Es habitual, especialmente en algunos períodos en los cuales la acción mediática se intensifica sobre la sociedad, hallarnos con enérgicas denuncias por censura a colegas de los grandes medios de comunicación.
El caso más notable, ya que no el más reciente, ha sido el registrado en Página 12 —diario relacionado con el Grupo Clarín— en relación a un artículo sobre el gobierno nacional elaborado por el recordado periodista Julio Nudler.
Otros ejemplos previos, y destacados, se produjeron en Canal 13, con Liliana López Foresi, en América TV, con un programa de investigación, y en no pocos espacios radiales donde resultaron levantados programas de actualidad política.
Hay muchos más: todos los días, las jefaturas de los medios deciden, según el lineamiento editorial de las respectivas empresas, evitar la cobetura de un hecho determinado, eliminar o deformar una opinión, ignorar plumas trascendentes.
Me decidí a escribir al respecto porque, tras varios debates con colegas y con público adentrado en la cuestión comunicacional, observé que resultaba necesario situar el eje de la cuestión, desmalezar idealismos y comprender algunas cosas que, una vez que se conocen "saltan a la vista".
Va una aclaración innecesaria, pero que seguramente me ahorrará algunas discusiones ásperas con amigos: los casos indicados constituyen, efectivamente, censura. No está mal denunciarlos. Pero sin las aclaraciones pertinentes —y ahí voy— contribuyen al desconocimiento de lo que en verdad sucede en una redacción, en un canal, en una emisora.
Ser periodista
Cuando llega el 7 de junio, las bandejas de entrada, los domicilios y los lugares de labor de quienes desarrollamos esta actividad, se llenan de entrañables saludos que corresponde agradecer.
Sin embargo, esas congratulaciones suelen indicar conceptos más o menos vinculados a la siguiente idea: "para usted, compañero, que es un verdadero periodista, no como aquellos que dicen serlo y escriben contra el pueblo". Ese es el concepto, palabras más, palabras menos.
Años atrás, conversando al respecto con Tito Paoletti, me decía: hay que terminar con esta ilusión; Neustadt y Grondona son periodistas, trabajan en una radio, en un canal, en una revista, ejercen el oficio profesionalmente, son periodistas. Que tergiversen la realidad debido a sus intereses es otro asunto, ahí es donde hay que dar batalla.
Vamos más allá. Los ingenieros son ingenieros trátese de profesionales buenos o malos, negligentes o aplicados; los abogados son abogados aunque resulten honrados, corruptos, millonarios o desempleados. Los albañiles son albañiles aunque las paredes que elaboran resulten sólidas o caigan ante la primer ventisca.
Decir que alguien que ejerce esta profesión "no es un verdadero periodista" porque secciona o tergiversa la realidad, porque ningunea hechos y personas de importancia, o porque opina de un modo diferente al nuestro, implica la utilización de la palabra periodista como un adjetivo atravesado por virtudes como la veracidad, la sinceridad, la objetividad.
A la inversa, como ocurre en no pocos medios grandes, especialmente televisivos, indicar que quien ejerce esta profesión desde una tribuna de alcance reducido "no es un verdadero periodista" porque el gran público desconoce su rostro, implica el empleo de la palabra como un adjetivo compuesto por logros como la popularidad, la cuenta bancaria o el ráting.
Son dos visiones equívocas, que se contraponen al Estatuto de nuestro gremio —notable y correctamente incluyente— pero también a toda lógica profesional.
Una casa que se derrumba está realizada por arquitectos que sacan mal los cálculos o se corrompen para ahorrar material; un diario que miente está realizado por periodistas que cubren deficientemente la realidad o que la desfiguran para beneficiar la línea editorial de una empresa.
Pero esos arquitectos, reitero, son arquitectos. Y esos periodistas, insisto, son periodistas. Negarlo implica brindar al resto de los profesionales un elogio que, por bien recibido que resulte, es injusto.
Las empresas
Desde su mismo surgimiento a escala masiva, los medios de comunicación han sido empresas. En los últimos años muchos de ellos han devenido, proceso de concentración mediante, en grandes conglomerados empresarios.
Y así como las empresas de los diversos rubros llevan adelante la política que consideran conveniente para sus intereses, los medios, con aciertos y errores, despliegan las acciones comunicacionales que _evalúan pertinentes para crecer económicamente, lograr influencia política, ratificar o modificar cursos sociales, vender más publicidad.
Esto ocurre también, bueno es aclararlo, con los medios de izquierda, alternativos, nacionales y/o populares. En muchos casos, los objetivos son diferentes a los anteriores, diametralmente opuestos quizás. Pero ellos delinean una orientación editorial que se respeta de un modo menos cruento pero tan efectivo como en los demás casos.
