tecnológico e industrial equitativo para todos los Estados y socialmente justo para sus respectivos pueblos.”
En esta dirección es dable comenzar a debatir las siguientes propuestas [8]: 1) la constitución de una gran reserva latinoamericana de crudo y gas natural [9]; 2) la creación, armonización y el papel de una empresa multiestatal de hidrocarburos, heredera de la mayor reserva mundial de crudo; 3) la socialización o democratización de los hidrocarburos y demás fuentes energéticas mediante la constitución de un Consejo Latinoamericano Energético, en contraposición al Consejo Mundial de la Energía (WEC, según sus siglas en inglés). Las tres deberán converger en la puesta en marcha de un proceso reindustrializador a escala regional o Plan Energético Reindustrializador Latinoamericano (Perla), lanzado desde un Mercosur nacionalizado.
Los acuerdos celebrados en materia energética, comunicacional, empresarial, científica y social, ofrecen sustento físico a la integración de nuestros pueblos. Como ejemplo tenemos los convenios entre la Argentina y Venezuela y de ésta con Brasil [10], donde el esfuerzo trilateral debe fortalecer el proceso integrador con los demás, para unificar posturas ante los organismos multilaterales regionales e internacionales, robusteciendo la voz de nuestros países en tales escenarios. Como señaló Luiz Inácio Lula da Silva: “Para Brasil el camino de la integración pasa por el fortalecimiento de las relaciones del Mercosur con todos los países de América del Sur” [11] y “la integración política, cultural y física de nuestro continente no es apenas una gran necesidad, sino la única posibilidad en el siglo XXI de dejar de ser un país pobre para ser un país en desarrollo, rico, para garantizar a nuestro pueblo la ciudadanía plena”. [12] Con esta concepción ha nacido la Comunidad Sudamericana de Naciones, corroborada además por el hecho de que son cada vez más los gobiernos que otorgan la prioridad número uno de su política exterior a la integración de Sudamérica. [13] También el Presidente Kirchner reivindica el proceso integrador como única vía posible para sacar a la región de la miseria y la desigualdad.
Aquella premonición del ex presidente argentino Juan Domingo Perón “el siglo XXI nos encontrará unidos o dominados” germinó y maduró en las conciencias de los latinoamericanos como nunca antes, pues son ellos quienes al derrocar gobiernos neoliberales señalan el camino de la “unidad e independencia”. Si la voz del pueblo latinoamericano se hiciera perceptible, muy probablemente responda al caudillo argentino: “el siglo XXI no sólo nos encuentra unidos, sino conscientes de la dominación, y por ende, resueltos a concluir nuestra independencia.” Con la fuerza inquebrantable e impostergable de las masas en el bienio 2005-2006 la nación sudamericana debe dar el salto adelante en lo político, lo económico y lo social, basada en la fuerza social y la unidad nacional.
Un salto hacia la democracia bolivariana y sanmartiniana
Los hidrocarburos no son simplemente una fuente estratégica de energía no renovable, sino también una herramienta de liberación y democratización. Existe –y es esencial probarlo–la “relación directa entre la emancipación latinoamericana y su soberanía energética”, puesto que la socialización del petróleo y el gas natural surgirán inevitables en el camino de su reapropiación popular. Ello significa transformarlos de bienes comerciales en sociales, mientras que socializar el petróleo y volcarlo hacia el desarrollo del mercado interno y la industrialización nacional (desarrollo de bienes de capital) implica alcanzar la soberanía económica, eslabón fundamental para salir del atraso permanente. Parafraseando al maestro Manuel Ugarte: “Ámerica latina será industrial o no cumplirá sus destinos”.
La cuestión de la “socialización” o la “democratización” ineludiblemente obliga a examinar el significado de “democracia” en América latina: ¿sirve la libertad sin igualdad? Como advirtió Rousseau: “Entre el fuerte y el débil, la libertad oprime, solo la ley libera”. Siguiendo este razonamiento, y fuera del propósito de este artículo, se propone un punto de partida: rescatemos el verdadero concepto de democracia y su columna vertebral: la igualdad. Refutemos, asimismo, el concepto neoliberal de la democracia para luego ejemplificar una concepción socialista y latinoamericana de la misma, partiendo del acertado axioma del sociólogo Perry Anderson: “(la democracia en América Latina) se construyó sobre la derrota, y no sobre la victoria de las clases populares”.
