Ya estamos en la carrera por la presidencia de la república. En la llamada izquierda democrática ya se conocen los nombres de los candidatos pero aún se ignoran sus propuestas de fondo sobre los grandes problemas nacionales. O por lo menos sus tesis no trascienden al conjunto de la población ni provocan sacudimientos en las esferas de la política nacional.
El repunte de la socialdemocracia de izquierda en las elecciones pasadas de gobernadores, alcaldes y concejales, la colocó en un espacio político privilegiado para avanzar, pero en el camino ese campo de acción se fue desdibujando hasta casi desaparecer. Fue una coyuntura que ofrecía la oportunidad de conformar una estrategia de paz, alternativa a la furibunda campaña de guerra desatada por el gobierno de Uribe.
Muchos parecen ser los factores concurrentes para que una propuesta de paz no se construyera ni ejecutara. Son los mismos que han incidido en su inmovilidad política. Los hay de carácter histórico, otros de índole ideológica, y los más, referidos a la naturaleza misma de esos movimientos y partidos. En su conjunto, y quizá con la excepción del Partido Comunista, la izquierda democrática se reconoce a sí misma como alternativa, cuando no oposición. a la tendencia revolucionaria de los alzados en armas. Así ha sido desde comienzos de la década de los setenta y la notoriedad de sus tesis contra la llamada lucha armada se hizo manifiesta en el análisis académico, en el discurso de la política y en los principios orgánicos de esos movimientos. La papa caliente de la insurgencia se sintetizó en la cómoda frase de “condenamos la violencia, provenga de donde provenga”, lo cual no deja de constituir una falacia discursiva que elude la búsqueda de alternativas a esa problemática histórica. El testimonio de esa manida tesis lo constituyó la campaña de Lucho Garzón para la presidencia en el 2002, cuyas declaraciones se equiparaban, en contundencia y radicalidad contra las guerrillas, con las del candidato rival de la ultraderecha, Uribe Vélez.
En lo académico poco se ha avanzado en una aproximación al problema del conflicto interno. De nuevo, vastos sectores de esa socialdemocracia esquivan romper los esquemas teóricos preconcebidos y optan por situarse con exclusividad en la necesaria denuncia de las múltiples y graves violaciones de los derechos humanos o se escudan en la esterilidad de una acción apolítica, o en la privación voluntaria de la ideología o de la militancia. En otro aspecto, estos partidos y movimientos existen en virtud de los méritos de sus dirigentes, en los liderazgos repentinos de escenarios pasajeros. Las repercusiones de sus pronunciamientos quedan expuestas a la conveniencia de difusión que quieran darle los medios de comunicación.
Tras más de 25 años, no logran estructurar formas orgánicas acordes con las actuales exigencias de la acción política que garanticen, además, el ejercicio de la democracia interna y el debate de las tesis políticas. No son escasas las ocasiones en que se hace indispensable un esfuerzo mental para distinguir entre la posición de un liberal con la de un dirigente del Polo Democrático. Es tal el vacío en el campo de la izquierda que la ambigüedad y la indefinición ideológica se toman con beneficio de inventario y en aras de la tolerancia muchos izquierdistas, al margen de la actividad política partidista, respaldaron con su voto a los candidatos de izquierda democrática tan sólo para obstaculizar el avance de la ultraderecha. Las personalidades destacadas de la izquierda democrática sorprenden por su mutismo e inercia, mientras los seguidores se quedan a la espera de que las jefaturas del Polo y de Alternativa Democrática osen avanzar, asuman compromisos con las causas sociales, esgriman argumentos políticos de fondo y defiendan tesis críticas que sirvan a la conformación de una posición ideológica diferenciada.
Por añadidura, este paso lento, inseguro y desconcertado de la izquierda democrática ha afectado de muy diversas formas a las organizaciones sociales que se ven atomizadas, aisladas y desorientadas, pues las señas dadas desde la vida académica y política les generan inseguridad, desconfianza en sus propias fuerzas e incredulidad en las perspectivas de sus intereses y acciones. Estos antecedentes constituyen una pesada carga y explican en algo su limitada dinámica política y la ambigüedad de sus posiciones frente a los acontecimientos.
Entonces, ¿por qué se hace necesario encontrar y jalar de la punta del ovillo? ¿Es aleatoria una definición política en torno al conflicto armado? ¿Colombia puede avanzar sin resolver esta cuestión de fondo? No lo creemos. Probado está que una solución militar en el corto o mediano plazo no será posible. Continuará el desangre y la tragedia humanitaria, mientras el costo inmenso de persistir en la vía de la guerra no le permitirá al país encontrar una senda de progreso económico y social. Los candidatos liberales se refieren al problema del conflicto armado como una problemática secundaria y, cuando la abordan, no descartan la conjugación de la fuerza con el uso de otros medios. Es decir, es una postura insuficiente que no logra rebasar con suficiencia los límites de la política del actual gobierno de Uribe Vélez.
Desde el 2003, se hizo evidente que una fuerza política distinta del uribismo, puede estructurar una política de paz consistente, duradera, viable y exitosa. Política que no puede ser tomada con carácter complementario o de relleno, sino que debe ser estructural y central para las tendencias, partidos o grupos que quieran ejecutarla.
La socialdemocracia, o la izquierda democrática, cuentan a su favor con esos logros electorales y el reconocimiento en sectores de clases populares, medias y altas por sus ejecutorias serias en alcaldías y gobernaciones. Esa confianza en tan amplio espectro de clases sociales es un ámbito real para actuar con una estrategia basada en el objetivo de lograr la paz mediante un diálogo y un acuerdo nacional. Pero no puede ser, como se dijo atrás, tangencial y coyuntural. Estará obligada a reafirmar la real posibilidad, la imperiosa necesidad, el contenido nacional de esa estrategia. Tendrá que desmontar el discurso uribista, develar su indudable fracaso y las adversas consecuencias que se derivan para la nación. Deberá además abandonar la tibia, cómoda y agradable posición de críticos neutrales, que le impiden asumir una responsabilidad de profunda perspectiva. De otra forma, no podrán esperar sino escisiones en su interior, como sucedió en el debate del proyecto de valorización en Bogotá y fracasos electorales, que ya se avizoran.
Octubre de 2005
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