“¡Quiero que recuerden que ningún bastardo ganó nunca una guerra muriendo por su país!”, vocifera el general George Patton en mayo de 1944 a los soldados estadounidenses que van a desembarcar en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.
Y agrega: “¡Ese bastardo la ganó haciendo que otro pobre bastardo muriera por su país!”. La invasión a Normandía se produce el 6 de junio, cuando tres millones de soldados norteamericanos atraviesan el Canal de la Mancha desde Inglaterra hacia la Francia ocupada por los alemanes.
A 61 años de aquel episodio bélico, se planifica una nueva invasión en Asia Central. La organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) enviará más de diez mil soldados a Afganistán, para extender el radio de acción de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF) al peligroso sur del país. Es decir, duplicará el número de efectivos que ya existen.
La ISAF, integrada por soldados de alrededor de 40 países y conducida por la OTAN desde octubre de 2003, se creó para garantizar la seguridad de Kabul. Sin embargo, amplió su radio de acción al norte y el oeste del país, y se extenderá al sur y al este. Según analistas militares, Estados Unidos busca aliviar sus tropas, para las que 2005 ha sido el año más mortífero.
En Washington, la recomendación del general Patton antes del desembarco en Normandía se ha transformado en un dogma para los estrategas militares. Se trata, según ellos, de derramar poca o ninguna cantidad de sangre de las llamadas “fuerzas propias”. Suena muy considerado pero, en última instancia, no les interesa mucho. Cuentan con suficiente “carne de cañón” reclutada entre la población afroamericana, hispanoamericana e, incluso, estadounidense de bajos recursos.
El primer cañón de pólvora aparece en Europa en 1326 y se carga con una especie de lanza, no con balas. En 1340 se utilizan bolas de plomo, hierro y piedra. Sin embargo, pasan varios siglos antes de que resulten adecuados y no estallen por el mal uso de la pólvora. En 1460, el rey estuardo James II de Escocia, muere a causa de la explosión de un cañón durante la Guerra de las Rosas. Pero a mediados del siglo XV, la tecnología metalúrgica y la calidad de la pólvora mejoran para convertirlo en un arma demoledora.
No pasan demasiados siglos antes de que Napoleón Bonaparte acuñe la definición “carne de cañón” para definir a la infantería que arremete contra la artillería enemiga. No lo dice explícitamente, pero se refiere a soldados “desechables” o fácilmente reemplazables, reclutados entre el campesinado y los sectores bajos de Europa. Claro que el emperador francés también es autor de otras dos sentencias que constituyen un elogio a los soldados de a pie: “Cada infante lleva en su mochila el bastón de mariscal” y “la infantería es la reina de las batallas”.
Ashley Montagu, antropólogo de la Universidad de Princeton e investigador de la agresividad humana, indica: “Las guerras modernas no las hacen las naciones ni los pueblos […]. Las hacen habitualmente unos pocos individuos desde posiciones de gran poder […], con la pretensión de una completa rectitud moral”.
“Ave, Cesar! Morituri te salutant!”, rugen los gladiadores antes que comenzar a luchar en la arena del circo romano. “Los que van a morir te saludan”. ¿Alguien recuerda sus nombres, además del de Espartaco?
En el poema Preguntas a un obrero que lee, Bertolt Brecht escribe:
El joven Alejandro conquistó la India
¿Él solo?
César derrotó a los galos.
¿Ni siquiera llevaba un cocinero consigo?
Felipe de España lloró cuando se hundió su armada.
¿Nadie más lloró ese día?
Federico II venció en la Guerra de los Siete Años.
¿Quién venció además de él?
Cada página una victoria.
¿Quién cocinaba el festín?
Cada diez años un gran hombre.
¿Quién pagaba los gastos?
A lo largo de la historia, la “carne de cañón” estuvo compuesta por miles de “soldados desconocidos” que yacen en tumbas anónimas. En algunos países, los recuerdan con un monumento en el que no figuran sus apellidos. El “soldado desconocido” casi siempre está erguido, arma en mano y actitud de avanzar. No está como quedó en la realidad, tendido en el campo, el desierto, la nieve o la selva, convertido -con palabras de Goethe- en “un turbio huésped de la oscura tierra”.
La banda de rock-punk Flema, de Argentina, lo resume en cinco versos:
Ellos nos persiguen
y después nos mandan a matar.
Carne de cañón.
Carne de cañón.
¿Quién dará su vida cuando haya que pelear?
Bambú Press
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