La Historia nos enseña que los gobiernos que atraviesan una situación difícil en el terreno militar tienden a extender el escenario de sus operaciones. Sumido en el atolladero de Vietnam, Nixon llevó la guerra hasta Cambodia. Y los mismos hilos que nos llevaron a Irak están siendo manipulados en Irán y Siria. Los enfrentamientos militares en la frontera se multiplican y el 1° de octubre una reunión celebrada en la Casa Blanca estudió las «opciones» contra Siria, incluidas las «operaciones especiales». Los agentes del gobierno preparan ya la maquinaria de propaganda que justificará un ataque.
La administración Bush parece creer que el presidente de los Estados Unidos tiene el poder de declarar la guerra a quien se le antoje sin tener que consultar al Congreso. Durante la alocución de la secretaria Condoleezza Rice ante la comisión de Relaciones Exteriores del Senado, el Senador Chafee señaló:«La resolución de ir a la guerra contra Irak precisa muy bien que toda acción militar está limitada al territorio iraquí. ¿Estamos de acuerdo sobre el hecho de que cualquier cosa que pueda ocurrir en el territorio iraquí o sirio debe ser planteado previamente por ustedes ante el Congreso para obtener su autorización?» ¿La respuesta de Rice? «No voy a tratar de limitar los poderes del presidente en tiempos de guerra. Y ustedes comprenderán que el Presidente se reserva el ejercicio de esos derechos tanto para la guerra contra el terrorismo como para la guerra en Irak, pues sus opciones permanecen abiertas».
Los artículos de nuestra Constitución que limitan los poderes del presidente para hacer la guerra han sido concebidos precisamente para proteger a nuestro país de la cuestionable guerra que el gobierno de Bush ha lanzado contra Irak –y que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses considera hoy como un error. Además, la Carta de las Naciones Unidas protege no sólo a los países que podrían ser atacados, sino también a las poblaciones de los países cuyos dirigentes podrían sentirse tentados a pasar al ataque. Nada fortalecería más la seguridad nacional que esos parapetos contra el aventurerismo militar. El Congreso y el Pueblo de los Estados Unidos deben hacer entender claramente al Presidente que toda acción militar efectuada sin la aprobación explícita de los congresistas de ese país, así como de la ONU, no constituye una «opción».
Como lo dijo el propio presidente al final de la película Fahrenheit 911: «Si me engañas la primera vez, la culpa es tuya; si me engañas por segunda vez, la culpa es mía» A Bush le hemos permitido que nos engañe una primera vez al involucrarnos en Irak. La culpa será nuestra si le permitimos que lo haga por segunda vez en Siria, en Irán o en cualquier otro sitio.
«Attack Syria? Invade Iran? By what Constitution?», por Jeremy Brecher y Brendan Smith, ZMag, 20 de octubre de 2005.
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