¿Tendremos mañana el coraje –y la posibilidad– de expresar lo que pensamos sobre el Islam, sea verdadero o falso, o deberemos autocensurarnos? Libertad o autocensura constituyen el desafío del momento y la presión es tan fuerte que se olvida que las violencias ocurren en países donde las manifestaciones se hacen con el consentimiento del poder. En esos lugares, las religiones que no sean el Islam no se toleran o son tan vigiladas, tan estigmatizadas que de hecho están prohibidas. Allí se difunden telenovelas y libros como Protocolos de los sabios de Sión, libro que constituye una impostura. Es en esos países donde se aplauden las declaraciones de un jefe de Estado que proclama que es necesario «borrar a Israel del mapa» y equiparse con el arma nuclear. Partiendo de ese postulado, los que nos gobiernan nos piden que limitemos nuestra libertad de expresión para no agravar una situación peligrosa. Se nos dice que debemos respetar la fe del otro, no indisponer a suministradores de petróleo o provocar problemas internos con la segunda religión de Francia.
Sin embargo, en nombre de esta prudencia, se permitieron desfiles en Europa que pedían la muerte de los blasfemos, olvidando la muerte de Theo Van Gogh, las amenazas a Salman Rushdie y se nos pedía ser doblemente razonables. Esperamos que el tiempo obre a favor de la modernización del Islam y no de la islamización de la modernidad. Tras las caricaturas del profeta, lo que está planteado es la relación de Francia, Europa, Occidente, con el mundo islámico. No según la diplomacia, sino en términos civilizacionales. Separemos en primer lugar a los hipócritas, a los timoratos, a los hábiles, a los ciegos que se niegan a aceptar la evidencia. Hay efectivamente un choque de civilizaciones.
Los musulmanes están heridos en su fe. Hoy ya nada es sagrado y el cristiano también sufre, pero ha aprendido a mirar hacia otro lado. ¿Por qué habría que renunciar a esta libertad de expresión que continúa siendo la piedra filosofal de la democracia? ¿Acaso porque otros pueblos, otras civilizaciones no optaron por el mismo camino que lleva a la laicidad? Todo no puede ser aceptado en nombre del respeto del otro. Practicar la política del apaciguamiento consistiría en renunciar a la existencia de un espacio público laico. Se puede ser optimista y pensar que los musulmanes adoptarán, lo que muchos ya hacen, ese espacio público laicizado, una relación personal con su fe y el juego libre del espíritu crítico, es decir, el funcionamiento de la democracia. También se puede esperar una capitulación de la buena conciencia de la sensatez y del espíritu de responsabilidad. Para comprar la paz, ¿para qué cargar con estos malos caricaturistas, con estos irresponsables? ¿Qué queremos defender de lo que hemos adquirido siglo tras siglo? ¿Qué estamos dispuestos a abandonar? ¿Por realismo? ¿Por sensatez? ¿O por cobardía? En tiempos de Munich, en 1938, esta última palabra tenía un sinónimo empleado por los diplomáticos: apaciguamiento.

Fuente
Le Figaro (Francia)
Difusión: 350 000 ejemplares. Propiedad de la Socpresse (creada por Robert Hersant, hoy es propiedad del constructor de aviones Serge Dassault). Es el diario de referencia de la derecha francesa.

«Islam : ne rien abandonner à la politique de l’apaisement», por Max Gallo, Le Figaro, 8 de febrero de 2006.