Una posible respuesta a cómo avanza
el proceso civilizatorio nos la ofrece Norberto Elías, sociólogo alemán, quien establece que éste se caracteriza en primer lugar por el tenaz y férreo esfuerzo para manejar el
colectivo de la violencia, la que se ejerce en forma selectiva, dirigida, racional, legal,
constitucional, centralizada, policial y que en forma monopolizada cumple el Estado. Cuenta para ello con el apoyo de sus fuerzas armadas y la policía.
El producto del proceso civilizador permite una redefinición de costumbres y por ende la conformación de estructuras del carácter que derivan en actos de conducta concreta. Elías agrega incluso que las emociones son controladas, el camino de la sociedad es pacificado y la coerción física queda concentrada en las manos del poder político. Es un cuadro que refleja el "orden" hacia el cual se propone avanzar un Estado y así estabilizar un esquema ideo-político. Síntesis: dominación.
Existen suficientes datos que permiten establecer que las actuales generaciones de hombres y mujeres –con derecho al voto- que habitan nuestro territorio nacieron dentro de un espacio –civilizado- donde lo propio era negarse a tener contacto con el mundo de la política. Por largos años esta generación toleró, no solo la negación sino la aversión y la más rotunda repulsa por cuanto tuviera que ver u oler con la vida de los partidos. Se presentaban –sin apoyarse en algún referente ideológico preciso- como abiertos "contra-activistas" de la participación a las posibilidades de acción que ofrecían los partidos.
El germen de su interés estaba en otros espacios, quizás en la actividad económica, para algunos en lo deportivo y para los menos 3n la cultura. No en vano alguien los calificó con el exagerado calificativo de "generación boba". Gente con desgano y abulia casi total por estos procesos político-sociales, mostrando abundante propensión a usos de la frivolidad como recurso socializador y regusto amplio por la falta de apoyo o cultivo de las expresiones de que tuvieran, entre otras carencias, el más mínimo acercamiento o aprecio por la cultura.
En el registro de costumbres y estructura de carácter de estos jóvenes el rasgo sobre la vocación política no tenía cabida. Por ende, se puede concluir que en sus procesos de construcción de civilidad esa singular e histórica praxis no aparecía en sus conductas, sus espacios mentales estaban ocupados por lo fashion y lo banal.
Estas personas decidieron quedarse fuera de la vida política, aunque era evidente que les resultaba imposible eximirse de los efectos propios de los conflictos sociales que se gestaban en su entorno. Proceso que inexorablemente y a contrapelo de su voluntad se desarrolló como uno de los efectos de una extravagante contradicción de la organización de la sociedad, en su evolutiva construcción de civilidad. Se veían como meros convidados sin capacidad social para responder a las rutinas y normas que el Estado venezolano les proponía. Seres ajenos, indolentes e incapaces para lograr compromiso que les permitiera apreciar algo de las crecientes necesidades de la sociedad y el mundo que los rodeaba. Insensibilidad que paradójicamente terminó por perderlos.
Se sentían frágiles, impotentes y abúlicos para crear algún mecanismo apto para influir sobre el Estado, que tampoco había promovido con firmeza ese dispositivo, con lo cual se delataba, una vez más, como ineficiente. Pero volviendo al hoy, al orden vigente de este mundo, tenemos que solicitar a quienes nos gobernaron que respondan ¿por que los señoríos limitaron la creación de vías y recursos para motivar una acción cívica, digna y necesaria para fortalecer la vida civilizada en lo que al tema político se refiere?
Algún insondable y poco digno motivo deben de haber tenido esos "estadistas de la cuarta" para haber olvidado estos recursos. A lo mejor su interés era lograr, lo que al final alcanzaron, que nuestros jóvenes se insensibilizaran ante todo cuanto se produjera fuera de su reducido campo de influencia tan pleno de banalidad e incultura.
O decidieran que la vida de todos nosotros se debía colocar en las "justas" "decentes" "productivas" e "impolutas" manos de quienes representaban los intereses privados nacionales y extranjeros. Entre otros, los banqueros, sus socios empresarios o los gestores del negocio del "cuánto hay pá eso". Todo fue enmascarado tras la cortina de las políticas del Estado Nacional y sus gobiernos.
