Esta pudiera ser la historia de otro tiempo pero es la del presente. Trabajadores agrícolas sometidos a condiciones laborales de enclave. Trabajan para el ingenio La Cabaña, pero no dependen de éste. Los emplea un subcontratista. Son mil quinientos pero en un solo día despiden novecientos. Con sus brazos cubren 15 mil hectáreas sembradas de caña de azúcar, pero su trago diario de “justicia” es amargo. Los tratan de aplastar pero resisten. Su identidad de clase se empieza a forjar. El camino aún es largo y depende, en lo fundamental, de la solidaridad de todos los corteros.
Sus ojos lo dicen todo: abiertos como el asombro, claros como el medio día, miran sin parpadear a quienes les visitamos, para confirmarnos que fueron brutalmente agredidos por el Escuadrón Móvil Antidisturbios de la policía, Esmad.
Los vieron, los sufrieron, pero no podían creerlo: ¡la policía los había atacado a ellos!, trabajadores que estaban reclamando una cosa justa. –¿De qué lado está la policía?, nos pegunta un hombre de no menos de un metro setenta de estatura, cuya mano abierta es tan grande como dos nuestras. Sí, para ellos, obreros que nunca habían tenido que luchar en la calle reclamando sus derechos, esto era extraño. La policía tenía que estar con ellos, pero como siempre se hizo del lado del poder.
Son cerca de mil trabajadores agrícolas del Ingenio La Cabaña, que despiertan a la conciencia de clase. Han retomado con ilusión el ejemplo de los corteros del Ingenio del Cauca, que en mayo pasado lograron sacar a los contratistas. Están reunidos en el parque principal de Puerto Tejada, Cauca, luego de soportar despidos, persecución, amenazas, gases, tiros, malos salarios, y de ver como su cuerpo se ha deteriorado dentro de los cañaduzales.
Discuten entre ellos, rememoran lo que les ha ocurrido desde finales del siglo anterior, cuando fueron separados de la empresa, pero siguieron trabajando con ella a través de contratistas.
– «Antes se ganaba bien», dice un hombre de piel negra intensa, que no oculta sus orígenes africanos, con toda seguridad descendiente de esclavos traídos a estas tierras para trabajar en las minas. Esclavos de los terratenientes de siempre, amparados en la fuerza y la legalidad. -“Pero desde que nos contratan por fuera, no hay trabajo que valga. Nos roban lo cortado, nos lo pagan a menos porque –según ellos, tiene materia extraña (tierra, maleza y otros). La verdad es que revuelven la caña que cortamos para pagarnos a menor precio. Cuando la caña está limpia vale a 4.800 la tonelada, cuando tiene materia extraña la cancelan a 3.370 e incluso hasta 2.900 pesos”.
Intrigados por lo que les sucede, les pedimos que ahonden en su situación, a lo cual otro miembro de su organización, -esta vez blanco, delgado y no tan alto- accede con prontitud:
– Esto se dañó desde que entraron los contratistas, precisa. Antes había trabajo y rendía. Ahora se trabaja más y el salario no alcanza. Compañero -nos dice-, al cortero le pagan por cantidad de caña cortada. Los contratistas aumentan cada año el precio pagado por tonelada, pero reducen el peso-. Antes de un tajo de caña, de 20-25 pasos salían 3 toneladas de caña; ahora se necesitan cortar 6 tajos para sacar la misma producción.
¿Cuántas toneladas puede cortar un trabajador al día?
– Cuando uno llega, joven y lleno de vida, corta entre 20 –24 toneladas al día. Pero en la medida que los años pasan, a pesar del esfuerzo que se hace, el trabajo ya no rinde tanto. Pero si además el contratista “se equivoca”, el salario se daña.
¿Cómo se “equivoca” el contratista?
– Reduce constantemente el fruto de nuestro trabajo. Por ejemplo, entregan un tajo para cortar para un grupo de 100 corteros, pero en verdad sólo somos 90, los otros 10 son irreales, los planillan pero no existen. En la lista aparecen, con nombre y cédula, pero en el terreno no aparecen. Cuando liquidan las toneladas cortadas dividen por 100 y el contratista se roba 10 jornales.
Todos los contratistas prestan plata a intereses, al 10 por ciento semanal. Todos tienen, además, tienda. En ocasiones nos prestan el dinero de una vez, pero en otras dicen que no tienen plata, que saquemos lo que sea de la tienda, y luego nos la compran a mitad de precio.
Nos amenazan, nos humillan. En ocasiones uno ya no puede más, y sin embargo lo obligan a seguir cortando. No les vale razón, “si no te gusta, te vas”, le dicen a uno. ¿Y qué puede hacer uno?
