Un cineasta alemán, Wilfried Huismann, acaba de lanzar un documental «Cita con la muerte» por la televisión alemana, donde acusa a los servicios secretos cubanos de ser responsables de la muerte del presidente Kennedy. Olvida Huismans que la propia Comisión Warren desdeñó cualquier responsabilidad cubana. La maniobra actual trata de desviar la atención mundial sobre la inminente liberación del connotado terrorista Luis Posada Carriles, protegido del régimen Cheney-Bush.
Periodistas cubanos han respondido, con suficiente argumentación, sobre lo que es obvio a los ojos de todos: el magnicidio fue obra de los propios organismos de inteligencia norteamericanos en un golpe de estado estilo yanqui. La técnica del golpe de estado ha sido perfeccionada en América Latina: un general se suma el apoyo de una parte del ejército y depone al Presidente en turno.
En Estados Unidos la técnica del golpe de Estado ha sido afinada con sutiles entresijos. La deposición de Richard Nixon fue un golpe de Estado, de la misma manera que fue el asesinato de Kennedy, sólo que nadie lo registra de esa manera.
Después de recibir del Presidente Eisenhower un plan de ataque contra Cuba, el nuevo mandatario, John Fitzgerald Kennedy, lo aprobó reticente. Se trataba de invadir la isla por Playa Girón con una fuerza mercenaria que se entrenaba en Honduras. El proyecto se llevó a cabo y terminó en un estrepitoso fracaso. Kennedy encomendó a sus asesores, entre ellos a McGeorge Bundy, la posibilidad de cambiar de posición y estudiar la alternativa de abandonar la agresividad anticubana e intentar un acercamiento.
Tras el fiasco el Presidente desmanteló la antigua estructura de la CIA responsable de la catástrofe, entre ellos a su director, el artero Allen Dulles.
De otra parte estudió la posibilidad de detener el creciente compromiso de Estados Unidos en Indochina, que amenazaba con convertirse en un conflicto mayor, como después lo fue. Esto perjudicaba al complejo militar industrial que veía las posibilidades de ganancias mayúsculas por una guerra abierta en Vietnam.
La mafia ítalo norteamericana, que había tenido negocios con el padre de Kennedy en la época de la prohibición alcohólica y le había ayudado a ganar las elecciones presidenciales, estaba siendo hostigada por su hermano Bobby, Fiscal General que no cesaba de perseguir al cabecilla obrero Jimmy Hoffa, muy ligado a los gángster.
Bobby (Robert Kennedy) sostenía fuertes discrepancias con el jefe del FBI, el legendario J.Edgar Hoover, quien protegía a los mafiosos, que tenían pruebas de su homosexualismo y su afición de acudir a orgías de travestís, donde solía vestirse de mujer.
Esta política le creó al Presidente Kennedy un conjunto de enemigos letales: la mafia ítala, la mafia cubana, la CIA, los empresarios de la industria de guerra, el FBI, los petroleros texanos. Fueron estos quienes planearon y llevaron a cabo el magnicidio en Dallas. Lee Harvey Oswald, fue uno de los peones que la CIA empleó en la fachada del asesinato.
Para añadir ridículo al escarnio en la Comisión Warren, que investigó el asesinato, estaba uno de sus perpetradores, el propio Allen Dulles. El filme de Oliver Stone revela cuidadosamente el engranaje homicida que preparó y ejecutó el atentado.
En el grupo cubano que intervino en el atentado en Dallas están involucrados Luis Posada Carriles, Guillermo Novo Sampoll, Félix Rodríguez, Tony Cuesta y Orlando Bosch entre algunos notorios verdugos y matones. Un reciente libro del general retirado Fabián Escalante, quien en un tiempo fuera dirigente de la seguridad cubana, revela la intensa participación de los exiliados cubanos anticastristas en este sórdido golpe.
También ese grupo de hampones siniestros fue actor principal en la maniobra de espionaje que culminó con la deposición de Nixon.
Con la muerte de Kennedy culminó una época. Fue un lapso en el cual terminó la primera mitad del siglo veinte, la posguerra y el síndrome de Corea. La Casa Blanca entró en una era de refinado estilo y buen gusto. Cenas de gala para André Malraux, conciertos de Pablo Casals, redecoración de la mansión presidencial con los símbolos del americanismo original. Su esposa Jacqueline pasó a ser el símbolo de los tiempos de la nueva elegancia aunque era una snob, necia y tonta. Kennedy estaba aquejado de una débil salud y tomaba ocho medicamentos diarios pero no cesaba en su priapismo que le llevaba a tener una amante tras otra.
Fue sacrificado por grandes poderes ocultos, los mismos que apoyaron y auparon al mentecato George W. Bush a la presidencia.
Kennedy enseñó a toda una generación a aspirar a la conquista de las estrellas, plantó una quimera en la mentalidad de las nuevas promociones estadounidenses y al morir, traicionado por los suyos, nació el mito que enlazó su nombre al de otro gran patricio asesinado, Abraham Lincoln.
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