El espacio –o despojo- que heredamos como ciudadanos fue construido en Venezuela con los materiales que nos alquiló la llamada sociedad civil, quien a su vez los había traficado con financiamiento y apoyo de fuerzas cuyos intereses continúan aposentados en territorio foráneo. Nuestro incomprendido e inacabado proceso civilizatorio ha sido forzado por caminos verdes y callejones insondables. De él lo único que reconocemos son sus efectos: uno de ellos fue la baja intencionalidad política y menguada participación conciudadana y doctrinaria que caracterizó a nuestras juventudes de la cuarta Republica.
La historia contemporánea de los últimos 40 años se ve poco animada y con reducidas utilidades sociales. Todas opacados al final mediante artilugios y fuegos fatuos que se cocinaban en reformas constitucionales destinadas a minimizarlos. Todo un tinglado construido para obnubilarnos con actos de magia y artilugio, dirigido a hacernos perder el camino deseado para crear una digna condición de ciudadanos. Un proceso civilizatorio con piquete revertido.
Tal pareciera que todo fue montado desde la misma génesis –periodo de la conquista y colonia- de la historia del país para que se atropellara a trancas y barrancas el proceso lógico del levantamiento de nuestra civilidad como pueblo.
Fenómeno que en su evolución se hizo dramático en los últimos cuarenta años, cuando a fuerza de presión policial y política se fueron incorporando diversos modos y maneras de componer y recomponer nuestro accionar social. Entre sus últimas y más destacadas quimeras tenemos el notable invento ideológico del mercado, llegando el Estado en su afán y exageración a quererlo imponer como condición o recurso para fijar la forma y orientación de las relaciones entre personas. ¡Vaya forma atávica y atrabiliaria de proponer vías hacia la civilidad!
Tal como se fue activo para pretender "gravarnos" con este patrón de relaciones sociales no menos sobresaliente fue la ausencia de ideas que nos permitieran determinarnos como nación. No se vio ningún gesto concluyente y menos un acto político que buscara alguna vía para que la gente superara la pobre perspectiva que tenía de su condición de venezolano. Muy al contrario, se hizo mofa y burla cruel de tal condición, misma que fue llevada y tratada con la mayor trivialidad y desprecio.
En casos de signo contrario se apeló a artimañas para crear recursos extremos dirigidos a cebar un patriotismo sin fundamento que, siendo ajeno para todos, resultaba banal y artificioso.
Vemos ahora más claro el camino que se nos impuso y el fin que buscaba. De lo que no cabe duda fue de los efectos que este "ingenioso" y prolongado trabajo tuvo. El resultado más inmediato fue sin duda la incubación de esa negación de la capacidad de los caminos de la política como práctica social transformadora.
Otro fue ajenar y negar la participación y el activismo como medio de socialización y creación de civilidad. Pero como todo proceso social, éste o cualquier otro, requiere de tiempo y maduración para estabilizarse. Nada se puede improvisar, atropellar, recalentar por más voluntarista que sea la intención, por más frenética y arbitraria que sean las vías. Todo a la hora, ni antes ni después.
La historia tiene infinitos momentos, inmensas e inconmensurables paradojas. Todo ese andamiaje logró sus resultados, no hay duda. Sin embargo los caminos de la historia tienen su propia y rebelde carrera. No se sabe en cual momento las rectas proposiciones de sus gestores se topan con la obstinada vida real o la real vida. Así surge la V Republica.
Si lo miramos bien, los lodos de hoy vienen de los polvos de una transición hacia nuevas prácticas políticas gestadas por la apresurada e improvisada o descontrolada participación de noveles actores. De un lado aquellos jóvenes que siempre la negaron y que por efecto de la motivación publicitaria, propagandística y mediática descubrieron a través del exabrupto de la "marchadera" una fortaleza que les era desconocida.
Surge el desaforo, desasosiego, angustia y furia final. Sin darse cuenta sellaron allí en medio del camino - y aupados por irresponsables y descontextualizados "lideres"– un pacto con la idea del conflicto como única estrategia. Se hacen repetidores de la línea del "pierde-pierde" y capitulan su participación bajo el manto oscuro de la inmediatez del "fuera ya" y toda clase de propuestas convenidas con la costumbre de la cultura publicitaria –su gran aliada- que quiere resolverlo todo bajo la locura de una cuña de 30 segundos. Ya, ya y más ya.
