Si leemos la prensa en los últimos días, incluido este diario, se podría creer que no fueron más de seis o siete personas las que apoyaron un día la guerra en Irak. Pero este no es el recuerdo que tengo de los últimos años.
En los años 90 y 2000, la idea de derrocar a Sadam Husein era muy popular entre demócratas y republicanos. Todos los dirigentes políticos estadounidenses y todos los encargados de las inspecciones en Irak coincidían cuando se trataba de las armas de destrucción masiva iraquíes. Richard Butler, ex responsable de las inspecciones en Irak, escribió un libro muy preciso sobre la amenaza iraquí publicado en 2000. Recuerdo también que en 1997 Madeleine Albright comparó a Sadam Husein con Hitler. En aquellos momentos, el gobierno de Clinton preparaba al país para la guerra contra Irak. Más tarde, en septiembre de 2002, el propio Al Gore denunció el peligro que representaban las armas de destrucción masiva de Sadam Husein.
En 1998, sobre la base de estas afirmaciones, fui uno de los redactores de una carta abierta a favor del derrocamiento de Sadam Husein. Un año después, el Congreso adoptó una ley propuesta por Joseph I. Lieberman y John McCain y descongeló 100 millones de dólares para apoyar el derrocamiento de Sadam Husein. El 20 de septiembre de 2001 firmé también una carta bipartidista que presentaba a Sadam Husein como un apoyo del terrorismo y este llamamiento fue renovado en marzo de 2003.
Hoy, muchos de los signatarios o de aquellos que apoyaron la guerra se dedican a reescribir la historia.
«On Iraq, Short Memories», por Robert Kagan, Washington Post, 12 de septiembre de 2005.
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