Quienes conocen el trabajo que uno ha llevado adelante, saben que me ha tocado en suerte, además de ejercer puestos en la redacción llana, ser jefe de secciones variadas y director de varios emprendimientos. Como mi intención es no mentir, no porque sea "periodista" sino porque me parece un obrar adecuado para con las personas, señalo lo que sigue.
El trabajo
La primera selección del día en un medio de comunicación tipo se genera en la reunión de jefes y secretarios con la dirección. Allí se da la primer "censura" cuando se priorizan determinadas informaciones y se dejan de lado otras. El criterio que se utiliza es dual: por un lado, el espacio, por otro, lo que se considera de interés.
El primer punto es obvio: si un medio cubriera todo lo que ocurre en su país y en el mundo necesitaría miles de páginas, o de horas, sólo para una edición. El segundo es editorial: ahí se _evalúa el impacto del tema según el perfil del lector y también de acuerdo a las necesidades empresariales.
Luego los jefes disponen las coberturas y la redacción de los artículos. Los cronistas —en medios audiovisuales llamados movileros— y los redactores hacen su propia selección dentro de una temática y configuran una "nota" de acuerdo a su capacidad y formación.
Una vez realizado el material, los responsables de cada sección realizan una nueva actividad censora, que no es otra cosa que su función profesional, corrigiendo los textos, añadiendo aspectos que consideran valiosos, eliminando errores o factores que pueden damnificar la orientación del medio en el cual trabajan.
Si algún hecho resulta especialmente conflictivo, los jefes lo elevan hasta la dirección periodística para que tome una decisión y si el problema no halla solución, llega hasta la dirección empresarial, que toma una determinación que suele resultar indiscutible.
Así funcionan las cosas —siempre hay variantes en cada lugar— en los medios. En todos los medios. Por eso resulta difícil encontrar artículos favorables a la renacionalización del petróleo argentino en los grandes conglomerados y por eso resulta raro observar artículos que reivindiquen al neoliberalismo en los medios populares.
Trazo grueso: el que dispone del capital define la orientación del medio. El que sustenta su dirección define qué sale y qué no en un medio de comunicación.
La censura
Como se verá, la censura es una parte inseparable de la actividad periodística. De ahí que la alarma, los ojos en blanco y los gritos que uno percibe cuando emerge públicamente un caso entre miles, hagan importantes estas precisiones.
A lo largo de mi vida profesional he sido censurado muchas veces. En ocasiones, debido a un contraste con el lineamiento editorial del medio en el cual estaba. No son pocos mis artículos que no han sido publicados porque contenían revelaciones u opiniones en verdad problemáticas para el poder o para sectores del poder.
Sólo por citar, a modo de ejemplo: uno de los textos en cuestión se refería a la distribución de coimas para la sanción de la Ley de Emergencia Económica durante el delarruísmo; otro, anterior, sobre la necesidad de expandir el gasto público, considerándolo inversión social, en rubros como la salud, la educación y la producción. Y hubo más.
Los medios que censuraron mis artículos son parte esencial del conglomerado más importante de la comunicación en la Argentina. Jamás se me ocurrió, más allá de exponer mi punto de vista para fundamentar esos materiales, salir a formular denuncias públicas al respecto. Conozco el oficio y entiendo el esquema.
Eso no implicó callarme: los materiales igual circularon, a través de los medios que aceptaron publicarlos. En ese período corroboré que para difundir lo que deseaba y consideraba beneficioso para el pueblo argentino necesitaba construír medios que tuvieran la línea editorial adecuada a esos intereses.
Los colegas que leen esto ya entienden lo que estoy planteando. Ellos saben que no existe medio en el cual publiquen todo lo que escriben. Saben también que a lo sumo todo termina en una discusión, más o menos acalorada con el superior de turno. Y que a la hora de salida, o al momento de finalizar el trabajo, juntan sus cosas y se dirigen a sus hogares; o al bar más cercano.
Pero ya que estamos en nítido tren de sinceramiento, no voy a esquivar el bulto de las responsabilidades directas. Como director de varios medios, me ha tocado —y esto sigue— efectuar dolorosas y enojosas selecciones por razón de espacio, así como cortes en materiales de colegas con gran formación y dedicación.
Y también me ha tocado —y esto sigue— rechazar notas contrastantes con la orientación del medio. Me he negado a publicar reivindicaciones explícitas o veladas de la dictadura militar, elogios a las políticas privatistas, pullas contra sectores populares argentinos.
Los lectores podrán considerar, conmigo, que esas fueron decisiones atinadas. Pero debo forzarlos, aún en mi contra, a evaluar que las mismas se encuadran, técnicamente, dentro del concepto de "censura". Guste a quien guste. Pues ¿defendemos o no la libre expresión de ideas?
