Precisamente antes de la evacuación de Gaza, una estación de televisión israelí difundió mi serie de documentales The Land of the Settlers. Esta serie concluía que la única forma de lograr la paz era desmantelar las colonias y provocó la ira general en Israel.
Yo mismo soy un colono pues nací en Alemania un año antes de la llegada de Hitler al poder. Frente a la amenaza nazi, mi padre, contra la opinión de su familia, emigró a Palestina. Todo el resto de mi familia terminó en Auschwitz. La Shoah es muy importante para comprender cómo funciona la mentalidad israelí; en efecto, durante las cinco guerras que hemos vivido, siempre ha existido el temor a vivir un nuevo holocausto. Ese miedo fue especialmente fuerte en 1967, antes de la Guerra de los Seis Días. A raíz de la victoria israelí en ese conflicto, hubo una suerte de euforia, la población estaba convencida de haber, al fin, terminado con «el problema palestino». No fue así ya que esa victoria abrió la vía al mesianismo sionista. Según esa ideología, Israel no es un refugio para los judíos o un Estado entre los Estados, es la tierra que dio Dios a los judíos.
El resultado es que hoy tenemos 250 000 colonos en Cisjordania, aún más terrorismo e interrogantes sobre el futuro de Israel como Estado judío y democrático. Además, no podemos ser opresores. Ariel Sharon, padre de los colonos, inició la retirada de Gaza y, ahora, los palestinos deben demostrar que sabrán dirigir un Estado. Sin embargo, aun sin guerra, Israel corre el riesgo de desaparecer si se queda en Cisjordania. Nuestro país perderá su identidad judía y se convertirá en un Estado binacional si no abandona esa región. La existencia de Israel no se garantiza con más territorios sino con fronteras reconocidas y con valores judíos y universales.
«What Israel must do», por Chaim Yavin, Boston Globe, 24 de septiembre de 2005.
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