Repensemos el término planteando “un nuevo concepto basado en una democracia bolivariana y popular”, donde su protagonista sea el pueblo y el gobierno revolucionario su instrumento, encuadrados en un frente cívico-militar como única fuerza emancipadora y antiimperialista en los países de la periferia. Poder popular y democracia directa se fusionan para identificar su acción en el conjunto de postulados, preceptos y valores que legitiman al nuevo orden social al que aspiramos. [14] En síntesis, sólo renacionalizando y democratizando las rentas diferenciales (como la petrolera), podremos alcanzar la soberanía energética y colocarla al servicio del pueblo.
El siglo de América latina y el equilibrio multipolar bolivariano
Al igual que centenares de millones de latinoamericanos, estoy convencido que el destino está en el Sur y que el siglo XXI será nuestro, pues es el lapso en el cual se consolidará la unidad latinoamericana y fortalecerá su posición en el mundo. [15] La consolidación de los lazos no habrá de ser puramente declamatoria. La aglutinación deberá afianzarse a través de muchos de los elementos estratégicos citados, más otros aún por inventar. Por ejemplo, es perentorio lograr la disponibilidad de capital propio que nos exima del endeudamiento externo y con vistas a levantar una industria pesada latinoamericana a la vanguardia tecnológica, pero recordemos que tal meta sin soberanía energética será imposible realizar.
La latinoamericanización de la democracia, la economía, la educación, la cultura, la historia, las telecomunicaciones, etc., no expresa otra cosa que la reelaboración del sistema social de poder en la Patria Grande. Y justamente esta fue una de las aspiraciones de Bolívar. Como le había enseñado su maestro Simón Rodríguez: “o inventamos o erramos”, para nosotros esta máxima implica desechar el capitalismo para inventar el socialismo latinoamericano, único modelo con el cual derrotar la pobreza, la miseria y la desigualdad. Es decir, un sistema de poder que “engendre y acreciente igualdades”, desde donde, al decir de Hugo Chávez: “la igualdad sea la línea estratégica a seguir” [16]. Un socialismo bolivariano, una verdadera democracia participativa construida para las clases populares fue y es el designio primordial de los movimientos nacionales y populares en América latina. En efecto, nuestra experiencia histórica nos indica que sus postulados o trascienden los marcos clásicos de sus proposiciones iniciales y se lanzan a la ruta del socialismo latinoamericano, o serán aislados primero y aniquilados después. Éste y no otro ha de ser el camino hacia la concreción de la Patria Grande inconclusa y la derrota del imperialismo.
De aquí que la victoria del socialismo latinoamericano sea la llave maestra para la victoria de las clases populares adormecidas de los países centrales, en otras palabras, la revolución socialista en esos países como prólogo del socialismo mundial. Jorge Abelardo Ramos, político e historiador argentino [17], lo resume con maestría: “la revolución (unidad) latinoamericana que un día lejano concibió Bolívar, será un paso gigante hacia la revolución socialista mundial.” Con la unidad de América latina, el siglo XXI será además el siglo de la unión y la independencia de los pueblos oprimidos del mundo. Al respecto dijo Bolívar: “La ambición de las naciones de Europa lleva el yugo de la esclavitud a las demás partes del mundo; y todas esas partes del Mundo debían tratar de establecer el equilibrio entre ellas y la Europa, para destruir la preponderancia de la última. Yo llamo a esto el equilibrio del Universo y debe entrar en los cálculos de la política”.
Pero ese socialismo latinoamericano sólo se hará realidad a medida que logremos aplicar una política industrial, agropecuaria y científica a gran escala, soberana y técnicamente avanzada, dirigida desde el Estado sin que ello implique atentar contra el empresariado nacional ni contra lo foráneo por su sola condición de tal (a diferencia de épocas pasadas el Tercer Mundo –y no el Primero– es quien debe invertir en sí mismo). Retomando una de las propuestas planteadas en este artículo, sólo una fusión multiestatal tendrá el poder para hacer retroceder y liquidar al imperialismo energético en América latina, pero también para llevar los servicios esenciales a todos los rincones de la patria.
