El escándalo de los centros de detención y tortura de la CIA en Europa fue generalmente eludido por editorialistas y políticos europeos durante la gira de Condoleezza Rice. Esta actitud ha sido decepcionante para la prensa árabe o del Medio Oriente en la que es vista no como una prueba más de la duplicidad de Estados Unidos en materia de derechos humanos (pues los editorialistas de esta prensa ya no esperan nada de Washington), sino como la triste demostración de la sumisión europea.
Interrogado la pasada semana en Pacifica Free Radio por estudiantes de periodismo de la universidad de Berkeley, el politólogo alemán Jacob Singer, ex asesor del canciller Schmidt, ofrece un resumen de la impresión provocada por la visita de Condoleeza Rice a Europa. «Un país amigo secuestra a uno de vuestros nacionales [Khaled El Masri] durante sus vacaciones, lo hace desaparecer, lo priva de todos sus derechos legales, lo tortura a lo largo de un año en una prisión secreta y lo suelta finalmente en un parqueo de Albania diciéndole «lo sentimos, nos equivocamos de apellido; regresa a casa y cierra el pico si no quieres tener problemas». ¿Y todo ello sin que el gobierno del señor Masri, que supuestamente debe proteger a sus nacionales, que supuestamente debe proteger los derechos garantizados por su propia Constitución, se conmueva? Y cuando el país amigo reconoce (después de haber mentido) que es cierto, ¿usted no le hace preguntas? ¿Usted se muestra satisfecho con una excusa vaga y la promesa de que no volverá a pasar? ¿Y cuando el país amigo le niega la entrada a su territorio al señor Masri, impidiéndole de hecho el acceso a la justicia de los tribunales? ¿Y cuando la prensa revela que fueron vuestros propios servicios secretos los que entregaron al señor Masri a la arbitrariedad de la tortura? Cerramos los ojos para no disgustarnos con el Gran Hermano. Y esto tiene lugar en Europa, tan dispuesta siempre a dar lecciones de civilización y de derechos humanos.». El autor llegaba a la conclusión de que Estados Unidos se burla hoy de los derechos humanos, pero que Europa no hacía más que adoptar una posición de oposición para satisfacer a su opinión, una parte de la cual no se muestra sumisa: «Si bien en 2003 podíamos creer aún en la existencia de un eje de la justicia y de los derechos humanos en Europa, hoy nos damos cuenta de que no puede decir lo mismo. Somos enanos y lo sabemos, pero no queremos admitirlo».
El muy conservador editorialista del Wall Street Journal, Paul Gigot, nos ofrece un maravilloso ejemplo de la arrogancia estadounidense con respecto a la tortura al criticar con severidad la actitud europea «infantil e hipócrita». En su opinión, Europa aparenta creer las «historias estrafalarias» inventadas por los medios de comunicación, en su mayoría antiamericanos (recordemos sin embargo que el escándalo estalló luego de la publicación de un artículo en el Washington Post), sobre el tratamiento reservado por Estados Unidos a los terroristas. Sin establecer diferencias, el Wall Street Journal vuelve a sacar a la luz el debate sobre el 11 de septiembre al afirmar que las personas maltratadas de esta forma son un puñado de superterroristas y su tortura se justifica para prevenir nuevos atentados. Además, los métodos empleados son no sólo «relativamente benévolos» sino que además lo son con pleno conocimiento de causa de los gobiernos europeos. Cualquier crítica a las acciones de Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo no es más que la expresión de un antiamericanismo demagogo. Estados Unidos no necesita a Europa pero esta corre el riesgo de verse en apuros el día que tenga, como de costumbre, que pedir a los «yanquis» que la libren de un nuevo fascista que la amenaza. Estamos de nuevo ante el mito original de la política exterior estadounidense (Estados Unidos es el defensor del mundo libre) que permite eliminar cualquier crítica y relativizar cualquier abuso.
¡Y no deja de funcionar! Durante su visita a Alemania, Condoleeza Rice sólo tuvo que soportar algunas reprimendas de la nueva canciller Angela Merkel. Ni una sola palabra a favor de la causa del ciudadano alemán Khaled El-Mesri, inocente secuestrado y torturado por el «delito de apellido obsceno» y quien no puede ni siquiera entrar al territorio de Estados Unidos para reclamar justicia ante los tribunales. Nazim Makit, representante alemana de origen kurdo, manifestó sus impresiones en la emisora de radio Berliner Kanal: «¿Acaso la causa de Mesri se dio por perdida para no molestar a nuestro hermano mayor de América? ¿O porque se considera que por su apellido árabe no es verdaderamente alemán? En todo caso, nos movilizamos mucho más a favor de otros rehenes alemanes que tienen apellidos más de aquí, por ejemplo en Irak». Pero el resto de la izquierda alemana se calla, confundida por la revelación de que el ex canciller Schröder (reelecto en 2003 por su oposición a la guerra en Irak) y su ministro de Relaciones Exteriores Joschka Fischer, ex militante de extrema izquierda, estaban al tanto desde hacía dos años de los vuelos secretos de la CIA. No sólo no se opusieron a ellos, sino que estimularon a los servicios alemanes a participar en los interrogatorios. En cuanto a la reunión de ministros de Relaciones Exteriores de la OTAN, que habría podido transformarse en tribunal de las actividades de la CIA, Condoleeza Rice obtuvo en ella un impresionante éxito diplomático. Cortando por lo sano cualquier discusión (Francia brilló por su mutismo), la OTAN se declaró «satisfecha de las explicaciones brindadas». Si Condoleeza Rice dice que Estados Unidos no tortura, respeta el derecho internacional y en lo adelante sus soldados deberán abstenerse de emplear métodos «brutales» de interrogatorio, no vale entonces la pena buscar más lejos. Poco importan los hechos que contradicen estas palabras, «no queremos que piensen que somos antiamericanos primarios», como explica el ministro alemán de Relaciones Exteriores Walter Steinmeier.