En el lado contrario de los oponentes del sector este de la ciudad capital, surge una asociación con la idea del acuerdo para impulsar conductas diarias con la intención onírica de vivir una sociedad gobernada por el simbolismo de la utopía. El optimismo y la esperanza se convierten, para esta parte de la población, en las banderas y armas que les permitieron resistir estoicamente la andanada que los llevó a padecer desde los paros, huelgas con partes de guerra diario, y hasta parálisis de la industria petrolera; sin olvidar que en ese festín de desvarío, "la guinda que le faltaba al postre", el ahorcamiento de la celebración navideña como recurso demencial, aunado al invento Altamira y el "descubrimiento" de las guarimbas financiadas por alcaldes para llevarlo todo hasta el clímax del golpe de estado.
Creemos que existe un nuevo camino, una nueva civilidad aún en ciernes, que no compartió ni comparte todo esta delirante festividad que no impusieron. Sin duda sufrió, con no poco horror, todo este mefistofélico teatro de Altamira y Chacao. Pero está claro, y los resultados electorales así lo demuestran, que la gran mayoría ha comenzado a entender los caminos de su incorporación a la acción de un gobierno que es el único camino que tienen para poder remover los pilares fundamentales del viejo Estado y alargar su camino hacia las ilusiones.
Al deconstruir la falsa civilidad que nos asignaron durante largo tiempo se descubre entre otras ausencias la falta de programas de pedagogía sobre valores realmente democráticos así como la carencia de mecanismos eficaces para ordenar el poder popular.
Esta nueva etapa del camino civilizatorio se construye sobre los restos y sarcófagos de la superficialidad de los actores de una pieza pseudo democrática cuyos aparatos y estructuras del Estado de la Cuarta, ya fueron puestos en cuarentena por padecer de enfermedades políticas irreversibles. Malestares inoculados en la estructura publica por adecos y copeyanos y otros disfrazados -que nunca han dejado de estar instalados en los aparatos del Estado- que intentaron retomar el control del gobierno y Parlamento con los resultados que todos conocemos.
En ese período se agotaron los productos políticos propios de la cultura racional burocrática, que le da supremacía a la gestión administrativa sobre las necesidades sociales. Si se mantienen interferencias, éstas deben tener base en ideas sobre la necesidad anteponer los juicios en base de la moral como control. Es, desde este punto de vista, que se dan los posibles resultados del proceso civilizador en cuanto a racionalización y centralización de la violencia, en este caso dirigida a establecer una verdadera justicia sobre todo en cuanto a reparto equitativo de las riquezas del Estado.
El novedoso proceso civilizador que recién se instala, ha tenido como efecto transformaciones en el campo de la toma de conciencia de las masas sobre su rol como entes de control, debido al nivel de comprensión y compromiso político que recientemente han adquirido. Se da igualmente una más precisa direccionalidad al sentido de la adquisición y manejo de valores ciudadanos, creciente toma de conciencia del valor y sentido de su papel como actores políticos, alto grado de compromiso y pleno reconocimiento del peso que aún tienen los ingredientes de la bárbara y distorsionante tecnoburocracia moderna en los procesos de decisión. La cada día más clara comprensión de que el proceso "civilizatorio" en marcha es multidimensional y afecta en forma contemporánea distintas dimensiones de la vida social.
Se está haciendo más notorio evitar ciertas isiones deterministas simples e ingenuas que pregonan decretadas precedencias lógicas y temporales, seguidillas que intentan enfriar la posibilidad de éxito para concretar beneficios sociales, tales como respetar un sagrado orden que exige, "primero el desarrollo de las fuerzas y relaciones productivas, luego las relaciones sociales y después las superestructuras culturales", etc.
Se descubre que las transformaciones sociales transcurren por caminos más complejos que estas infantiles linealidades. Más que pensar en causas simples y lineales es preciso pensar en causalidades estructurales y recíprocas. Estos y otros sincronismos se han venido operando en buena parte de la masa, el nivel de conciencia de si el reconocimiento de su valor y el respeto de si mismo; son rasgos que ya comienzan a tener presencia en conductas estableces de los menos favorecidos. ¿Es esto producto del nuevo esquema con el cual se intenta motivar la creación de conciencia en los grupos socialmente mayoritarios? Esperemos que sí, para que pueda surgir una nueva forma de civilidad.
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