Todo tiempo tiene su utopía. Unas sustituyen a las otras. Lo que parece imposible en una época es natural en otras.
Tomás Moro cuando escribe Utopía en el siglo XVI hay caza de brujas y hogueras en las calles, y se persigue a los vagabundos con castigos sangrientos. Moro lo transforma en la prohibición de torturar y son “la intolerancia y el fanatismo los que quedarán penados con el exilio” escribe Vicent.
Pico della Mirándola entusiasma con la dignidad del hombre, Campanella imagina el principio de la comunidad de bienes, Tupac Amaru no quiere que “le roben la miel de sus panales” y Zapata quiere la tierra para el canto de las manos. Marx como un fantasma sigue las corrientes marinas y enamora en tierra firme con su sociedad sin clases.
Bellas ilusiones que no siempre fueron en la dirección prevista. Pero el sueño de la vida alimenta tercamente la utopía en los distintos tiempos del perturbador calendario humano.
El General Enrique Mosconi, decía el 1º de marzo de 1928 en Bogotá: “Nos congrega, señores, el moderno dios de la paz y de la guerra: el petróleo” y agregaba, “mientras se debatía en el Congreso argentino el proyecto de Ley de Petróleo, se me preguntó cuál de los dos trusts, el anglo-holandés, Royal Dutch, o el norteamericano, Standard Oil, eran preferibles. Al fin de cuentas, los dos grupos son equivalentes y compararía con una cuerda de cáñamo al grupo norteamericano, y con una de seda al europeo; de modo que en respuesta a la pregunta que se me hiciera manifesté que si las dos cuerdas, ruda la una y suave la otra, han de servir para ahorcarnos, me parecía más inteligente renunciar a ambas, y resolverlo por nuestras propias fuerzas”.
Mosconi cuidaba esa “belleza incesante”, para que empiece el sol de una buena vez: en tres años con dineros propios construyó la mayor refinería de América Latina, cerca de la ciudad de La Plata. Sí, YPF fue uno de los goces mayores de los sentidos para el sueño que se aleja.
Nuestra tierra de abundancias derrama en las sedientas compañías petroleras doce mil millones de dólares anuales de ganancias -informa FeTERA- que se llevan en nombre de privatizaciones impuras. Mientras la miseria y el suicidio de los chicos del “fin del mundo” se convierten en ciudadanos privilegiados de Las Heras en la Provincia de Santa Cruz, por nombrar “un lugar en el mundo”.
Tal vez sería el tiempo dorado de recobrar esa música antigua, entrañable, utópica, como el eco de un grito entre los sueños. Palabras que están escritas como testamentos vitales en nuestra historia. La existencia de Mosconi -nota de cristal en la memoria- hace que el combate tenga sentido. Quizás el porvenir esté en ese pasado de nombres germinales.
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