Esta actitud parece darle tristemente la razón a la militante de extrema izquierda Sabine Meinhoff, quien señalaba con relación a Alemania y a Estados Unidos: «No vale la pena entablar un diálogo con los monos, hay que dirigirse al dueño de las fieras».
Sin embargo, el ex secretario de Estado del Foreign Office, el laborista Chris Mullin, recuerda en The Independent que al menos desde la lucha «antiinsurreccional» en Vietnam (y mucho antes si estudiamos la historia de América Latina) no hay nada nuevo en lo que respecta a la participación de la CIA en torturas y desapariciones inexplicadas. El elemento nuevo es que después del 11 de septiembre se ha construido una red de prisiones secretas, un gulag norteamericano, en el que los prisioneros desaparecen para que no tengan acceso a las garantías que les concede la justicia estadounidense o el derecho internacional. La prueba de que estas prisiones son percibidas como «vergonzosas» por los gobiernos occidentales radica en el hecho de que ante la agitación europea los prisioneros clandestinos fueron transferidos a países más «comprensivos».
Este tema es analizado por la prensa árabe o del Medio Oriente no como una prueba más de la duplicidad de Estados Unidos en materia de derechos humanos (pues los editorialistas de esta prensa ya no esperan nada de Washington), sino como la triste demostración de la sumisión europea.
El editorialista iraní Mohammed Ali Saki atiza la polémica al recordar en el Tehran Times los múltiples hechos de violación de los derechos humanos comprobados por organismos internacionales irreprochables. El silencio de Europa ante dichos hechos pone en tela de juicio la condición de defensora de los derechos humanos y de la democracia de la que se vanagloriaba la Unión Europea. Claro está, la respuesta iraní no está exenta de reservas estratégicas ya que la campaña emprendida por la Unión con relación al tema nuclear en Irán recurre con frecuencia al tema de los derechos humanos y la democracia para presionar a Teherán. Los iraníes tienen por lo tanto el placer de devolverles la pelota al señalar las incoherencias de aquellos que gustan de dar lecciones.
De manera general, en la prensa árabe la duplicidad, incluso la cobardía europea, es percibida como una decepción. Ante la arrogancia y los abusos cometidos por Estados Unidos en los últimos años –en particular, como lo recuerda Jacob Singer, con motivo de las grandes manifestaciones contra la guerra en Irak–se creó un mito, el de una Europa que le hace «contrapeso» a las pretensiones imperiales de los neoconservadores. La falta de una verdadera reacción ante los casos de violaciones de los derechos humanos en su propio territorio impugna seriamente este mito. En Al Watan, el intelectual y diputado kuwaití Ahmed Yussef Al Daiij señala que este tema es un ejemplo fehaciente del doble lenguaje utilizado por los políticos. Mientras que por un lado Occidente no deja de lanzar llamamientos a favor del respeto a los derechos humanos y se da el lujo de llevar a los tribunales a los países que en su opinión los violan, se somete por el otro sin resistencia a una administración estadounidense que oficializa la tortura y el desprecio de los derechos humanos. La credibilidad no sólo de Estados Unidos sino también la del Occidente dado a dar lecciones ha sido seriamente puesta en tela de juicio. El escritor libanés Hazem Saghieh, quien había apoyado sin embargo a Estados Unidos durante las dos guerras de Irak, no dice nada diferente en el diario panárabe Dar Al-Hayat. Lamenta que Europa y Estados Unidos, en otra época pioneros en la esfera de los derechos humanos, vean cómo se destruye a diario esta imagen a causa de los nuevos escándalos que estallan acerca de los abusos cometidos por Estados Unidos y la complicidad europea.
Debemos esperar que esta decepción acelere la destrucción del mito de la Europa «virtuosa», del Occidente «civilizado», dos ingredientes fundamentales de la guerra de civilizaciones y de las justificaciones morales de las aventuras coloniales.
De forma poco patética, la Alta Comisaria para los Derechos Humanos de la ONU, Louise Arbour, quien ambiciona sustituir a Kofi Annan en su puesto de primer secretario, recuerda en el International Herald Tribune que la prohibición absoluta de la tortura constituye la piedra angular del edificio internacional de los derechos humanos. La lucha contra el terrorismo no puede contribuir a erosionar esta prohibición. Llama por consiguiente a todos los gobiernos a comprometerse a adoptar medidas para no sólo condenar la tortura sino también prohibir los traslados de prisioneros a países donde ésta es practicada, y a prohibir la utilización de las informaciones obtenidas por medio de la tortura. Además de la debilidad de tal llamamiento ante la gravedad de la situación, nos preguntamos qué posibilidades de éxito tiene una organización dirigida por un Consejo de Seguridad de cinco miembros que, como recuerdan Amnesty International y HRW, practican la tortura en diversos grados.
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