Cuando Steven Spielberg habla de su filme Munich, utiliza palabras como «violencia», «empatía», «venganza» y «duda», pero falta una palabra: «justicia».
Hace cuatro años, cuando el mundo reaccionó con indignación al asesinato de mi hijo, Daniel Pearl, mi familia y yo esperábamos que las naciones civilizadas se movilizaran para protegerse de los ataques dirigidos contra civiles. En lugar de eso, continuamos presenciando ejecuciones filmadas y vimos nacer un relativismo moral según el cual el terrorista para unos es el combatiente por la libertad para otros. El Munich de Spielberg se suma a esa confusión y a ese relativismo moral.
La historia sigue el rastro de un agente israelí encargado de asesinar a los palestinos responsables del asesinato de 11 atletas israelíes durante los Juegos Olímpicos de Munich de 1972 y que abandonará su misión antes de llegar al final pues aumentan sus dudas morales. Al hacerlo, el realizador pierde de vista la diferencia que existe entre el asesinato de inocentes y el hecho de llevar los asesinos ante la justicia. Esa es la misma lógica que prevaleció tras el asesinato de mi hijo en los que deploraban su muerte, pero no comprendían que se diera tanta importancia a la muerte de un periodista en comparación con los muertos en Afganistán, en Palestina y en Irak.
Munich no justifica la violencia, pero olvida un principio importante: la justicia. Es necesario recordar que dos de los asesinos de Munich aún no han sido detenidos y que deben ser procesados por la justicia.
«Justice must be done», por Judea Pearl, Los Angeles Times, 1ro de enero de 2006.
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