No es sólo para vencer al imperialismo que la revolución latinoamericana debe su existencia y su destino, sino –y del mismo modo que Bolívar y San Martín se lo planteaban– para arrancar de la pobreza y la humillación extremas a decenas de millones de latinoamericanos. Una vez encaminados de esta forma, los trabajadores y demás sectores sociales oprimidos verán que es posible una América latina desarrollada, libre, digna y justa.
En definitiva y para finalizar, no sólo debemos apoyar la creación de una empresa multiestatal de hidrocarburos sino que –más importante aún e intrínsecamente conectada– debemos trabajar para la creación de un nuevo modelo económico y social para los latinoamericanos.
La Patria Grande soberana será una realidad social, económica, cultural y militar palpable o será veintitantas patrias chicas eternamente agobiadas por la dependencia y la depredación imperialista.
[1] El canal televisivo Telesur de slogan: “nuestro Norte es el Sur” es una realidad concreta
[2] Que al decir del presidente Fidel Castro y previo a la asunción del gobierno bolivariano se trataba de “un sindicato de colonias”.
No obstante es justo señalar el rol latinoamericano (pro-argentino) desempeñado por esta entidad durante la Guerra de Malvinas. Hoy Venezuela ha impuesto dos consideraciones fundamentales en la Carta Democrática Interamericana, destacando el concepto de la democracia participativa y protagónica (establecido en la Constitución Bolivariana), y presentado como modelo alternativo de gobierno en el hemisferio. Gracias a Venezuela la agenda del organismo incluye el debate de los derechos sociales. (Fuente: ABN 25/02/2005)
[3] La última revolución latinoamericana en el Cono Sur, la de Salvador Allende, fue una revolución desarmada.
El ejército pinochetista –cara visible del imperialismo golpista y opresor– no tuvo oposición en el ejército y el valiente pueblo chileno no pudo sostener su revolución. A diferencia de esa experiencia, la revolución bolivariana está armada
[4] Si en materia petrolera la unidad es fundamental para competir con las transnacionales y negociar de igual a igual, en materia nuclear y dado su vínculo con el uso bélico, su tratamiento conjunto frente a las potencias de turno es obligado, no ya para aplicarlo sino apenas para encararlo. El uso pacífico de esta energía no puede ser privilegio exclusivo de los países altamente desarrollados, paradójicamente principales belicistas en materia nuclear
[5] Denominado por el presidente Chávez como “solidaridad compartida” (Fuente: Boletín Avances de la Nueva Pdvsa. 6 de Diciembre de 2004).
[6] Tésis del escritor y ensayista argentino Arturo Jauretche
[7] Desarrolladas en el libro “Petróleo, Estado y Soberanía: hacia la empresa latinoamericana multiestatal de hidrocarburos”, Biblos, Bs.As. - 2005
[8] Desarrolladas en el libro “Petróleo, Estado y Soberanía: hacia la empresa latinoamericana multiestatal de hidrocarburos”, Biblos, Bs.As. - 2005
[9] En la franja petrolera del Orinoco 300.000 millones de barriles de petróleo esperan ser extraídos. La mayor reserva de crudo del mundo es latinoamericana y, por tanto, deberá primero utilizarse para acompañar e impulsar el desarrollo económico que nos apartará del atraso, pero también deberá colocarse al servicio de los pueblos oprimidos del mundo que como nosotros luchan por su liberación nacional
[10] Los acuerdos firmados y puntos tratados en la agenda incluyeron además de las tareas conjuntas entre Pdvsa y Petróleos de Brasil (Petrobras) para la construcción de una petroquímica binacional en América del Sur, la necesidad de explotar conjuntamente el hierro, el carbón, la bauxita y el níquel, así como la de fabricar los repuestos de los aviones F-16 venezolanos. (ABN 14/02/2005)
[11] El asesor de la Presidencia para asuntos internacionales, Marco Aurelio García, destacó que Brasil con eso está consolidando uno de sus grandes principios políticos, que es la constitución de una Comunidad Sudamericana de Naciones. (ABN 11/02/2005)
[12] ABN 16/02/2005
[13] ABN 14/02/2005
[14] Rebelión.org - 08-01-2005 “Es el momento”. William E. Izarra
[15] ABN 27/02/2005 – Aló Presidente 214
[16] Boletín de la Nueva Pdvsa. 6 de diciembre de 2004
[17] Fundador de la Izquierda Nacional Latinoamericana
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