Continuamos con el relato del pueblo de los Tetetes, que se niega a seguir soportando la pérdida de su cultura y de sus valores, así como vivir en medio de la contaminación; todo ello producto de la explotación petrolera...
A continuación llegamos a la casa de César Proaño, un manabita que llegó a los 21 años (hoy tiene 43). Él nos cuenta que cuando arribó a Tetetes ya había un pozo petrolero perforado con el nombre de “El Muñeco”. Don César nos recuerda la abundancia de animales que había en el monte, que les servían de sustento y fuente de proteínas.
Nos relata que en la zona nunca hubo control de ninguna institución estatal y que llegaban ciudadanos colombianos en busca de árboles de ‘maderas preciosas’, como el cedro, que se lo llevaban por el río sin que nadie diga nada: “solo entraban y cortaban”.
Nos dice con mucha tristeza que había abundante pesca, que antes se llegaba a pescar hasta un quintal solo con anzuelo; hoy eso ya no ocurre, pues el estero Tetetes cruza junto a la estación de petróleo, y está contaminado.
Lo que recuerda con dolor fue lo que sucedió en el Río Ocano, por los años 1997 ó 1998: personas irresponsables lanzaron veneno, no para pescar sino simplemente para matar los peces: “Vimos miles de peces de todos los tamaños muertos; esto redujo la pesca; los moradores del sector condenamos el hecho, pero no supimos quien lo hizo”.
Con esta incertidumbre revoloteando en su mente, nos despedimos de Don César...
Luego de pedir que nos lleven a otra zona de Tetetes, un generoso conductor nos hizo subir en el cajón de un camión que transportaba cerveza y así, por fin, llegamos a la casa de la familia Quiroz, que es una de las fundadoras de la pre cooperativa Ciudad de Chone, que dirigía la Sra. Prepedigna Macías Cornejo, madre de nuestro siguiente entrevistado: Ramiro Quiroz.
Él nos relata que su madre llegó por el año 1979, junto a los obreros macheteros que abrían la trocha para el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, antes de la construcción de la carretera a Tetetes. “Cuando llegaron se posesionaron de las tierras y fundaron la pre cooperativa Bahía de Caráquez, para luego en 1983 ponerle el nombre Cooperativa Ciudad de Chone (lo pusieron así porque los primeros habitantes eran de ascendencia manabita)”, manifiesta Ramiro.
La Cooperativa tenía 37 socios y se repartieron tierras de 32 a 35 hectáreas por persona. Nuestro entrevistado nos dice que cuando llegó con su familia tenía hasta tres fincas; en ellas sembraron productos de ciclo corto, como arroz, maíz, yuca plátano y café.
Los pioneros en la zona, además de los Quiroz, fueron los Troncoso, Quezada, Paladines y Leina, aproximadamente siete familias...
Ramiro nos cuenta que cuando se abrió la vía, ésta no tenía lastre y la movilización era un tormento: había que atravesar verdaderos pantanos, lo cual perjudicaba y retrasaba el transporte. Pero esta situación cambió: el lastrado llegó en 1983, pero no había transporte público, y con el clima tropical, era una prueba de resistencia y convicción el vivir en la zona.
Además, otro problema afecta a Tetetes: las fumigaciones del Plan Colombia. Estas causan estragos a la población y es una de las causas para que algunos ya piensen en irse de la zona, pues los niños tienen granos en la piel (que les aparecen y desaparecen).
Además, la situación de la agricultura es grave: “Nosotros vivimos del café, el ganado y la madera, fundamentalmente. Para explotar este recurso, hacemos convenios con el Ministerio del Ambiente, quienes nos restringen el corte y la tala. Estas limitaciones hacen que a algunas personas que habitamos en la zona no nos quede otra alternativa que trabajar en las actividades de la industria petrolera como obreros; aunque sabemos que es la explotación petrolera, precisamente, lo que nos está acabando como pueblo”, señala Ramiro.
En la región, las actividades petroleras siempre producen daño, como contaminación de ríos y la consecuente pérdida de especies de peces; así como también la aniquilación del ecosistema de la zona. Y a pesar de que se reportan estos hechos, las autoridades competentes no hacen nada por evitarlos. Esta es la realidad.
Nuestra visita culmina, la ranchera anuncia su llegada con pitos... Los pensamientos vuelan, recuerdo las “correrías” o cacerías que realizaron los caucheros para atrapar indígenas y someterlos por la fuerza para trabajar como esclavos en las caucheras; recuerdo la resistencia y combates que los cofanes y los tetetes dieron a los blancos para no dejarse capturar; pasan por mi mente los problemas que ahora tienen los “nuevos tetetes”, como les dicen cariñosamente los actuales habitantes: el ambiental, las fumigaciones, la pobreza, la explotación petrolera, etc. Pero también encuentro en este sector del país un pueblo con deseos de no dejarse amilanar por las adversidades; con deseos de que las cosas cambien, con deseos de salir adelante.
El regreso se inicia, el verde campo alegra la visita, la gente es amable y cariñosa; la nostalgia campesina te atrapa.
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