Permítanme una a mi favor: jamás censuré sectores populares en debate aunque sus puntos de vista resultaran opuestos a los míos. Las páginas de los medios que he orientado siempre han estado abiertas a quienes estiman que la liberación nacional y la justicia social resultan valores dignos de ser divulgados.
Paréntesis. Los jóvenes
(En los últimos meses, he tenido la oportunidad de renovar el diálogo con jóvenes generaciones de estudiantes de periodismo y con realizadores de medios populares. Son hermosos momentos en los cuales se pueden escuchar las inquietudes y las aspiraciones de los pibes que van llegando a este oficio — profesión, como lo definiera limpiamente Juan Salinas.
Hay de todo. Están los que piensan difundir tremendas investigaciones en los grandes medios. Están los que apuntan hacia la alternatividad. Están los que prefieren el periodismo insitucional. Y los que anhelan un buen empleo, venga de donde venga. Están, claro, los que ni siquiera sospechan de qué se trata todo esto ni conocen el rumbo que van a seguir.
El futuro de estos chicos es incierto, porque el mismo depende de su propia formación integral, de su talento a la hora de plasmar informaciones y conceptos, del rumbo nacional y del desarrollo comunicacional argentino en varios sentidos. ¿Quién sabe?
Me interesa decirles a todos un puñado de cosas:
Si ingresan a los grandes medios algunos les dirán que se vendieron. Otros, que así se hace, pibe.
Si elaboran medios alternativos o populares les dirán que no tienen capacidad. Otros, que dicen la verdad.
Si trabajan bien en alguno de los dos espacios pero no se dan a conocer, les dirán que son periodistas grises. Sus padres y amigos preguntarán ¿nene, nunca vas salir en la tele, qué clase de periodista sos?
Si trabajan bien en alguno de los dos espacios y logran reconocimiento, les dirán que son jetones o caretas. Sus padres y amigos preguntarán ¿che, vos salís con la directora, o te hiciste amigo de algún capo?
Si se comen maniobras comunicacionales varios les dirán que son de los servicios. Otros, que dan en el clavo.
Si rechazan maniobras comunicacionales les dirán que se aíslan y hablan para pocos. Algunos, que baten la justa.
Si se corrompen algunos les dirán corruptos y otros, grandes señores.
Si no se corrompen algunos les dirán tontos y otros, compañeros.
Si se suman a causas populares varios es dirán que son fracasados o traen malas ondas. Algunos, les dirán luchadores.
Si se suman a causas antipopulares algunos les dirán que son traidores. Muchos, los señalarán como triunfadores.
Si ganan mucho les dirán que han dañado a colegas más talentosos. Otros, que se lo merecen.
Si ganan poco les dirán que resultaron ineptos. Algunos, que pobres pero honrados.
Por eso, y por muchas cosas más, tal vez lo mejor sea aprender a aprender, no escuchar el rumor innecesario, conocer la realidad a fondo, desarrollar las inquietudes y los talentos propios, saberse un trabajador, sentirse argentino y latinoamericano, respetar al público y a los colegas y, llueva o truene, seguir adelante dentro de las convicciones que se sustentan.
Estos factores se pueden desplegar, con dificultad, en cualquiera de las opciones planteadas. Recibirán críticas impiadosas. Y reconocimientos inesperados. Aunque a simple vista no lo parezca.)
Las mejores familias
Espero que estos apuntes sirvan para que el público, no pocos colegas y algunos jóvenes, comprendan que no es atinado evaluar medios y periodistas a través de un idealismo que pretenda ignorar que los primeros son empresas y los segundos, trabajadores.
Espero que contribuyan a apuntalar el pensamiento propio y crítico, frente a las informaciones y conceptos que vierten cotidianamente los medios y los periodistas.
Espero que resulten de utilidad para entender que la libre expresión no existe y que para lograr difundir noticias y comentarios que sostienen preceptos que consideramos justos es preciso hacerse un lugar con energía y elaborar las propias bocas de expendio.
Espero que se entienda que la censura no es un dato excepcional sino una modalidad tradicional y expandida en todos los espacios comunicacionales, sea cual fuere su orientación.
Y finalmente, quiero agradecer al Instituto Jauretche por haberme otorgado el último jueves el Premio Arturo Jauretche 2005 a la Labor en Medios Gráficos. No quiero pensar, ni preguntarle a nadie —como diría Víctor Hugo—, a cuántos colegas merecedores de ese premio tuvieron que dejar de lado Marco Roselli y sus colaboradores para sintetizar en uno sólo su aval a la comunicación nacional y popular. Pues toda selección implica una censura. Y la misma se da aún en las mejores familias.
Abrazos para todos.
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