Pero además venden los machetes a sobre precio. Un cortador se puede gastar entre dos y cuatro machetes al mes. La empresa que los hace –Tila- los vende a mil quinientos cada uno, pero aquí nos los revenden a siete mil. Compañero, multiplique esa ganancia por mil al mes, ¿cuánto ganan por ese sólo producto?
¿Por qué aceptan ustedes esto?
– Compañero, la necesidad del salario, la remesa que no puede faltar en casa. Pero ya estamos cansados. Demandamos que no exista el contratista, y queremos organizarnos, que los despedidos se reúnan como cooperativa, que se controle el peso real de la caña y se mejore el precio de corte de tonelada.
Entendemos que ustedes había hecho un acuerdo con la patronal, ¿qué pasó?
– Sí, el 27 de junio firmamos un Acta donde se aceptaba buena parte de las demandas, por ejemplo, salían los contratista, se regularizaba el control del peso de la caña, se eliminaba el cobro de la materia extraña, se mejoraba el pago por tonelada, se reconocía un sobreprecio por ésta cuando era domingo o feriado, en fin, se regresaba a conquistas de hace años. Estos acuerdos se ponían en práctica, como fecha límite, el 30 de agosto, pero todo fue una maniobra. Para el 31 la empresa no sacó a los contratistas, sino que despidió masivamente a 900 de los nuestros, la mitad de los cuales contaba con más de 15 años de labor.
A partir de ahí todo se tensionó. Se amenaza con despedir a todo el que continúe exigiendo. Pero no podíamos estar callados. El 12 de septiembre marchamos sobre la empresa y ocupamos los patios que dan sobre la entrada. Allí llegó la policía y sin mediar razones nos atacó. Al día siguiente marchamos sobre el parque principal, pero la policía volvió, ya no sólo con gases, sino también con tiros, con rabia, nos perseguían para matarnos.
¿Qué viene ahora?
– Lo que ha impedido que ganemos es que sigue entrando producción al ingenio. Los otros ingenios le prestan caña a La Cabaña, y nos tienen jodidos. Tenemos que lograr que los corteros de los ingenios más cercanos no corten más, que paremos todos juntos, y ahí la cosa será distinta. Ojalá pudiéramos ponernos de acuerdo los 35 mil corteros que habemos en esta región.
La conversación continúa entre anécdotas y risas. Al final, cuando nos despedimos, al recorrer las calles de este municipio nortecaucano, recordamos que desde los años 80s del siglo anterior se legalizaron las empresas de contratistas. Que desde entonces comenzaron a quebrar la legislación laboral. Ya el contrato a termino fijo era indeseable para el patrón. Pero fue en los años noventas y principios de este nuevo siglo, cuando el Congreso de la República aprobó varias reformas laborales con las cuales el obrero quedó sometido a condiciones indignas de labor, sin seguridad social, con salarios cada vez más bajos, en fin, sometido a todo aquello que llaman flexibilidad laboral.
También nos acordamos de nuestra sección Persistente memoria, y comprendimos que estos trabajadores agrícolas están sometidos a condiciones de economía de enclave. Sin duda la rueda de la historia da un giro que se creía ya superado. La lucha directa también vuelve como única opción del trabajador.
200.000 hectáreas de monocultivo
La siembra de caña en el Valle del Cauca y el Cauca, tiene más de un siglo, pero sólo a partir del bloqueo a la revolución cubana tomó la fuerza que hoy tiene. De unos pocos miles de hectáreas y unos cuantos ingenios, se extiende y multiplica. Ahora los ingenios son más de diez: La Cabaña, Castilla, Manuelita, Mayagüez, Pichichi, Central Tumaco, Riopaila, Carmelita, Incauca, Maria Luisa, San Carlos, Sicarare, Providencia
En total suman 205.000 hectáreas sembradas de caña de azúcar. Su extensión representa el 8% del total de los cultivos permanentes de Colombia. Para el año 2004 produjeron para el mercado internacional más de 1.2 millones de toneladas, y otro tanto para el mercado interno.
Alrededor de su extensión se profundizó la concentración de la tierra, de por sí ya monopolizada desde la colonia. Los pequeños productores y los interesados en sembrar otros productos fueron desalojados, presionados hacia la cordillera.
Extensas llanuras, de uno de los valles más fértiles de Colombia, son las que le sirven a estos ingenios. Están en los municipios de Palmira, Candelaria, Florida, Pradera, Zarzal, Riofrío. Además de los departamentos de Risaralda y el Cesar.
Para su lucro se benefician de los ríos que circundan sus valles. Ríos protegidos desde las cordilleras por campesinos e indígenas, los cuales no reciben ningún porcentaje de lo ganado por las grandes empresas. Pero también se sirven de campesinos sin tierra y de descendientes de esclavos, habitantes del norte caucano, hijos de un país que aún no les ha cancelado la deuda contraída con sus antepasados. La tierra es la solución. La reforma agraria es inaplazable.
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