Contesté malhumorado la interrogante treinta y siete de la encuesta. A pesar que la morocha de ojos grandes que me entrevistaba tenía una sonrisita cautivante y dulzona, no pude evitar el hastío o la náusea ante el contenido de la frase. El tenor de la pregunta era frívolo y usaba códigos inentendibles para este veterano de los 80: "¿Al fumar sus cigarrillos se siente top?" dijo desafiante, mientras masticaba la tapa del lápiz Bic con una mueca cartuchona. Descifrar la palabrita "top" me sugirió como única certeza que mis cuarenta años no han pasado en vano, que las esquinas o el recoveco, donde aún conservo mis convicciones más sentidas, eran sólo parte de una generación de ideales y doctrinas que algunos mantenemos inalterables, pero que la gran mayoría ha transado a precio de mercado.
La definición de esa palabrita me obligó a buscar una explicación coherente en las generaciones más jóvenes. Recurrí a mis siempre informados y atentos alumnos de la universidad. Como definición, de ellos logré enterarme que "top" sugiere una condición exitosa, un modelo a imitar, una portada de periódico, una fotografía en las revistas de moda, un tema farandulero de conversación en un restaurant del barrio alto, un programa televisivo adornado con grandes y redondas siliconas, un automóvil del año con aire y cierre centralizado, un curso de lectura veloz, una conexión a banda ancha, un viaje a Cancún pagado en 24 cuotas. Asimismo, "top" es sentirse parte del C1 y sin trepidar en medios, alcanzar el AB en la segmentación socioeconómica.
El corolario: el concepto indudablemente descansa en un modelo que ha cambiado los márgenes o fronteras culturales de la sociedad chilena, desechando la identidad y los orígenes que conforman la idiosincrasia de un pueblo para asimilar medios, formas y costumbres superficiales, hijas de un andamiaje de plástico. En tal escenario, quedan marginados del exitismo los obreros de la construcción, los viejos, los mapuche, las empleadas domésticas, el vendedor ambulante, el campesino, los jóvenes (que por cierto adornan las esquinas de las poblaciones mirando cómo circula el éxito a velocidad de autopista licitada) y todo aquel que no responda a los cánones de un neoliberalismo nefasto que se divorcia de la humanidad como si ésta no existiera.
Sin duda, la pregunta treinta y siete de la encuesta buscaba un arquetipo definido, que no era otro que asociar la conducta o el comportamiento del sujeto a una marca de cigarrillos determinada. En mi caso era imposible -o difícil o a lo menos contrapuesto- lograr ese fenómeno. ¿Cómo podía explicarle a la morena curvilínea que me entrevistaba que mis cigarrillos Life me acompañaron toda una vida? Desde mis tiempos de estudiante pobre disfruté de ese cigarrillo de obrero, de ese cigarrillo de la "contru". ¿Era posible que entendiera que desde mi adolescencia temprana en un barrio san bernardino los borrachos del clandestino de la feria, o las putas que ofrecían sus favores en la Plaza Guarello, fumaban también Life? Es decir... y de acuerdo a los códigos impuestos por el modelo, tipos y sujetos perdedores, ausentes o, a lo menos, en la periferia del 10 por ciento de reyes Midas dueños del 60 por ciento del Producto Interno Bruto.
¿Qué estatus puede tener un cigarrillo Life? Según Iván Ortega Rivera, es distinto contraer cáncer o fibrosis pulmonar si fumas Kent Ultra o Life. Los primeros, sin duda, morirán en una clínica con baño privado y visitas a cualquier hora del día, acompañados de televisión satelital, y lo más probable es que su ataúd sea de roble o cedro. Los segundos, en cambio, morirán en la espera de un cupo en la cama 38 de la sala 91 de un hospital público (aunque ahora con el Auge...), o caerán colapsados en una posta de urgencia entre los esguinzados, infartados y uno que otro epiléptico convulsionando su pobreza. Posta del Barros Luco o del San Juan de Dios, atestadas de pacientes ávidos de atención. Y el final inexorable será sin duda en una caja de madera forrada en una felpa desteñida, acompañada de una carroza que a duras penas no gotea aceite por la caja de cambios.
Aunque parezca irónico, la pregunta treinta y siete de la encuesta es decidora respecto a la sociedad chilena. Define por una parte lo que somos; una conjunción de superficialidades que realza el traje del emperador, aunque "el emperador esté desnudo". Vivifica las texturas del muro, aunque éste no tenga cimiento. Y esto tiene una explicación a los ojos de todo aquel que quiera verla: la mitad de los chilenos no entiende lo que lee y los que lo entienden, no leen. La mitad de los niños nacen sin padre conocido y otro tercio es presa de la violencia doméstica o esclavos del trabajo infantil. El 10 por ciento de los chilenos se definía como indígena en 1992; diez años después, la cifra cae al 4,6 por ciento de la población. ¿Disminuyeron en cerca de 900.000 personas o prefirieron olvidar sus raíces, sus nombres, suicidando su identidad, en una sociedad que discrimina, segrega y aisla? Las cifras son más elocuentes, si se contrastan con los 400.000 chilenos que se definen a sí mismos como gerentes o empresarios. ¿Tantas empresas hay en Chile? ¿Doscientas mil empresas de transporte? ¡No, claro que no! Obviamente, esos gerentes conforman un ejército de colectiveros y taxistas que se autoproclaman empresarios, o pueden ser los kiosqueros que se han definido como gerentes de comunicaciones... y la larga lista de espejismos continúa. Los réclames de televisión que envilecen a la masa, muestran a ejecutivos alabando las ventajas del modelo AFP: "Si sigue cotizando, obtendrá una pensión casi igual a lo que gana hoy". Efectivamente, lo que gana hoy, en 20 años más, será una miseria por simple devaluación. Nada dice el réclame del 70 por ciento de masa laboral que ni siquiera obtendrá la pensión mínima, nada dice de los trabajadores despedidos que se han visto obligados a jubilar anticipadamente, con sólo el 38 por ciento de la renta que obtendrían a los 65 años. Nada dice el réclame de las pensiones que mueren, que se acaban, porque el fondo individual se terminó, dejando al abuelo en la indefensión más absoluta. El comercial de las AFP olvida o no quiere recordar que en 45 años de cotizaciones el trabajador debe pagar 11 años de sus fondos por concepto de seguros y gastos de administración.
El drama humano reflejado en la pregunta treinta y siete se proyecta en todos los estratos. En las poblaciones periféricas sueñan con el gordo del Loto, del Kino o lo que sea. Mientras, se asoman a la pantalla de TV y hurgan en la vida de los ricos y famosos. Y hablan de ellos como quien habla del vecino. Se entristecen cuando ellos se divorcian y se alegran cuando reacondicionan el gastado fuselaje facial.
En las noches de calor intenso la Joselyn comenta con la Jenifer el último programa de Rojo: "¿Te fijaste qué bien le quedaba el paletó azul al Rafa. Lindo, cierto?". Después duermen. La Jenifer soñará con ser modelo o actriz, se verá en los brazos de Morfeo como protagonista de Brujas. Pero al día siguiente, a las 5:30 de la mañana, la realidad la despierta de golpe. Sabe que debe tomar la 703 (Lo Errázuriz-Vitacura). Después de dos horas de recorrido, llega a la casa de la patrona, se viste con el delantal a cuadros y limpia, friega y cocina como toda doméstica de Chile que nunca llegará a la TV.
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